Cuanto más fuertes son las conexiones cerebrales funcionales, menos inclinado está alguien a castigar a otros por un comportamiento injusto, según las conclusiones de un estudio de la Escuela Superior de Economía de Rusia tras realizar un experimento de neuroimagen.

La interacción productiva y predictiva con otras personas es posible gracias a la existencia de numerosas normas sociales. Sin embargo, el hecho de que estas normas existan no garantiza que se cumplan: es necesario castigar a los infractores de las normas. Así es como diversas formas de castigo social actúan como herramientas para reforzar el orden y la cooperación en las comunidades. El castigo puede ser impuesto por la víctima de la violación (la segunda parte) o por un observador que no haya sufrido (una tercera parte).

Redes enteras de diversas estructuras cerebrales participan en la toma de decisiones sobre el castigo por parte de terceros. Las zonas clave son la corteza prefrontal dorsolateral (DLPFC) y la unión temporoparietal (TPJ). Los investigadores suponen que la TPJ evalúa el nivel de culpabilidad y la deliberación de la violación, mientras que la DLPFC recibe esta señal sobre la evaluación de la culpabilidad y la transforma en una decisión específica sobre el castigo.

La interacción entre el TPJ y el DLPFC es importante para tomar una decisión sobre el castigo. En su trabajo, publicado en la revista 'Neuroscience', los investigadores supusieron que la conectividad inicial entre estas áreas en un cerebro humano concreto influye en la disposición de una persona a imponer un castigo.

Para confirmar esta hipótesis, los investigadores realizaron un experimento de neuroimagen. Al principio, se registró la actividad cerebral de los participantes con electroencefalografía (EEG) durante un lapso de diez minutos. Durante este tiempo, los participantes no realizaron ninguna tarea y, durante los últimos cinco minutos, se sentaron con los ojos cerrados.

Este registro de la actividad cerebral en estado de reposo ayudó a realizar un análisis posterior para evaluar el poder de conexión entre las diferentes áreas cerebrales de cada uno de los participantes. Un total de 17 personas entraron en la muestra final, cada una en el papel de un tercero.

"En los estudios clásicos de neuroimagen, nos basamos en los datos que se registran mientras los participantes completan la tarea. Sin embargo, en los estudios en los que recibimos datos sobre la actividad cerebral en estado de reposo, podemos suponer, con ciertas limitaciones, cómo se comportaría una persona que ni siquiera ha visto la tarea", comenta Oksana Zinchenko, una de las responsables de la investigación.

El juego del "dictador"

Inmediatamente después del electroencefalograma, se encargó a los participantes que observaran a otras dos personas jugando al "juego del dictador". El primer jugador, el "dictador", recibía 40 monedas en cada intento, una parte de las cuales se quedaba para sí mismo, mientras que la otra se entregaba al otro jugador, el receptor. Las acciones de ambos jugadores estaban programadas, pero los participantes en el experimento creían que eran personas reales.

El papel del observador (la tercera parte) era el siguiente: cuando el dictador tomaba una decisión sobre el reparto de dinero, el observador podía "castigarle" por una decisión injusta. El castigo era una "multa". Sin embargo, para emitir una multa, el participante tenía que invertir sus monedas. El dictador recibía una multa que era el doble de la cantidad invertida. El dinero que les quedaba se convertía en un pago real por participar en el experimento.

Por ejemplo, en una ronda, el dictador decidió quedarse con 35 monedas y dar cinco monedas al receptor. El participante en el experimento decidió invertir 10 monedas en castigar al dictador, y se retuvieron 20 monedas de la ganancia del dictador en esta ronda.

Para todas las rondas con decisiones injustas, el nivel de castigo se calculó como la cantidad de dinero del juego que el participante estaba dispuesto a gastar para castigar al dictador. A continuación, se correlacionó el nivel de castigo con la conectividad entre la unión temporoparietal y el córtex prefrontal dorsolateral.

Los investigadores descubrieron que cuanto más fuerte era la conectividad entre estas dos áreas, menor era el nivel de castigo, lo que significaba que se gastaba menos dinero en castigar al dictador por decisiones injustas. Es probable que esta conectividad también refleje la inclinación a acumular pruebas contra el dictador. Otras investigaciones podrían confirmar o refutar esta hipótesis.

También se confirmó que el estado funcional de la TPJ en estado de reposo influye en la disposición de una persona a castigar a otros por la injusticia. Se supone que un TPJ más "sensible" significa que el comportamiento injusto provoca una señal de evaluación de la culpa más fuerte, a la que sigue una decisión más estricta sobre el castigo.