Puerto de la Cruz
Vidalina, una maestra de 97 años
Originaria de Vallehermoso (La Gomera) pero residente en Puerto de la Cruz, Vidalina Cubas es posiblemente la profesora más veterana de Tenerife
A sus 97 años, esta mujer con una vitalidad de hierro da clases en un centro de mayores
El Ayuntamiento portuense ha decidido rendirle un homenaje

Vidalina Cubas da clases de lectura en el centro de mayores de Puerto de la Cruz. / ANDRÉS GUTIÉRREZ
«No hace falta que me ayudes mi niña». A sus 97 años, Vidalina Cubas, una mujer nacida en Vallehermoso (La Gomera) y residente en Puerto de la Cruz, mantiene una vitalidad de hierro. De ahí que no permita que le echen una mano para coger los libros de las estanterías. Ella puede solita. No es de extrañar que sea monitora de lectura en el Centro de Día de Atención Social para Personas Mayores de Puerto de la Cruz. Da clases de lectura y escritura a una veintena de mujeres con una pasión que no se ha desgastado con los años, casi un siglo de vida ya. Utiliza libros de sus nietos y organiza las clases de tal manera que cada alumna recibe una atención especializada. Algunas copian una página de un libro y otras lo hacen con frases que les escribe la propia Vidalina. Se nota que la enseñanza es algo vocacional.
El Consejo Municipal de Mujeres del Ayuntamiento de Puerto de la Cruz le rendirá un homenaje el próximo día 28 en la Sala Timanfaya, junto a otras cuatro mujeres, para reconocer su contribución a la sociedad. Los premios forman parte del programa Retratos de Mujeres Portuenses. El compromiso social de Vidalina la ha llevado a ser la galardonada en la categoría de Educación y Voluntariado.
«Mi historia es un libro de dos kilos», asegura Vidalina con una sonrisa contagiosa. Nació en 1927 en Vallehermoso, La Gomera, y su infancia estuvo marcada por el aprendizaje. Con solo 12 años se trasladó a Tenerife junto a su madrina, quien estuvo presente en la mayor parte de su vida. Desde pequeña ha tenido una gran vocación por la enseñanza de jóvenes y adultos. Es la mayor de siete hermanos y tuvo que asumir grandes responsabilidades desde pequeña. Su madre falleció con 35 años en un parto. «Tuve que encargarme de todos mis hermanos junto a mi padre».

Vidalina, junto a sus alumnas. / Andrés Gutiérrez
A los seis años ya estaba escolarizada. Presume, entre risas, de ser «un coco» desde joven. Y es algo innegable. «Leía una lección y ya me la aprendía». Siempre le ha gustado la lectura pero no tiene un libro favorito porque «simplemente» lee cosas que le parecen «bonitas».
Vivió la Guerra Civil española con nueve años. Recuerda pasar miedo pero nunca hambre. Su padre tenía una finca con huertas en las que cultivaba tomates, batatas, papas, cebollas, bubangos... De ahí se alimentaban y, a la vez, ganaban dinero. «Los domingos nos mandaba a ayudarle y nos enseñaba a cuidar el campo».

Esta mujer de 97 años mantiene una vitalidad de hierro. / A. G.
Enfrentaron algunos peligros durante la época. Un vecino que pertenecía a la Falange, organización que fue cómplice de los horrores del franquismo, quiso denunciar a su padre por supuesta tenencia de armas. «Era un machete para poder cortar la comida de los animales», detalla. Y su madrina, que era maestra y fue quien le inculcó la enseñanza, fue acusada de realizar mítines en la escuela a favor de la República, lo que la llevó a ocultarse en Arona.
Pánico a los franquistas
Recuerda que en toda la Isla había pánico a caer en las garras de los franquistas tras la insurrección militar y la dictadura. Se acuerdo de una vecina perteneciente a la Falange que se dirigía frecuentemente a la playa a cantar el Cara al sol. «Vallehermoso se quedó agujereado; estábamos muertos de miedo», rememora Vidalina.
Pero ella y su familia no se movieron de allí, mientras otras familias se dirigían hacia los montes «huyendo con un burro cargado de comida». Añade que ellos se quedaron porque se negaban a irse de su casa: «Si estamos para morir, moriremos en nuestra casa tranquilamente».
En 1943, tras suplicárselo su padre, llegó a Tenerife con su madrina. «Arona no tenía luz ni agua, pero sí una escuela». El viaje fue un largo trayecto: desde donde les dejaba el barco hasta Granadilla en guagua y de ahí hasta Arona en camello. Fue todo el camino en la cruz del animal y estaba segura de que la iba a lanzar al suelo, pero se mantuvo firme. Vidalina y su madrina comenzaron a dar clases. Vivían en la parte alta de un inmueble que en la baja albergaba la escuela. Tras un tiempo, no se sentían cómodas en el lugar y decidieron marcharse. «Estábamos rodeadas de guardias civiles todo el tiempo».
Buenavista o La Orotava
Solicitaron un traslado y les ofrecieron ir a Buenavista del Norte o La Orotava. La zona que más les sonaba era la segunda. Aquí comienza su andadura por el norte de la Isla. La escuela estaba situada en Los Rechazos y había aproximadamente 60 niñas. Vidalina daba clase a las más pequeñas. Era la única escuela que había en la zona de El Rincón, Barranco La Arena y El Ramal. Mientras cada una daba sus clases, empezaron a aparecer niños de entre 14 y 18 años por las ventanas a observar lo que hacían. «Decían que si podían entrar, que no sabían escribir ni leer».
Con sus ganas de cambiar la situación y su involucración social, se dirigieron a hablar con el alcalde para solicitar un docente para esos jóvenes. Mientras se gestionaba, Vidalina les empezó a dar clase después de las 18:00 horas porque «era cuando salían del trabajo». Con el tiempo, llegó un profesor de San Sebastián de La Gomera, algo que a su madrina y a ella las alegró muchísimo al ser alguien «de la casa». A pesar de ello, nunca dejó de dedicar su tiempo a la enseñanza.
Esta gomera lleva toda una vida dedicada a la enseñanza, su gran pasión, en Tenerife
En los años 50 todavía no conocía Puerto de la Cruz a pesar de que estaba cerca de La Orotava. Las guaguas pasaban dos veces por la mañana y otras dos por la tarde. «Era más fácil caminar que pillar una guagua». Un buen día, sus amigas de la escuela la invitaron a ir a Puerto de la Cruz. «Me puse mi taconcito alto y bajamos a la Plaza del Charco a dar vueltas a ver si enamorábamos a alguien», cuenta con una sonrisa pícara.
Sus alumnas intervinieron hasta que una vez enamoré a un chico en el muelle. «Recuerdo que el agua llegaba hasta El Dinámico». Pero Vidalina no les dejó que se despistaran mucho de sus tareas y les pidió orden y disciplina.
Un día llegó la magia. Se topó con un chico «muy guapo» en la guagua. Sus amigas lo conocían y se lo presentaron. Así es como conoció al amor de su vida, al que fue su marido durante 60 años. José Guillermo y ella llegaron a formar una familia numerosa de siete hijos. Se mudaron a Santa Cruz de Tenerife porque él trabajaba en la capital. Cuando Vidalina quedó viuda, vendió la casa y comenzó a vivir entre los domicilios de sus hijos e hijas. «Me quería ir a un apartamento pero no me dejaron».
Asegura que está «más feliz que nunca» porque «puedo disfrutar de mis hijos, nietos y bisnietos». Les enseña que todo se consigue «con educación y perseverancia», como hizo ella con sus hijos. Las cosas han cambiado mucho. Del telégrafo y la radio se ha pasado a las redes sociales y la inteligencia artificial. «Antes no había tiempo para nada. La vida era o trabajar o cuidar la casa. No se podía hacer nada más».
Una oportunidad fortuita
Las aventuras de Vidalina no terminan. El destino la llevó al Centro de Mayores de Puerto de la Cruz. Se iba a quedar una semana acompañando a una amiga, Paquita, para que no estuviera sola tras una operación de corazón. En un abrir y cerrar de ojos, esa semana se convirtió «en cinco maravillosos» años. «Íbamos de aquí para allá todo el día con su coche. Nos volvimos inseparables».
Dando un paseo por Puerto de la Cruz, donde residían juntas, descubrieron que en el Centro de Mayores había una señora que impartía clases de lectura y escritura a personas analfabetas. Su nombre era Rosa, o «doña Rosa», como la llama Vidalina. Comenzaron a ir a las clases y cogieron confianza con ella.
Rosa se enfermó de la vista. No podía seguir ofreciendo las clases. Sabiendo el recorrido de Vidalina, le pidió si podía continuar su labor de monitora de lectura. Cuenta que al principio se negó pero la insistencia de Rosa la terminó convenciendo. Y casi sin planearlo, después de años sin pisar un aula, volvió cuando tenía 94 años.
El Ayuntamiento portuense reconoce su labor de monitora de lectura en un centro de mayores
«Gracias a Dios», como dice ella, sigue viva. Se ha caído seis veces pero sus huesos son de acero; su pasión por la enseñanza, inquebrantable; y su vitalidad y clarividencia mental oro puro. Le duele un poco la cadera, pero su bastón de flores la ayuda a caminar sin problema. «Lo único es que tengo un poquito de vértigo, si bien la cabeza la tengo bastante bien». Aunque no tiene título de profesora, su pasión por la enseñanza ha sido el hilo conductor de su vida, la actividad que le ha dado estabilidad emocional y la forma de encauzar su espíritu solidario.
Sus ojos le brillan cuando cuenta su historia, y aún más cuando habla de la docencia. Sigue dedicando su tiempo a enseñar y aunque se despista con algunas cosas, tiene una memoria impecable y envidiable. Porque Vidalina no es un libro abierto; es mucho más, una enciclopedia andante.
Las otras aficiones
Se maneja sola, con ayuda de sus hijos e hijas por si acaso, pero dice que echa de menos poder ir a comprar por su cuenta. También encuentra espacio para sus otras aficiones. Pinta, escribe, hace bordados y punto... Y eso que han pasado más de 35.000 días desde que nació en la Isla Colombina. «Ay mi niña, no te preocupes que yo puedo coger los libros. Hasta que el cuerpo aguante». Y vaya si aguanta...
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