Belleza, sí. Belleza es el primer adjetivo que me viene a la memoria mientras recorro ese pedazo de tierra llamada Toscana. Ante mí se extiende un bellísimo tapiz de colores verdes y ocres en el que interminables hileras de olivos y cipreses dibujan una perfecta cuadrícula, sólo alterada por las manchas terracota que aportan sus villas. Es un escenario dominado por el color, la solera y la perfecta adecuación de la gente a su paisaje.

Como en la Atenas de Pericles podría decirse que aquí los hombres, los dioses, la naturaleza y la historia se han aliado para conseguir algo que se parezca lo más posible a la perfección. Aquí, como en Atenas, la concentración de obras maestras ha tenido lugar en medio de continuas luchas civiles y guerras con el extranjero. El decorado donde se implantaron 20 ciudades, cada una de las cuales sería, en otras latitudes, una auténtica capital, y cerca de trescientas comunidades, que ocultan otras tantas pequeñas maravillas, es de una excepcional variedad.

Así las cosas, ¿qué poeta puede resistirse a un amanecer en Toscana? Aunque no soy, ni de lejos, un poeta, yo tampoco puedo resistirme a los encantos de la Toscana y finalmente aquí estoy, al volante de un viejo Citroën, dispuesto a descubrir, sobre todo, sus tesoros mejor guardados.

He trazado mi particular ruta, dejando a un lado las ciudades más importante de la región (Florencia y Pisa), ciudades que por sí solas merecen un articulo completo.

La selección no ha sido fácil, sin duda. Cada viajero tiene sus caprichos, sus gustos. Pero las pequeñas ciudades que se retratan a continuación merecen el galardón a su gracia y a su belleza, y son parada obligada en un viaje completo e inolvidable.

Lucca

Al norte de Pisa, entre bosques de castaños y hayas, y extendido sobre una gran planicie, destaca Lucca rodeada por unas poderosas murallas construidas entre 1504 y 1645. Según dicen, son las fortificaciones mejor conservadas de Europa.

De fundación romana, hay mucho que ver en esta ciudad, por ejemplo los restos de un anfiteatro clásico, aunque éste pasa casi desapercibido ante la pureza de formas de su catedral, consagrada a san Martin. Dedicada al soldado romano que compartió su manto con un mendigo, su historia está descrita en la decoración de la iglesia, cuyas pinturas al fresco están separadas por diversos espacios cubiertos con losas de mármol de color rosa, verde y blanco. Sin embargo, está claro que perderse por las callecitas de la ciudad es uno de los mejores modos de conocerla. Tomad como referencia la conocida via Fillungo para descubrir algunas de las mejores iglesias del lugar.

Para continuar la visita a la ciudad sugiero recorrer otra calle, un poco fatigosa, es cierto, pero llena de encanto: el camino de ronda de las murallas fortificadas, que pasa junto a la exuberante campiña. Aquí, en los lugares más bellos y tranquilos de las colinas que rodean Lucca, se levantan más de 300 villas -las famosas villas toscanas-, residencias que los habitantes construyeron a lo largo de cuatro siglos.

Surgidas en el siglo XIV como pabellones de caza se convirtieron en grandes villas en el Cinquecento, gracias a las ricas familias burguesas dedicadas al arte y al comercio de seda que dejaron su profunda huella en el paisaje de Lucca y en su historia. Imprescidible es, por ejemplo, visitar el palazzo Pfanner, un imponente edificio reconstruido en 1667, en cuyo interior se esconde uno de los jardines más bellos de Toscana. ¡Qué mejor manera de concluir la visita a la ciudad!

San Gimignano

Siguiendo por el sur, en la ruta de Florencia a Siena por una carretera provincial, atravesando una campiña verde y opulenta, cubierta de viñedos y de extensiones salpicadas de colinas hasta donde alcanza la vista, algo llamará poderosamente nuestra atención.

De improviso, un peculiar bosque de torres se recorta en el horizonte: es San Gimignano, uno de los conjuntos medievales mejor conservados de Italia. Su estratégica ubicación, unida a los enfrentamientos que libraron güelfos y gibelinos -partidarios del papa y del emperador-, explica que en los siglos XIII y XIV se erigieran más de setenta torres de defensa en su núcleo urbano. Hoy sólo se conservan trece, y la más famosa es la Torre Grossa, de 54 metros, un auténtico espectáculo de potencia sobre el valle del Elsa.

Efectivamente, este burgo se yergue sobre una colina de apenas 334 metros de alto, pero el efecto que produce a simple vista es impresionante, como si dominase todo el valle.

Hay que entrar a San Gimignano por la única vía de acceso, desgraciadamente plagada de autocares llenos de turistas, cuya presencia en este rincón medieval es casi irreverente. Pero San Gimignano es un lugar protegido por la UNESCO, Patrimonio de la Humanidad, y sería igual de irreverente no visitarlo. Otro de los puntos emblemáticos en este burgo es la piazza dei Duomo, majestuosa con su palacio del Podestà y la logia de la Torre.

Merece la pena detenerse a contemplar los interiores de los talleres de ceramistas y orfebres: el tiempo se ha detenido en pleno Medievo, sin duda. Lo mejor en San Gimignano, sin embargo, es descubrir el burgo paso a paso, caminando por entre calles estrechas y pavimentadas con guijarros, entre portones de hierro, murallas y torres que evocan la memoria de legendarios episodios de damas y caballeros, soldados y príncipes de nobles familias que permitieron a los mejores artistas de Europa trabajar en las escuelas de Siena y Florencia, mientras los palacios de San Gimignano se ennoblecían con sus pinturas. Mucho, mucho es San Gimignano.

Volterra

Muy cerca de San Gimignano, se encuentra una de las pequeñas ciudades más extrañas de Italia, con las enormes torrenteras que la ciñen y que parecen dispuestas a devorarla. En una colina, entre los valles del Era y del Cecina, y rodeada de una doble hilera de murallas, una etrusca y otra medieval, aparece Volterra. Aferrada a un espolón de roca, desde lejos parece proyectarse hacia la campiña más perfecta y ondulada que jamás haya visto.

El aspecto de su trazado urbano, sus palacios y sus iglesias es medieval. Sin embargo, Volterra conserva muchos testimonios de su pasado etrusco, como la puerta del Arco y la Acrópolis; también la presencia romana resulta visible en los restos del teatro Vallebona, de la época de Augusto, y en los edificios termales.

Para contemplar una panorámica de la localidad hay que subir a pie hasta la piazza dei Priori, una maravilla medieval, donde se contempla un escenario emocionante sobre las ruinas del teatro romano, y donde se encuentran algunos de los monumentos más importantes de la ciudad: el palazzo Pretorio, la catedral, el Baptisterio y el palazzo dei Priori.

Sin embargo, la visita obligada aquí en Volterra es al Museo Etrusco que alberga una impresionante colección de más de 600 lápidas de urnas funerarias etruscas y romanas elaboradas con toba, terracota y alabastro.

Es mágica Volterra, anclada en la eternidad, muy animada, con calles deliciosas para pasear€ O simplemente para dejar pasar el tiempo.

Siena

Ya en pleno corazón de Toscana sorprende la que sin duda es la ciudad medieval más bonita de Italia, Siena. Siena dispone con su piazza del Campo, considerada como una de las tres más bellas plazas del mundo, de un decorado ideal para una loca commedia dell´arte: once calles desembocan en un escenario en forma de concha, cuyo desnivel incita a correr o a fijar un encuentro. Se siente presente la Edad Media, con su imaginación y su buen humor, en esta ciudad tan colorista, que rodean tres colinas de arcilla roja oscura, la "tierra de Siena".

Precisamente la piazza del campo acoge en julio y agosto la celebérrima fiesta del Palio. Ésta es, posiblemente, la más peculiar carrera hípica que se conoce: el 2 de julio y el 16 de agosto de cada año, todos los balcones de Siena se cubren con banderas y tapicerías. Es el día de correr el Palio, cuya tradición, que se remonta al siglo XIII, fue puesta de nuevo en vigor en 1632, con motivo de la llegada a Siena del gran duque Fernando II.

El Palio es un gran estandarte, con la efigie de la Virgen, que se entrega como trofeo al vencedor. Entre los 27 barrios de la ciudad se escogen 10 por suerte que disputarán la carrera en el Campo. La mañana del gran día, en la iglesia de cada barrio, se bendicen el caballo y el caballero. El preludio de la carrera viene marcado por un desfile con trajes del siglo XV. La prueba consiste en recorrer tres veces el Campo por un pavimento deslizante, cubierto de tierra amarilla. Por la tarde se invita al caballo vencedor al banquete triunfal. Su caballero, rodeado de una multitud de admiradores, recorre las calles de los barrios vencidos, blandiendo el trofeo y gritando: ¡Palio!, ¡Palio! Se trata de una mezcla, paradójica hoy día, del fasto y de la crueldad del Renacimiento.

Pero Siena es mucho más que la fiesta del Palio. Desde el siglo XVII, una ley protege el original trazado de la ciudad. Su urbanismo respeta de manera escrupulosa la altura de los edificios, la calidad de las restauraciones y el mantenimiento del característico tono ocre de sus fachadas, solamente interrumpido por la marmórea mole de la catedral, una espléndida muestra del arte románico en su momento de transición al gótico.

"Siena es un lugar que, más que cualquier otro, puede abrirte el corazón", reza la frase escrita sobre una antigua inscripción de la Porta Camollia. Y es verdad: Siena tiene un rico patrimonio artístico, con monumentos, iglesias y aristocráticos palacios que no pueden ni deben perderse.

Aquí me despido de mi particular periplo por la campiña Toscana, de sus verdes y sus ocres, de sus interminables filas de cipreses, de una peculiar forma de vivir la belleza€