Ni la marea, ya muertos, ha tenido piedad de ellos. Los ha devuelto a la misma playa de la que huían. A Libia, de donde el viernes habían partido en lanchas casi de juguete rumbo a Italia. Se les identificará con un número, porque nadie sabrá su nombre. Aunque todos sabemos su historia. Es siempre la misma. La que el mar no se cansa de escupirnos en las playas. Si alguien este verano recorre en lancha los 100 kilómetros que separan el norte de África de la isla italiana de Lampedusa no sería extraño que se encontrara con una escena parecida a esta.