La práctica del senderismo parecía hasta ahora incompatible con la condición de discapacitado físico. Disfrutar de la escarpada orografía insular era más un sueño que un objetivo a conseguir algún día. El desarrollo de una silla con una sola rueda, llamada joëlette, a la medida de personas con movilidad reducida y la cada vez más extendida conciencia solidaria ha permitido que más de medio millar de amantes de la naturaleza participen a diario en el desafío que supone caminar entre barrancos y escarpadas laderas.

Han tenido que pasar veinte siglos para que en Tenerife, en el año 2000, comenzara a fraguarse y tomar forma el actual proyecto Montaña para todos, una iniciativa de interés para las 106.285 personas con discapacidad que residían a fecha 2003 en Canarias. Surgía entonces la inquietud a raíz de una experiencia que se desarrollaba ya en Europa con gran aceptación, caso de Francia, Italia o Austria. El paso de un grupo de franceses y la colaboración del guía de montaña galo Blaise Boulin fue decisiva para descubrir que senderismo y discapacidad física no eran incompatibles, pero hacía falta dinero para tirar por tierras esas barreras.

Casi diez años después de que se engendrara aquella idea, Montaña para todos ha tomado forma en el último año y ha supuesto un cambio radicar para el discapacitado, que hasta ahora se conformaba con que le contaran cómo eran las Vueltas de Taganana, las Dunas de Corralejo u otros paisajes que los condicionantes de su belleza deslumbraba y hacía imposible de transitar.

¿Sillas de una rueda?- Para desafiar los precipicios desde las laderas es necesaria una joëlette, un vehículo adaptado para personas con movilidad reducida, una silla de brazo puesta sobre una rueda que permite a quienes no pueden caminar por sus medios transitar sobre escarpados terrenos.

El sillón reposa sobre una rueda, instalado sobre dos brazos de 120 centímetros de largo. Completa el diseño de la joëlette patas de soporte, cinta de seguridad, sujetador de pies, freno de disco, amortiguación, cojines y reposa-cabeza.

Pero el artilugio necesita del motor humano, de la colaboración de quienes comenzaron como voluntarios para "donar" su musculatura y terminaron formando uña y carne con aquellos que eran plenos desconocidos para ellos.

Antes de hacerse al desafío de la naturaleza, la asociación Montaña para todos, constituida en Tenerife, siguiendo la experiencia en países europeos, ha formado a los futuros protagonistas de la aventura por los riscos, según cuenta uno de sus promotores y "alma mater" en la Isla, Juan Antonio Rodríguez.

En el medio millar de personas que integra el colectivo se encuentra casi medio centenar de discapacitados físicos. Unos y otros están obligados a someterse a la necesaria formación que, regulada por niveles de dificultad, se ha instruido meses atrás en el Parque García Sanabria y, más tarde, en el de La Granja. Tras la parte teórica, luego viene la práctica.

Dificultad y amistad.- Montaña para todos cuenta con cinco sillas adaptadas, lo que condiciona el número de participantes en cada excursión. Pero tampoco se persigue reunir un nutrido grupo de excursionistas, pues junto al disfrute de la iniciativa en el medio natural, se fomenta la convivencia. De ahí que no se pretenda un número elevado de participantes para fomentar la interrelación.

Según se establece en el período de formación, cada pasajero cuenta con el apoyo mínimo de dos pilotos, un número que se incrementa en función de la dificultad del trazado, hasta constituirse un medio formado por una media de veinticinco o treinta participantes. En función del recorrido podría ser necesaria la participación de cinco personas de apoyo.

Por evidentes que puedan parecer las manifestaciones de Juan Antonio Rodríguez, siembran una honda reflexión: El discapacitado comienza a hablar en primera persona. No le cuentan cómo es el monte; es protagonista de la excursión por un paisaje intransitable por él hasta ahora. En ese préstamo de músculos a cambio de nada surge una satisfacción, un paso previo a la amistad.

No se trata de un simple intercambio, sino que surge una amistad que va más allá, hasta concluir con una convivencia y almuerzo de confraternidad entre participantes.

Más de treinta excursiones se han sucedido en los últimos meses por diferentes lugares de la geografía regional. "Por primera vez no necesitan de familia ni amigos, sino que salen con gente que no conocen". Una vez ha comenzado a ser frecuente su contacto con la naturaleza, por complicado que parezca a priori, los nuevos retos están previstos: una carrera de montaña y una salida al Teide y la llegada hasta el mismo pico.