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Cáritas despide a la Virgen de Candelaria con Café y Calor a ritmo de una Salve Rociera

La comitiva abandona el centro de la ciudad para adelantarse a la Cruz del Señor y Cuesta de Piedra, donde la murga Desbocados tenia previsto cantar

Caritas despide a la Virgen de Candelaria con Café y Calor

María Pisaca

Humberto Gonar

Humberto Gonar

Las campanas de la parroquia matriz de La Concepción, en Santa Cruz, comenzaron a tañer cuando el trono de la Virgen de Candelaria dejó atrás la Plaza de España. Era poco antes de las diez de la noche. Tras la misa de despedida, iniciaba el camino hacia su primera parada: el centro de acogida Café y Calor, en la avenida de Bélgica.

A esas horas, la avenida San Sebastián se convertía en una carretera cuya circulación, a pie, discurría en dirección contraria, en medio de un espectacular despliegue de la Policía Local.

En el tramo comprendido junto al antiguo Instituto de Meteorología reinaba el silencio. “Esto parece un desierto”, decía un voluntario mirando hacia los bloques apagados de viviendas. Se respiraba el silencio del aire, como si la segunda derrota consecutiva del CD Tenerife —que jugaba fuera— hubiese contagiado de desánimo a la avenida. Ni un alma asomada a las ventanas. Solo el eco de los pasos y el crujido del palo de un peregrino sobre el asfalto.

La escena se había animado antes, a la altura del mercado, en la rotonda que servía de punto de respiro. Algunos se preguntaban si la Virgen haría allí una breve parada. “Parece que no… sigue adelante”, decía un guardia. En Padre Anchieta, un perro chihuahua —de esos que todo lo observan con solemnidad— ladraba desde la acera.

En una esquina, una abuela en silla de ruedas esperaba envuelta en una bata y zapatillas de casa. Había bajado a la calle en pijama porque no quería perder la oportunidad de despedirse. Primero se situó en la acera derecha, luego en la izquierda, pero terminó pidiendo que la dejaran en la carretera. “Así la veo mejor”, pareció comentar al paso del trono que avanzaba ante ella.

A medida que el cortejo ascendía por San Sebastián, el cansancio se hacía notar. “Esto me recuerda cuando salimos por el puente de Las Caletillas y subimos por Igueste. ¡Madre del amor hermoso!”, exclamaba una mujer, apoyándose en un palo improvisado mientras el grupo encaraba la rotonda de República Dominicana. A cada paso, el aire pesaba más; el silencio también.

A la altura del desaparecido teatro Pérez Minik, uno de los vecinos de Duggi se asomó a ver la comitiva. Era un miembro del grupo “La Canción de la Risa”, Los Lejías, que acudió tal vez a pedir que la Virgen le echara una mano en el Concurso de Agrupaciones Gaditanas del próximo Carnaval.

El tramo final, hasta la avenida de Bélgica, fue casi en soledad, con más candelas que vítores a la Virgen de Candelaria.

Minutos después, la comitiva llegó al centro Café y Calor, el primer destino de la noche. Allí esperaban los voluntarios de Cáritas y algunos de sus usuarios habituales, emocionados, con las manos entrelazadas. La Virgen se detuvo unos minutos ante la puerta.

A las puertas del recurso Café y Calor —donde el primer teniente de alcalde, Carlos Tarife, aprovechó para abandonar la comitiva—, unas trescientas personas la recibieron con una salutación a ritmo de Salve Rociera. Tras una oración y más vítores a la Patrona, sonó un tajaraste marcado por la percusión, seguido de otra Salve Rociera y nuevos vivas a la Virgen de Candelaria.

La primera parada del regreso había concluido. La Morenita, vestida de azul turquesa, continuaba su peregrinar hacia la Cruz del Señor, mientras Santa Cruz saludaba por tramos a su Patrona.

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