Ocho de la mañana. Los profesores del Joan Fuster van llegando al instituto. Muchos contienen la respiración donde ayer un compañero suyo perdió la vida a manos de un niño. Sus caras, sus gestos lo dicen todo. En la puerta cientos de velas, de flores y de mensajes recuerdan a Abel, el fallecido. Su intervención pudo salvar vidas. Hoy no hay clase, pero dentro les espera un grupo de psicólogos, los mismos que arroparon a los familiares de las victimas del avión de Germanwings.