Hasta 225 euros de entrada por poder asistir a lo que, en definitiva, es uno de los mayores eventos publicitarios del mundo de los videojuegos. Por primera vez en 20 años el E3 (electronic enterteiment expo) ha abierto sus puertas al público y 15.000 personas se han sumado a los más de 50.000 profesionales que durante tres días han abarrotado esta semana la feria en Los Angeles. Quizás eso ha sido lo más novedoso de una edición sin grandes sorpresas. Ni siquiera lo ha sido el lanzamiento de una nueva consola. Con un negocio que el 2016 generó 90.000 millones de euros en todo el mundo. La industria prefiere jugar a lo seguro. Se ha insistido en explotar las franquicias, secuelas o series, las conocidas como IP. En algunos casos se cambia el periodo histórico de la saga. Se añaden nuevos capítulos de universos que sigue siendo un filón. O simplemente se recuperan directamente clásicos con más de 10 años. El E3 ha servido para comprobar el todavía tímido empuje de la VR, realidad virtual, que, de momento sigue siendo una promesa a futuro. La capacidad de seducir se la ha llevado este año la compañía del fontanero más famoso del mundo de los videojuegos. De la mano de su exitosa consola recien estrenada y con nuevas aventuras para sus personajes de siempre. Y una alegría, la presencia de la compañía española Mercury Steam encargada recuperar un título mítico. Anuncios, muchos, el mercado del videojuego es especialista en alimentar lo que llaman HYPE, las altas expectativas, está en su ADN. De eso también hubo con pinceladas. Con títulos ni siquiera terminados. O que no veremos en 2017 pero que llevan años cebando. Tanto y de forma tan machaconaconamente se promocionan ya los videojuegos que se pone en duda la utilidad de ferias como ésta a las que se llega con pocas cosas nuevas que contar.