Cuando la Guardia Civil de Barro ,en Pontevedra, fue alertada a las ocho de la mañana el cuerpo de Mónica, de 38 años, yacía en el suelo de la cocina con dos disparos de escopeta en la cabeza. Fue su propio marido, Daniel de 48 años, quien hizo la llamada. Cuando colgó se quitó la vida ahorcándose. Ella trabajaba en el servicio del autobús escolar y cuidaba de personas mayores. Él, albañil en paro. Ambos dejan dos niñas de doce y dieciséis años. A ojos de los vecinos se trataba de una familia sin problemas en la que no existían denuncias previas por malos tratos. En Barro, Pontevedra, nada hacía presagiar que Mónica se convertiría en la víctima número treinta y siete de la violencia de género en lo que va de año.