José y Mohamed salieron un día a pescar y, sin querer, han tenido una experiencia inolvidable. El motor de su barco se averió y ambos pasaron 32 días a la deriva en alta mar. Vivir más de un mes como un náufrago evoca libros de aventuras y cierto romanticismo. Pero la realidad ha sido muy cruda, entre el hambre, la angustia y la insolidaridad. Al final tuvieron suerte y el capitán de un buque les salvó la vida. Los marineros y pescadores tienen códigos de honor no escritos por los que la ayuda a cualquier compañero en apuros resulta fundamental. Pero eso no siempre es así. José y Mohamed pidieron auxilio a las tripulaciones de más de cincuenta embarcaciones y ninguna les hizo caso.

José Rodríguez López tiene 52 años y es natural de Huelva capital. Durante 27 años trabajó en la pesca, por lo que conoce el mar de sobra. Mohamed no llega a los 30 años, nació en Marruecos y "no tiene papeles" para residir en España.

José está en paro y un día se le ocurrió salir a pescar a 40 ó 50 millas de la costa con el fin de capturar algún "pescado grande". Para ello le pidió un "yatecito deportivo" de varios metros de eslora a un amigo. Estaba en un bar y se encontró con el joven magrebí, al que conocía desde hacía cinco meses. Le contó su idea de ir a "pescar" y Mohamed quiso acompañarlo.

A las 12:30 horas del sábado 21 de febrero partieron de Huelva, pero a las 18:00 horas ya se había estropeado el motor. Según Rodríguez López, la batería también llegó a agotarse y no hubo posibilidad de avisar por radio de su naufragio. En ese momento, para comer tenían dos tortillas de papas, fiambres y una decena de barras de pan pequeñas. Además, contaban con 20 litros de agua en cuatro garrafas. Esos productos alimenticios se les acabaron dos semanas después, mientras que el agua potable les duró algunos días más. Después llegaron a ingerir agua salada para no morir deshidratados.

José Rodríguez López tiene una hija, una nieta y dos hermanos. Fueron sus familiares, incluida su madre septuagenaria, quienes denunciaron su desaparición ante las fuerzas de seguridad.

A la deriva se alejaron, poco a poco, de la Península. José reconoce que rezó todos los días y luchó por la supervivencia con todas sus fuerzas: "Dormir era lo menos que hacía, casi siempre estaba mirando al horizonte para ver si pasaba algún barco", relata el náufrago español.

En esos días y noches se sobrepusieron a tres temporales, donde hubo olas de 4 y 5 metros de altura.

Pero los momentos más amargos surgían cuando grandes buques pasaban a pocos metros y no los ayudaban. Independientemente de que no los subían a bordo, tampoco les ofrecían "ni agua, ni comida, ni nada".

Hasta tal punto llegó la insolidaridad que una vez tiró una bengala al paso de un barco tripulado por orientales. Por megafonía escucharon unas palabras ininteligibles para José y Mohamed, pero pasaron de largo. Esos comportamientos "no los esperaba nunca en la vida", reconoció ayer José, "pues en la mar siempre se ayuda". Rodríguez López señaló que algunos nombres de esos buques ya constan en las diligencias instruidas por la Guardia Civil sobre el caso. El pasado lunes fueron localizados a 60 millas de la ciudad marroquí de Casablanca y a 600 millas de Tenerife. En esa ocasión, la tripulación del barco "Cueva Santa", del Grupo Boluda, sí se comportó de forma ejemplar. Ya pasaba de largo, pero el capitán, del que José no recuerda el nombre, dio la vuelta y los subió a bordo. José comenta que se portaron "muy bien". Después de dos semanas y media sin comida, los primeros alimentos que llegaron a su estómago fueron caldo de pollo, una manzana y una naranja. Su estancia en la Casa del Mar de Santa Cruz de Tenerife lo devuelve a la normalidad, mientras el compañero de fatigas seguía ayer en el Hospital Nuestra Señora de la Candelaria, aunque será repatriado en breve, cuando se recupere, pues ya tiene expediente de expulsión. Al preguntarle si volverá a pescar mar adentro, el andaluz responde que "si puedo, no, por lo menos hasta que pase un buen tiempo".