Seleccionaban a clientes de alto poder adquisitivo en un local de alterne y tras asegurarse de que eran un buen objetivo les echaban droga en la bebida, un cóctel de estupefacientes que les dejaba aturdidos y que les "hacía sentir como zombis". Con sus facultades mermadas, las prostitutas les llevaban hasta un piso de alquiler de habitaciones por horas y allí les desvalijaban la tarjeta de crédito, en algunos casos hasta 40.000 euros por servicios sexuales que no habían contratado.