La autoridades rusas estaba obsesionadas con detener al cerebro de la organización que estaba saqueando los bancos rusos. El ingeniero no estaba en Rusia; diseñaba sus ataques desde el sofá de su casa en España. Le ayudaban tres colegas del mundo virtual que había conocido en foros. Manejaba los cajeros en tiempo real. Avisaba por teléfono a las mulas cada vez que iba a sacar dinero del dispensador.