Sobre la playa de Las Teresitas ha caído un manto de silencio y desánimo que viene a ser una prolongación de la apatía general que parece haber invadido a esta ciudad y a nosotros mismos, a los representantes de los ciudadanos. Cuando decidimos impedir que la playa se construyera, no hicimos más que escuchar a los miles de vecinos de esta capital que deseaban una playa sin edificios, una playa para el pueblo. Todos los grupos políticos del ayuntamiento decidimos comprar el frente de playa a sus propietarios y realizar un concurso público que ganó un arquitecto de fama internacional, Dominique Perrault. Santa Cruz iba a tener una playa de impacto, una playa del futuro con un proyecto que tendría relevancia internacional. Luego, la playa se convirtió en un instrumento político. Eso no podía ser. Así que uno de los máximos dirigentes del PSOE de Tenerife, Santiago Pérez, redactó una denuncia que un grupo afín a su partido presentó al fiscal general elegido por el Gobierno del PSOE en Madrid y que, finalmente, fue tramitada por la Fiscalía.

La discusión (o las acusaciones) es si por el ayuntamiento se compró bien o mal el frente de playa. Si pagamos más y por qué. Pero por detrás de esa discusión -investigada en el ámbito jurídico desde hace ya más de cuatro años- se oculta otra cosa mucho más importante para los vecinos: que el proyecto de la nueva playa se ha paralizado.

Con independencia de cómo se ha comprado el frente de playa -algo que espero, deseo y ruego que algún día tenga una clarificación jurídica- la realidad es que la playa es y será pública, la playa de la cocapital de Canarias, la playa emblemática del área metropolitana. Y si esto es así y la playa es y será de todos los ciudadanos, ¿por qué no se ha seguido adelante con la ejecución de un proyecto que iba a dotar a la playa de nuevos espacios de arena, de nuevas instalaciones deportivas, de nuevos aparcamientos, de zonas deportivas, de duchas, de instalaciones de ocio adecuadas a una playa de primer orden?

La "pinza" sobre Santa Cruz tenía previsto que la playa no se hiciera. El propósito es impedir a toda costa que la gran obra marítima y recreativa se pueda realizar para que no sea un éxito de quienes ahora gobernamos el interés general de Santa Cruz. Por eso, el frente jurídico ideado por Santiago Pérez ha producido un segundo frente en el que la Administración del Estado, desde Costas a Medio Ambiente, ha cercenado toda posibilidad de seguir adelante con el proyecto de Perrault. Y así tenemos una playa abandonada, rodeada de cascotes, de obras a medio realizar y de un edificio de aparcamientos públicos, calificado exitosamente como "mamotreto", que sigue paralizado y en esqueleto mientras los vecinos de la capital siguen sin tener donde dejar sus coches cuando van a bañarse.

Y si miro no muy lejos, ¿qué veo? Pues que a unos pocos kilómetros de Las Teresitas, en Candelaria, se va a realizar una playa artificial de medio kilómetro lineal, 15.000 metros cuadrados de arena y una inversión de 23 millones de euros. Una playa artificial que fue presentada en la campaña electoral precisamente, entre otros políticos del PSOE, por Santiago Pérez.

Para la playa artificial de Candelaria, el Gobierno de Madrid ha pisado el acelerador. Ningún problema, ningún obstáculo, todas las facilidades. La Secretaría de Estado de Cambio Climático, en la declaración de impacto ambiental del proyecto, contempla como propuesta para la regeneración del tramo de playa al abrigo de los nuevos diques la extracción de un volumen aproximado de 365.000 metros cúbicos de sedimento que se obtendría del dragado de la dársena del puerto de Granadilla en una zona catalogada con la máxima protección en la normativa de la Red Natura y donde se encuentran los famosos sebadales.

Como tinerfeño me siento orgulloso de que Candelaria tenga una nueva playa artificial. Me alegro por el alcalde y la corporación municipal, por los vecinos de Candelaria y por todos los tinerfeños que podrán disponer de una zona de baño, al igual que en la Costa Brava o en otros lugares del Estado se acometieron hace muchos años diques de protección y playas artificiales que fueron cambiando la geografía de las costas y adecuándolas a un turismo de alta calidad.

Pero sería un mentiroso si no confesara que junto a esa alegría y ese orgullo me invade una sensación de rabia por cómo se está tratando a los vecinos de esta capital y a sus representantes; cercados por demandas, bombardeados por la deslealtad de otras administraciones tan públicas como la nuestra. Porque resulta de una desfachatez rayana en el cinismo que se muestre públicamente un comportamiento tan dispar en dos municipios vecinos; aquí pongo todas las zancadillas para que esto no se haga, allí doy todas las facilidades y pongo todo el dinero necesario para que se realice.

Si en Santa Cruz pretendiéramos alterar una costa original con una playa artificial nos habría caído encima Costas, Medio Ambiente y la administración toda del régimen socialista, la misma que nos acusaba de alterar las inútiles laderas de Las Teresitas cuando se hablaba de construir allí. Porque es que ya no entro en si la playa se compró bien, como pensamos, o mal, como se nos acusa. Eso ya se verá y tendrá las consecuencias que tenga. ¡Es que la playa es pública, sea como sea! Y, por lo tanto, con independencia del final de las acusaciones y denuncias, el pueblo de Santa Cruz se merece ya un proyecto internacional y una playa digna.

¿Cómo es posible que sigamos aguantando en silencio resignado tanta injusticia sin que le hierva la sangre en las venas a nuestros vecinos? Esta capital fue la cuna de un movimiento social y político que cambió la historia de Canarias. Aquí nació y creció una fuerza que venía de los barrios, del pueblo, una fuerza incontenible e imparable que llevó la voz y la voluntad de estas Islas hasta Madrid y Bruselas. Tenemos que recuperar esa determinación, esa capacidad, esa voluntad de defender nuestros derechos y nuestras aspiraciones.

Quienes piensen que han frenado nuestro desarrollo, que han detenido el progreso de Santa Cruz, es que no conocen a este pueblo. Cada día que pasa estoy más seguro de que algunos están despertando otra vez la férrea voluntad y el coraje de una ciudad que jamás, nunca, se ha doblegado ante la injusticia ni ha permitido que se le robe su destino. Este silencio no es el de los corderos, que no se engañen, es el de la calma que precede a la tempestad.

* Alcalde y diputado en el Parlamento

de Canarias