El impacto ecológico de la sobreproducción cárnica es un hecho que no se puede negar. Se trata de una industria que consume la mayor parte del agua de la que disponemos, con los consecuentes problemas medioambientales que este hecho acarrea. La industria ganadera se lleva una buena parte del agua dulce que hay en el planeta. Para conseguir un kilo de carne de ternera se necesitan unos 100 000 litros de agua. Así lo estima el profesor David Pimentel, del Departamento de Ecología de la Universidad de Cornell (New York), con una cifra arriesgada, en contraposición con otras más conservadoras que hablan de unos 3.700 litros de agua.

Ante este baile de cifras, existen otros hechos incontestables, como que la producción industrial de ganado produce contaminación en ciertas capas subterráneas del suelo, así como en ríos y otras aguas superficiales. Esto se debe al uso de hormonas y antibióticos para el ganado. Además, esta industria es uno de los principales causantes de la deforestación y de las emisiones de Co2. Todo ello obliga a buscar una solución alternativa y es ahí cuando entra en juego la carne sintética.

El origen de la carne sintética

Para buscar el origen de esta carne sintética hay que remontarse al año 2013, cuando la primera hamburguesa creada de manera totalmente artificial fue cocinada y degustada en un restaurante de Londres. Era el resultado del experimento llevado a cabo por Mark Prost, un científico de la Universidad de Maastricht (Países Bajos) que durante años estudió la posibilidad de crear carne sintética.

Lo consiguió a través del cultivo en laboratorio de células madre extraídas de tejido animal (ganado bovino) mediante una sencilla biopsia. El proceso tuvo una duración de unos 3 meses, durante los cuales las células provenientes de músculo animal se alimentan a través de nutrientes naturales y crecen 'in vitro', sin la intervención de productos químicos.

El paso del tiempo permite que se fortalezcan y que creen un nuevo tejido muscular que se consigue mediante el estiramiento de las células, que se encuentran entre dos soportes de velcro. Esto es posible gracias a la tendencia innata de estas células, que se adhieren mutuamente formando algo parecido a filamentos de carne de pequeño tamaño y aumentando el volumen progresivamente. Cuando se compactan, ya se puede decir que se ha conseguido la carne sintética.

Pero antes de que Prost llegase al éxito, hubo predecesores que ya juguetearon con la carne 'in vitro'. Fue la NASA la que primero experimentó con la carne de laboratorio en los años 90, durante la búsqueda de alimentos que se conservasen en el espacio. En 2009, la revista Time consideró la carne sintética una de las mejores ideas del año.

En busca de la carne perfecta

Sin embargo, la textura nunca va a ser la misma de un filete de carne auténtico. Esto se debe a que la carne es algo más que proteína y fibra muscular, que es lo que da lugar a la carne sintética. En la carne intervienen la sangre, la grasa y tejidos diversos. Su ausencia cambia la textura de esta carne de laboratorio, pero también su sabor y su olor. Y es que, en origen, la carne sintética es insípida e incolora. El jugo de remolacha la dota del color rojo característico de la carne; mientras que el azafrán, la sal, el huevo en polvo y el pan rallado le aportan su sabor característico.

Para conseguir esta similitud, la bautizada como 'Frankenburger' (la primera hamburguesa creada de carne sintética) tiene un coste de unos 250 000 euros, lo que la convierte en inviable como alternativa real. De todos modos, el equipo de investigadores holandeses dirigido por Mark Prost se muestra optimista y apuesta por conseguir un producto más competitivo y mucho más barato. Para ello se servirán de los avances que la tecnología proporciona, así como utilizar la impresión 3D para la creación de filetes y chuletas.

Una apuesta de futuro no exenta de controversias

Los expertos creen que para 2020 podría estar en los supermercados y tratarse de una opción más a la hora de alimentarnos. Pero son muchas las voces que se preguntan si un producto creado en un laboratorio constituye una forma saludable de alimentarse. Los investigadores que trabajan en este proyecto responden a esta cuestión sin dejar lugar a dudas: sí, es saludable desde un punto de vista nutricional. Se trata de una carne producida en un laboratorio, pero en cuyo proceso no intervienen los químicos, algo que no se puede garantizar en muchas carnes tradicionales.

Lo que está claro es que la actual industria ganadera no es sostenible a largo plazo. Así lo demuestra la OMS, que asegura que en unos 40 años la demanda de carne por parte de la población mundial se duplicará y que no se podrá satisfacer con los métodos tradicionales. Ante esta premisa, solo queda buscar alternativas, y la carne sintética es la que más posibilidades tiene de convertirse en una opción real.