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La Juncia en Los Silos: entre riscos y silencio

El refrán “cualquier tiempo pasado fue mejor” encaja a la perfección con la realidad de este caserío, donde ya no queda ningún vecino nacido allí

La Tenerife Vaciada: La Juncia

Arturo Jiménez

Leticia Dorta Lemus

Leticia Dorta Lemus

Ser capaz de sorprender. Es una de las mejores habilidades de caseríos como La Juncia. En primera instancia, ese recóndito lugar, escondido entre los riscos de Los Silos, desprende una soledad apabullante. Silencio rodeado de vida inmóvil. Hasta que aparecen unos juguetones podencos que destilan alegría. La Juncia se abre a su propio cromatismo y se intuye el tiempo pretérito feliz y tranquilo en medio de la naturaleza.

No obstante, el refrán "cualquier tiempo pasado fue mejor" encaja a la perfección con la realidad de este caserío, donde ya no queda ningún vecino nacido allí. Solo viven cinco personas: un matrimonio extranjero con sus hijos. Un número confuso porque, según a quien se le pregunte, en La Juncia ya no vive nadie o viven cinco personas. Ser de allí aporta cierta importancia que clasifica a los vecinos.

Buscar mejor vida

Nieves González Acosta nació en La Juncia. Toda su familia es de allí, menos la materna que es de Tierra del Trigo, otro núcleo silense suspendido en la gravedad de varias fugas de agua y enclavado en el paisaje protegido de los acantilados de La Culata. Ella está en la faena diaria que realiza cuando visita la que fue su casa hasta hace 40 años: allí nació, vivió y también se casó. Con la llegada de sus hijos, decidió irse a vivir al casco del municipio porque "queríamos buscar otra vida para ellos. Para ir a la escuela había que ir por un camino chiquitito, pegado a un barranco en cualquier condición: con viento o con lluvia", reparte las palabras con desparpajo.

La tristeza de La Juncia

Esta silense, natural de La Juncia, no quiere fotos, ni vídeos. Lleva guantes porque estaba en las labores de sus huertas de papas y millo, es lo único que plantan porque la fruta "se la comen los bichos". Un gorro corona su cabeza y cuando la sombra se le escapa de los ojos, los arruga para enfocar hacia sus recuerdos: "La Juncia está triste", apunta. "No es como estaba antes", añade tras una pausa reflexiva. Entonces, empieza a decir quién vivía en cada una de las casas, hasta concluir que toda su familia era parte de este íntimo lugar. Señala cada uno de los inmuebles, casi todos ellos en buen estado de conservación, y hace la cuenta: hasta unas 30 personas vivieron allí durante el pasado siglo.

No vive nadie, pero siempre hay gente

Del mismo modo que habla de tiempos de plenitud vecinal, comienza un conteo regresivo y el éxodo rural que vació La Juncia, profunda hasta en su pronunciación, suma y suma. Eso sí, las idas y venidas durante los fines de semana son frecuentes. En La Juncia, al parecer, no vive nadie, pero siempre hay gente. Porque Nieves y su marido suben todos los días, "una gente del Sur viene todas las tardes, hay un chico de Tierra del Trigo con sus perros que viene a cuidar las huertas" y porque el arraigo es poderoso. "Aquí había una unión tan bonita. Siempre estábamos todos juntos. Si se mataba un cochino, comíamos todos juntos... Éramos unidos", dice González Acosta. Además del arraigo, siempre se vuelve a donde se fue feliz.

A propósito de esa solidaridad, en su mente se dibuja el recuerdo de la instalación del agua potable en las casas. Les dejaron las tuberías en lo alto del lomo y todos los vecinos colaboraron en bajar hasta el caserío cada una de las piezas: tubo a tubo. Su padre se encargó de establecer el reparto y ser el enlace vecinal con el Ayuntamiento de Los Silos, con Gaspar Sierra como alcalde entonces.

Más cerca de El Tanque

La vecina de Los Silos dice que ella no sirve para hablar, pero la charla no cesa. Avispada y entregada, explica la relación de La Juncia con El Tanque. Con el kilometraje como argumento, el caserío está más cerca de este término que de Los Silos, su municipio. Cruzaban caminos -a los que no se atreve a llamar senderos- ya inexistentes para llegar al pueblo tanquero. Lo hacían para ir a comprar, porque "aquí nunca hubo venta. O íbamos a Tierra del Trigo o a El Tanque. Cuando teníamos que comprar telas o zapatos, el destino era Icod de los Vinos", recuerda.

"Incomunicados"

Burros, yeguas o caballos eran las "bestias" que cargaban con la compra cuando se trataba de grandes cantidades. Entonces, uno iba hasta El Tanque, cogía la guagua hasta Icod de los Vinos y compraba. Otro calculaba aproximadamente una hora. Cogía al animal necesario, lo llevaba hasta la parada de la guagua y allí recogía al primero que había comprado en la Ciudad del Drago. "Aquí estuvimos mucho tiempo incomunicados", plantea. Sitúa la construcción de la carretera, actualmente perfectamente transitable, hace 50 años aproximadamente. Reconoce que "ahora vivir aquí no sería tan difícil como antes". Sin embargo, la lejanía penaliza constantemente a lugares con una tranquilidad incómoda, por momentos, como La Juncia.

Los animales, junto a la agricultura, fueron el principal sustento de la economía del caserío de las medianías de Los Silos. Cuenta Nieves González que no se practicaba el pastoreo como tal, "sino tenían las cabritas y las vaquitas en corrales. Había mucha huerta plantada y dejarlas sueltas era un peligro para la cosecha", explica. Ve unas gallinas por el patio de su casa y recuerda que sus padres también las tenían y "cochinos en los goros", se ríe. Ahora mismo, además de las aves que campan a sus anchas por la casa, tiene gatos y perros que ladran a la mínima presencia.

Ocupación

Los ladridos de los canes ahuyentan a posibles intrusos. González Acosta recuerda un angustioso episodio de la ocupación de algunas de las casas colindantes a su propiedad durante 2024. El riesgo aumenta en núcleos como La Juncia por la soledad del propio lugar. Resulta difícil imaginarse un período convulso, con la participación de decenas de agentes de varios cuerpos policiales, como el que relata la vecina en un lugar de tanta tranquilidad.

En el patio de la casa familiar se asoma tímidamente un columpio colgado de un gran naranjero. Nieves tiene cuatro nietos a los que les gusta "venir para arriba. Cuando pueden, porque cuando no tienen colegio, tienen fútbol o no sé qué cosa", dice entre carcajadas, divisando una infancia que está a mucha distancia de la que a ella le tocó vivir. Aunque fue al colegio en Tierra del Trigo, sí que tuvo que ayudar a sus padres en las tareas del campo: "Ir a buscar agua, cestos que hacían falta para recoger, sacos... lo que nos mandaran nuestros padres, teníamos que hacer", aclara. Los hijos y nietos de la silense tienen una suerte impresionante por tener un lugar como La Juncia para jugar y conocer la naturaleza a la vez. Es todo un privilegio.

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