Santiguadoras y curanderas: el legado vivo de las mujeres que aún curan con fe y plantas en Canarias
En pueblos y medianías de las islas, persiste una tradición ancestral que mezcla oración, botánica y comunidad. Un patrimonio inmaterial que define la identidad canaria

Documental 'Curanderas Canarias. Tradiciones de Sanación'. / E. D.
En Canarias todavía hay mujeres capaces de curar con palabras, plantas y fe. Son las santiguadoras y curanderas, herederas de una sabiduría transmitida de abuela a nieta, que formaron parte esencial de la vida rural mucho antes de que los médicos llegaran a cada rincón del Archipiélago.
Aunque hoy su papel ha perdido visibilidad, su legado sigue vivo en pueblos de Tenerife, La Palma, Gran Canaria o El Hierro, donde aún se las busca para aliviar males como el mal de ojo, la culebrilla o el dolor de estómago. Su medicina es popular, emocional y profundamente vinculada a la naturaleza.
De los guanches a las oraciones cristianas
El origen de estas prácticas se remonta a los aborígenes canarios, los antiguos guanches, que usaban la naturaleza como botica: el drago para cicatrizar, la tabaiba dulce para la boca, el mocán para la barriga o la manteca del ganado para sanar heridas.
Con el paso del tiempo, ese conocimiento ancestral se fusionó con la religión católica y con influencias llegadas desde América —sobre todo de Cuba y Venezuela—, creando una medicina híbrida donde se mezcla el rezo, la planta y la fe.
El poder de la fe compartida
Las santiguadoras no solo curaban el cuerpo, también reparaban el ánimo. Bastaba con una oración, un gesto en cruz o una ramita de romero encendida para ahuyentar el mal. Pero, sobre todo, lo que sostenía la curación era la fe compartida: la de quien sana y la de quien cree en sanar.
“Mi abuela me enseñó a rezar el mal de ojo con agua bendita y una rama de ruda”, cuenta una vecina de La Orotava, que aún conserva la libreta donde anotaba las oraciones. “No es magia, es cariño y respeto por lo que no se ve”.
Parteras y sabias del pueblo
En el siglo XIX, cuando apenas había una veintena de médicos en todas las islas, estas mujeres eran la medicina del pueblo. Las parteras atendían partos en casas humildes, reconocibles por la sábana colgada en la puerta, señal de que una nueva vida estaba por llegar.
Eran figuras de confianza, respetadas y temidas a la vez, porque se movían entre lo sagrado y lo cotidiano. Conocían los secretos de las plantas y los rezos, pero también la importancia del silencio: muchas fórmulas se transmitían como un secreto familiar.
Patrimonio inmaterial de Canarias
Lejos de la superstición, las santiguadoras representan un patrimonio inmaterial que las instituciones culturales empiezan a valorar. Sus saberes forman parte de la identidad de Canarias, un territorio donde la salud se entendía como un equilibrio entre cuerpo, mente y espíritu.
Hoy, antropólogos y asociaciones de mujeres trabajan para preservar esta memoria colectiva, que sigue viva en la voz de las mayores. Como dice una de ellas, en el municipio palmero de Puntallana: “Lo nuestro no era brujería. Era amor y conocimiento. Y eso también cura.”
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