Parece que el caso es tocarle al toro las criadillas. La bravura de cartón tiene un límite y la última ha sido de blanco a este de Alicante. El mismo que hace unos años ya sirvió para que un enamorado le dijera a su novia: "Te quiero, Dori". En Mallorca, una legión de taurinos y de miembros del PP le devolvieron su color después de que al animal lo tapizaran de gay. Luego apareció florido para celebrar la primavera, en San Fermín, un artista le dibujó a su toro un Guernica anti-taurino y los ecologistas de Madrid le plantaron una mascarilla para denunciar la contaminación. Olvidando que a todo este arte le falta una pieza: los toros de Osborne son patrimonio cultural y su lugar debe estar bien alto, como el de Melilla, debe ser para que se vea bien desde Marruecos.