45 aniversario de la tragedia del vuelo Dan Air 1008
La catástrofe olvidada de Tenerife: «Yo encontré los restos del avión»
Domingo Salcedo, la primera persona que halló el Boeing 727 que se estrelló el 25 de abril de 1980 en la montaña hace ahora 45 años, rememora aquel episodio «dantesco»

Andrés Gutiérrez

Aquella tarde de viernes fría y nublada Domingo Salcedo conducía su camión Fiat recién comprado. Iba hasta arriba de pinocha. Él y otro pinochero, Narciso Pérez, habían estado por las pistas forestales de los altos del Valle de Güímar, en las laderas de la Corona Forestal de Tenerife que dan al sur, recogiendo hojas secas de pinos.
Circulaban por la vía que desemboca en la carretera general que une La Laguna con el Teide cuando notaron un fuerte olor a combustible. Les llamó la atención pero siguieron de largo. Cuando descendían a La Esperanza, de regreso a casa, se pararon –como siempre– a tomar algo en el bar de Las Raíces. Lo que pasó a partir de ahí no se les olvidará jamás.
Poco interés en los aniversarios
El 25 de abril de 1980, hará este viernes 45 años, un avión británico lleno de turistas se estrelló contra la montaña del Diablillo, muy cerca de donde circulaban Domingo y Narciso. No sobrevivió nadie, lo que provocó una gran consternación en Canarias. Pero cada 25 de abril el aniversario de aquella tragedia apenas se ha recordado.
Nada que ver con los 27 de marzo, cuando se conmemora, esta sí con amplia repercusión mediática, otra catástrofe aérea ocurrida tres años antes (1977) y a solo 20 kilómetros de allí: el choque de dos jumbos en la pista de Los Rodeos. Sigue siendo el accidente con más víctimas mortales (583) de la historia mundial de la aviación.

Domingo Salcedo, la primera persona que accedió al lugar de la tragedia, cerca del punto del impacto. / Andrés Gutiérrez
La tragedia del Diablillo, por contra, ocupa el puesto 91 de la clasificación de los peores accidentes aéreos. Pero no por ello deja de ser desgarrador lo ocurrido en aquel pinar perdido que marcó profundamente a todos los que estuvieron allí. Y si no que se lo pregunten al mismo Domingo Salcedo, que fue además la primera persona en llegar al punto donde estaban regados los restos del avión, antes incluso que el operativo de rescate.
Regreso a la zona del impacto
Ataviado con un sombrero vaquero es evidente que Domingo, ahora con 68 años, conoce cada palmo del terreno. Mientras regresa a la zona del impacto con EL DÍA, rememora lo que pasó aquel día a partir del momento en que el dueño del bar Las Raíces le comentó que estaban buscando un avión por todo Tenerife.
Lugares, nombres y apellidos, imágenes que permanecen imborrables... Domingo se acuerda de cada detalle. Por muy increíble que parezca, habían pasado seis horas desde que el avión se estrelló (13:21 horas) pero nadie sabía dónde estaba.
Él ni siquiera sabía que estaban buscando un avión por toda la Isla. Habían estado aislados en pleno monte. En aquella época, además, no había teléfonos móviles, ni internet. Un periódico costaba 25 pesetas, había 17 cines entre Santa Cruz de Tenerife y La Laguna, el Gobierno de Adolfo Suárez atravesaba por una grave crisis y el presidente estadounidense Jimmy Carter anunciaba el rotundo fracaso de una operación estadounidense altamente secreta para intentar liberar a los 53 rehenes retenidos desde noviembre por estudiantes islámicos en la Embajada de EE UU de Teherán, Irán.

Imagen de archivo de la zona del accidente aéreo de 1980 en Tenerife. / E. D.
«El del bar nos dijo de repente que estaban buscando un avión y nos preguntó si por casualidad habíamos visto algo en esos barrancos parriba. No sabíamos nada. Nos comentó que unos aseguraban que estaba en la costa de El Sauzal o de Tacoronte, otros que había sobrevolado Las Lagunetas, cerca de donde estábamos... Entonces caímos en si aquel olor a combustible que habíamos notado cerca del mirador de Ortuño podía proceder del avión. Pues va a ser eso, le dije a Narciso».
Horas sin hallar el avión
No lo habían encontrado porque el aeropuerto de Los Rodeos, en el que el vuelo 1008 debía haber aterrizado pasadas las 13:00 horas, carecía de un sistema de radar avanzado. El clima tampoco ayudó. A eso de las 19:00 horas, justo al enterarse de la búsqueda del Boeing 727, otro cliente del bar de Las Raíces amigo de Domingo y Narciso, Epifanio Bacallado, les comentó si querían ir en su todoterreno a ver si era el avión. «Así hicimos», recuerda Domingo, que precisa que también se unió otro amigo, Patricio Gil.

Parte del fuselaje del avión tras el impacto contra la montaña. / E. D.
Era un chárter de la compañía británica Dan Air, especializada en viajes de vacaciones a Canarias y otros destinos turísticos. Despegó del aeropuerto de Manchester a las 9:22 horas con 146 personas a bordo. Todo iba según lo previsto pero la situación se empezó a torcer cuando había comenzado la maniobra de aproximación a Los Rodeos. A las 13:14 horas, el avión sobrevuela la cordillera de Anaga en pleno descenso, a 3.650 metros.
Comienzan los problemas
Según las conclusiones de la comisión de investigación, el Centro de Control Aéreo de Gando (Gran Canaria) lo transfiere en ese instante al aeropuerto de La Laguna. Justo Camín era el controlador al otro lado de la radio. Ordena una maniobra de espera. Un vuelo de Iberia, el IB-711, tenía prioridad para el aterrizaje.
Las 146 personas que volaban en el Boeing 727 británico fallecieron en el acto; el comandante tomó un rumbo erróneo
La aeronave estaba en perfectas condiciones. El 727 era un modelo de Boeing fiable, duro, muy utilizado entonces. Pero todo lo que podía salir mal, salió peor. El comandante, Arthur Whelan (51 años), se confundió al interpretar la ruta que le había marcado el controlador. Y eso que era su vuelo 59 a Tenerife.
Entre la mala comunicación del controlador y las dudas del comandante, el copiloto Michael Firth (34 años) y el ingeniero Raymond Carey (34 años), el avión se fue a donde no tenía que ir. Venía de Anaga y debía girar a la derecha, a la costa norte de Tenerife, para luego volver a girar 180 grados y enfilar la maniobra de aterrizaje. Sin embargo, se fueron a la izquierda y, sin saberlo, pusieron rumbo a las montañas.
El mirador de Ortuño
Ya empezaba a oscurecer cuando Domingo y los tres acompañantes pasaron el mirador de Ortuño, en la carretera general del Teide. No pasaba nadie. Una vez superado ese punto volvió el olor a queroseno. Era cada vez más fuerte. «Tiene que ser aquí», dijo Domingo. En una de las innumerables curvas, el olor a combustible de avión se hizo insoportable. Entonces decidieron meterse por una pista forestal que conocían bien. El mar de nubes no dejaba ver a más de 30 metros. El suelo y los árboles estaban húmedos.

El Boeing 727 de Dan Air que se estrelló contra la montaña del Diablillo, en Tenerife, el 25 de abril de 1980. / E. D.
«Nos bajamos del todoterreno y caminamos por una ladera», recrea el pinochero. «Allí vi el primer cuerpo: un gigantón de dos metros con un abrigo, muy cerca de la carretera general. El cadáver estaba entero. Tenía un reloj muy llamativo».
Cuando Domingo levantó la mirada y se fijó, los árboles estaban llenos de restos humanos, de ropa... El avión había impactado en la cara sur de la cresta del Diablillo pero muchos restos salieron proyectados a la cara norte y se quedaron trabados en los pinos. Este cadáver, precisa Domingo, estaría a unos 400 metros del lugar del siniestro.
Lleno de restos humanos
«Seguimos caminando hacia la cara sur y nos encontramos con el cuerpo de un niño, que tendría 14 años. Estaba entero pero tenía la cabeza escachada. Los cadáveres de este menor y del hombre grande fueron los únicos que vi enteros. A medida que avanzamos fuimos encontrándonos restos del avión y de otros cuerpos. Era dantesco. Las piezas, ninguna de gran tamaño, estaban regadas por todos lados y el impacto había creado una calva en el monte, que se había quedado negra por la explosión».
Para este esperancero, el siniestro no provocó un incendio porque la zona estaba muy húmeda. «Allí estábamos, en medio de aquella desolación, en medio del silencio. Por el camino nos intentamos preparar para lo que nos podíamos encontrar, pero lo que vimos finalmente era mucho peor de lo que imaginamos».

Estado en que quedó la zona del impacto poco después de producirse la tragedia en abril de 1980. / E. D.
El controlador de Los Rodeos había dado permiso al comandante para bajar a 5.000 pies. Son apenas 1.500 metros, una altitud muy poco segura para un avión que sobrevuela un territorio montañoso. La aeronave, encima, perdió toda visibilidad al adentrarse en un mar de nubes. Comandante, copiloto e ingeniero ni ven nada ni saben bien dónde están. «Esto no me gusta», suelta el comandante. «Quieren que sigamos dando vueltas, ¿no?», cuestiona el copiloto.
"Pull up, pull up"
De repente salta la alarma de proximidad al suelo. «Pull up, pull up», apremia la voz enlatada del sistema de alerta. «Levanta, levanta», significa. «Salgamos de aquí. Nos está llevando hasta terreno elevado...», pide el ingeniero. «Dan Air 1008, hemos recibido un aviso de proximidad al terreno», avisa el controlador. La conversación se recuperó de las cajas negras. La alarma sigue sonando. «Pull up, pull up...». La señal se corta de forma brusca. Son las 13:21 horas. Silencio. «1008... Dan Air 1008... Dan Air 1008...». Silencio.
Por poco se salvan
En el mismo pico del Diablillo, en plena frontera de los municipios de Candelaria y La Victoria, Domingo explica por qué se hubiesen salvado si el comandante, en su maniobra desesperada de evasión, hubiese girado a la izquierda. «Llega a girar a la izquierda o a ascender 50 metros y ese avión se salva. Si hubiese girado a la izquierda, no se habría topado con ningún pico. Habría salido a Candelaria bordeando la Corona Forestal. Y si no hubiese estado tan abajo, habría pasado por encima de la cresta de la montaña y pasado a la vertiente norte, a la altura de La Victoria».

Domingo Salcedo señala el pico de la montaña del Diablillo donde se estrelló el avión británico. / Andrés Gutiérrez
Cuando volvían Domingo, Narciso, Epifanio y Patricio ya apenas se podía ver. En la carretera se toparon repentinamente con una fila de vehículos de la Policía, la Guardia Civil, los bomberos, ambulancias que subían al mirador de Ortuño... El reloj ya había pasado las 20:00 horas.
Hacía más de siete horas que el avión se había estrellado. Domingo no sabe cómo se enteraron. «Muy probablemente fueron los vecinos de Las Lagunetas, que oyeron al avión sobrevolando sus casas». Esa noche, el operativo apenas pudo hacer nada salvo localizar la zona cero.
Al día siguiente
Al día siguiente, cuando desde primera hora de la mañana tuvieron lugar las principales tareas de recogida de cuerpos y restos del aparato, Domingo regresó con el practicante de El Rosario, Enrique Calero. Condujo por una pista alternativa para evitar los controles que se establecieron en la carretera general. Allí asistió atónito a prácticas de pillaje. «Algún que otro listillo sin escrúpulos aprovechó la ocasión para llevarse objetos de valor. Yo no hubiese podido: me habría matado la mala conciencia».
Tanto tiempo después, Domingo Salcedo sigue viviendo en La Esperanza y ha abandonado toda una vida dedicada al monte. También trabajó de joven en las minas de fosfatos de Esmara, en el Sahara Occidental, pero no fue por mucho tiempo. Sigue saliendo de vez en cuando a darse una vuelta por los pinares aunque su principal afición es ver a sus tres nietos, a los que dice «adorar». «No hay día que no me acuerde de aquella tarde de 1980».

Memorial en el sur de Manchester de las 146 víctimas mortales de la tragedia del Dan Air 1008. / E. D.
El nombre de Whelan y los del resto de personas que murieron en el acto están hoy escritos en un memorial de un cementerio al sur de Manchester, donde los familiares depositan flores cada aniversario. Justo 146 rosas los recuerdan en Tenerife, en el exterior de la iglesia anglicana de Taoro, en Puerto de la Cruz. La placa dice en español, inglés y alemán: «Jardín Memorial de la Catástrofe Aérea. 25.04.1980». Y en la montaña del Diablillo, entre la pinocha, todavía quedan restos de aquella desgracia.
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