Onésimo Benítez sabe mucho de papas. Tanto que, a sus 78 años, el Cabildo insular le acaba de conceder el premio Tenerife Rural a la Conservación de la Biodiversidad Agraria y Mantenimiento de Prácticas Agrarias Tradicionales. Onésimo agradece el reconocimiento, pero recalca algo que cree mucho más importante: la vuelta al campo, la revalorización de la agricultura tras unas décadas de riqueza fácil que han sembrado de bloques, según denuncia, buena parte de las Islas y "llenado de casas ilegales la medianía". "La comida está en la tierra", recuerda para enfatizar que no se puede depender tanto de fuera ni olvidar los valores ecológicos y de vida sana que representa el campo.

Onésimo se ha dedicado toda su vida a las labores agrícolas, heredando la actividad de sus padres y otros antepasados. Eso sí, y por necesidades vitales, trabajó unos años a 2.000 metros bajo tierra en galerías de su municipio, El Rosario, y de Granadilla. También emigró en busca de prosperidad a Brasil, donde estuvo dos años, y Montevideo (Uruguay), donde se quedó seis años ejerciendo diversas actividades.

Pero siempre le pudo La Esperanza y el olor de la tierra. "Yo no me hallo bien sin árboles ni huertas", comenta de forma reiterada. En la actualidad, cuenta con una atractiva finca en La Esperanza y otros terrenos en diversas zonas, uno de hasta 22.000 metros cuadrados en la parte más cercana al monte. Su especialidad son las papas, pero sus fincas presentan frutales muy variados: aguacateros, almendros, albaricoques, caquis, nispereros, kiwis, breveras, manzanos, naranjos...

Su contribución a la agricultura insular ha sido tan relevante que el Cabildo ha acabado premiándole, entre otras cosas, por disponer de una colección de papas de 20 variedades diferentes, convirtiéndose en referente para técnicos y otros agricultores. Coloradas, blancas, terrentas (conocidas como "siete cueros" en zonas como el Norte), azucenas, negras, rosadas y variedades de importación son algunas de las papas que planta en sus terrenos, para lo que presenta, pese a su avanzada edad, un estado físico envidiable. Lo hace con la ayuda de su mujer, Nicosia, su hijo, fiel heredero de la tradición al convertirse en profesor de la escuela agraria de la Universidad, y de sus dos nietos, con los que confía en perpetuar su modo de vida que tantos buenos momentos y otros de dificultad le ha dado.

Entre los malos ratos, resalta la creciente incertidumbre entre los productores por los robos de cosechas enteras, por lo que exige al Cabildo que cree la figura de guardias jurados agrícolas que eviten estos hurtos. También exige más ayudas públicas para el sector y su gran sueño pasa porque los propietarios de muchas fincas las exploten o permitan que otras personas las aprovechen para reimpulsar la agricultura, impidiendo esos extensos terrenos llenos de maleza. Otro pesar que no disimula es la injusticia que cree que se cometió con él porque, pese a tantos años de trabajo en el campo, con papas, tomates y otros productos, así como en otras actividades, no le han reconocido ninguna pensión por no estar dado de alta. La única pensión no contributiva la disfruta su mujer y no supera los 200 euros, según señala.

Onésimo produce una media de 10.000 kilos de papas al año, todas de secano. En sus fincas de la zona alta planta dos veces en cada ejercicio, siempre sin sistema de riego y usando productos fitosanitarios para evitar el "maldito bicho que nos ha entrado y sus plagas". Además, le molesta mucho los altos niveles de nitrógeno "que perjudican tanto a la tierra".

Entre sus papas preferidas, incluye la "colorada de baga" y la terrenta. Su alta calidad la confirman cada fin de semana los muchos compradores que adquieren su producción en el mercadillo de Tacoronte, del que se alegra de ser uno de sus fundadores.

Onésimo tiene claro que el presente y el futuro, como su pasado, está en el campo, aunque no confía tanto en que así lo vean los políticos. Como él remarca, y pese a la ceguera de muchos, "la comida está en la tierra". Siempre estuvo.