La historia enseña que las grandes revoluciones estallan por pequeños detalles. No se sabe qué depararán las protestas de Brasil, pero sí que comenzaron por una subida de 20 céntimos del billete de autobús. El mundo se enteró por el fútbol. La Copa Confederaciones proyectó el malestar social. Los abucheos a la presidenta Dilma Rousseff en el partido inaugural dieron la vuelta al mundo. Algo estaba pasando en Brasil, donde el fútbol es religión. La presidenta dijo haber entendido el mensaje y retiró el tarifazo. Pero la calle no se calmó. La calle no había ganado el partido, sólo había sido un primer gol en sus demandas sociales. Y quería más. Lo dejararon claro las más de un millón de personas que se manifestaron mientras España apabullaba a Tahití. Hartos de la corrupción política y de una sanidad y educación deficientes, exigían cambios profundos.