El Gobierno de Pedro Sánchez termina el año con un balance económico positivo que no se debe a sus decisiones, sino a las que tomaron Mariano Rajoy y su gobierno antes de perder la moción de censura.

La Seguridad Social termina 2018 con 19 millones de afiliados, la mejor cifra desde el 2007; el paro registrado se sitúa en poco más de tres millones de desempleados, el nivel más bajo en nueve años y durante los últimos años se han creado 1.500 empleos cada día; el crecimiento del PIB, aunque se ha ralentizado al final del año, ha sido muy superior a la media europea y hasta el turismo, a pesar de los pronósticos, ha sido capaz de alcanzar un nuevo récord.

Y todo eso se ha conseguido, pese a la crisis catalana y gracias a la prórroga de los Presupuestos del Estado de Mariano Rajoy que el PSOE rechazó de plano en su día. Hay que esperar que el presidente no saque pecho, pero no hay que descartarlo tampoco.

Por el contrario, las actuaciones de Pedro Sánchez y su Gobierno no han aportado nada o casi nada a la economía. No ha sido capaz todavía de aprobar un Presupuesto para 2019, y si lo hace, el peaje que tendrá que pagar a los partidos independentistas catalanes y tal vez al PNV, puede lastrar el futuro de una manera muy grave.

Las pocas medidas económicas que ha tomado, por ejemplo las relativas al salario mínimo y a las pensiones y el aumento del gasto público, tendrán un efecto sobre la economía que es difícil medir ahora, pero que muchos expertos entienden que contribuirán a un desaceleramiento de la creación de empleo y del mismo crecimiento económico y a un aumento de nuestro endeudamiento.

Ninguna gran reforma de fondo, ninguna aprobación de las leyes que necesitamos parece posible con el actual reparto de fuerzas y Sánchez, previsto solo para casos excepcionales, como una herramienta de uso diario, con toda la inseguridad jurídica que provoca que se hurte al Parlamento el debate sobre asuntos de enorme trascendencia y que se actúe desde presupuestos populistas, puesto que las elecciones están cada día más cerca y Sánchez está dispuesto a hacer lo que sea y a pactar con quien sea tanto para retrasarlas como para no perderlas. O para que no las gane la pérfida derecha.

Esa ausencia de reformas y esa inseguridad se acentúan cuando todos los pronósticos apuntan a una desaceleración de las economías europea y mundial con una ralentización global que puede poner a nuestra economía en una situación de emergencia, precisamente porque en los últimos cinco años no hemos sido capaces de afrontar las reformas imprescindibles: educación, justicia, fiscalidad, pensiones, empleo.

De momento, la ministra de Economía, Nadia Calviño, va a rebajar la previsión de crecimiento económico para 2019. Y crecer menos significa crear menos empleo o destruir más.

Seguramente Sánchez ha aprovechado las vacaciones en Doñana y Canarias para preparar la Carta a los Reyes Magos y ya se nos anuncian "decenas de reformas estructurales para varios años".

Peligro, peligro porque hasta ahora, además del bloqueo institucional, salvo lo del salario mínimo y las pensiones, las mayores inversiones en defensa -muy silenciadas, eso sí- de un Gobierno en los últimos veinte años y el "master chef" de Tezanos en el CIS, este Gobierno no ha hecho nada relevante.