Tras el encierro, salimos de casa con la mascarilla como una recomendación y se notaba. Después pasó a ser obligatoria en el transporte público; luego, en todo momento, si no se mantenía la distancia; hasta acabar siendo imprescindible desde agosto, 10 eternos meses. Su cuidadosa desescalada comenzaría eliminándola de los espacios abiertos: el campo, los parques, la piscina o la playa. Más inseguridad dan las terrazas, donde se reducen espacios y se acumulan más personas. Y tardaremos mucho en poder quitárnosla en los interiores de la hostelería, el transporte, los hospitales o los centros educativos. En el debate sobre cuando liberarnos de la mascarilla se mezclan las ganas con la prudencia. El empujón de una vacunación imparable acelerará aún más el progresivo adiós a la mascarilla.