Marcos nunca hubiera imaginado que aquella tarde de primavera su vida iba a sufrir un giro tan brusco. Le hubiera gustado ir a la escuela, pero tenía que cuidar de las cabras. Su hermano Juan José y él habían pasado el día guiando al rebaño por los montes de Sierra Morena, y con la caída del sol tocaba regresar a casa. Esa tarde, Lucero, su fiel perro guardián, se comportaba de manera extraña. Nervioso y no dejaba de ladrar: un peligro les acecha. Con las últimas luces cuatro lobos surgen de la oscuridad, les atacan con virulencia y matan a cinco cabras. Para saldar la deuda con don Honesto, el dueño del rebaño, su padre vende a Marcos como quien vende un potrillo. El pequeño es llevado al Valle del Silencio, un remoto paraje de Sierra Morena, para ayudar a Atanasio, un viejo pastor que vive en una cueva aislado del mundo civilizado desde que perdió a su familia en la guerra. Con él, aprende los secretos del campo: a cazar, a trampear, a rastrear y a recolectar. Entre ellos surge una amistad muy especial. Por primera vez en su vida Marcos encuentra en Atanasio el cariño que nunca recibió de sus padres. Una mañana, el viejo cae gravemente enfermo y días más tarde muere en sus brazos. Marcos queda solo y completamente aislado con la única compañía de las cabras, de un búho real que duerme cada noche en el árbol seco a la entrada de la cueva, y de Minero, un hurón con el que Atanasio cazaba conejos y que se convertirá en su mascota. Con ellos crea una familia para combatir la soledad. Pero necesita un amigo, alguien que le de calor en las noches de frío, que le ayude a cazar, que juegue con él. Y ese fiel compañero aparecerá en un encuentro fortuito. Es Lobito, un lobezno de cuatro meses que cambiará la vida del pequeño.