Duda a la hora de responder si ésta es la quinta o la sexta vez que visita Tenerife. "Por trabajo creo que son cuatro, aunque recuerdo que hubo algún viaje más por placer", señala Edith Fischer, afamada pianista chilena, que participará a las nueve de la noche de hoy en el ciclo que el teatro Leal de La Laguna dedica al género femenino. El programa "Marzo 8 mujeres" recibe así la visita de una reconocida intérprete que, como suele pasar con los grandes talentos del teclado, tuvo su primera cita con el instrumento siendo una niña. "Nunca me forzaron, mi encuentro con el piano fue natural", precisa Fischer, para quien "ésta sí que ha sido una amistad sincera".

El programa que ofrecerá en el Leal consta de las obras "Quince variaciones y fuga en Mi mayor op. 35", sobre la "Heroica" de Beethoven, y las piezas de Ravel "Jeux d''eau" y "Sonatine". En la segunda parte, la solista pondrá broche a su recital con el opus 9 de Robert Schumann, su célebre "Carnaval", que "no tiene nada que ver con el Carnaval de Tenerife", según se apresura a advertir la intérprete en tono de broma justo antes de acabar la entrevista.

-¿Interpretar a Mozart acompañada por la Orquesta Sinfónica de Chile con doce años fue un atrevimiento o un "pecado" de juventud?

-Ni una cosa ni otra (ríe). Aquel no fue un pecado sobre el que yo pude decidir, sino que fueron otras personas las que confiaron en mí. Hermann Scherchen, un gran director de orquesta ya fallecido y que era toda una autoridad, me vio ensayar un día junto a mi mamá, que tocaba el clavecín. Se quedó inmóvil, pero no me dijo nada. Era una persona reservada. Al día siguiente, contactaron conmigo por teléfono a instancia suya y me propusieron ser solista en un concierto de Mozart.

-¿No se sintió intimidada por aquel ofrecimiento?

-Intimidada no; me sentí halagada. Además, creo que Mozart es uno de los compositores que mejor puede sentir de forma intuitiva un niño que tenga una buena cultura musical.

-¿Alguna vez tuvo la sensación de ser un niña prodigio?

-Nunca. No me sentí así porque mis padres eran músicos y yo estudié música de forma muy natural. No me acuerdo la edad con la que empecé a tocar, pero, probablemente, el piano fue uno de mis primeros juguetes. No tuve la vida de una niña prodigio, salvo que me sacaron de la escuela muy pronto para ensayar muchas horas al día en casa; estudiaba piano y las asignaturas de las que me examinaba al final de curso; tenía que hacerlo así, porque si no, los días no daban para ir a clase y recibir clases de música. Jamás me sentí forzada y no daba más de un concierto por año, es decir, que todo fue bastante sencillo. Lo único que hacían ellos era sentarme en un taburete, pero era porque yo no podía subirme sola (vuelve a sonreír).

-En las experiencias musicales que vivieron su madre, su padre, su abuela... hay un factor genético que condicionó su vocación, ¿no?

-La herencia genética es importante, pero mucho más lo es tener una buena base musical, disponer en casa de una cultura amplia y en continua formación. Mi madre, mi padre, mi abuela la tenían, pero luego tengo, además, un hermano chelista, una hija pianista y un sobrino que es director de orquesta. Recibir clases y oír música en casa a todas horas fue algo definitivo en mi vida (reafirma con un gesto de felicidad).

-¿Otro guía decisivo en su formación fue el maestro del piano Claudio Arrau?

-Sin duda. Sí que lo fue. Aún creo que uno de los momentos más afortunados de mi vida lo viví el día que lo pude conocer. Era una niña y él venía mucho a Chile. Me escuchó tocar y, de repente, se convirtió en un buen consejero. A los diecisiete años me dieron la oportunidad de irme con una beca a Estados Unidos y no me lo pensé. En aquel momento sólo sentía la necesidad de aprender a su lado.

-¿Qué aprendió de él?

-Al margen de los conocimientos musicales, comprendí el significado de dedicar una vida entera a esta profesión, dedicación basada en conceptos tan valiosos como la disciplina, el respeto, la seriedad frente al trabajo y, sobre todo, la generosidad.

-Su carrera ha transcurrido entre los escenarios y las aulas. ¿Dónde se siente más cómoda?

-Son dos actividades paralelas. Nunca renunciaré a dar conciertos y la pedagogía tiene algo especial para mí. A lo que sí me he negado es a tener cerca de mí a un empresario a comisión que me obligara a ofrecer un gran número de conciertos cada año. En este sentido, nunca orienté mi carrera hacia un lado comercial.

-Entonces, ¿cree que los excesos comerciales pueden acabar por contaminar a la música?

-Creo que sí. Un músico tiene que tomarse sus tiempos porque el hecho de estar tocando todos los días limita muchísimo su repertorio. Los excesos no son buenos, ni para un músico ni para el público que lo escucha. Al final, sí que puede tener un efecto contaminante. La música, cuando es sincera, es el reflejo de la vida y si una persona no tiene tiempo para vivir difícilmente puede transmitir normalidad.

-Tradicionalmente, los pianistas centroeuropeos o eslavos han tenido un gran peso en las programaciones. ¿A qué lo atribuye?

-No creo que sean más ni mejores que un pianista francés, alemán, italiano o español. Es verdad que hay una tradición, pero hoy en día existen otros factores relacionados con la densidad de una población y, sobre todo, la calidad musical de la misma. En China, por ejemplo, hay millones de personas que se siente atraídas por el piano, pero es que allí son muchos. Lo que no veo es que el balance final de grandes figuras sea tan desproporcionado como para creer que hay un lugar en la Tierra más favorable que otro para tocar el piano.

-¿Y usted, se imagina su vida sin el piano?

-A estás alturas me cuesta una barbaridad pensar qué habría sido sin él... Quizás, por eso nunca me lo planteo. Yo entré en este mundo de forma voluntaria. Todo lo que implique un sacrificio no es bueno.