Sin perder el norte
Corazón partido
Las vivencias de seis mujeres de diferentes procedencias afincadas en Puerto de la Cruz realzan la riqueza de la multiculturalidad

Corazón partido / E. D.
Marta Casanova
El ser humano tiene una enorme capacidad para adaptarse a los cambios, sobre todo en la infancia, una etapa que condiciona sin lugar a dudas nuestra forma de ser. Es lo que le ocurrió a Mohni Mansukhani y Duru Melwani, dos mujeres que llegaron al Puerto de la Cruz siendo niñas a principios de los años 60. Quedamos a tomar un café en el que fuera el bar Dinámico de toda la vida, en la Plaza del Charco. Son sus rasgos los que denotan la procedencia hindú, no así su acento, con giros muy nuestros que ponen de manifiesto toda una trayectoria vital marcada por el sentimiento de pertenencia a dos tierras, la que les acogió y la familiar, que define ese aspecto físico tan característico. Me interesa conocer sobre todo cómo fue su infancia en esa doble realidad, muy similar a la de otros niños y niñas que llegaron a la Isla de la mano de sus padres que aterrizaron aquí atraídos por el desarrollo turístico de Canarias y las oportunidades comerciales que se generaron entonces. En esos años, la India vivía su conocida división y los habitantes del actual Pakistán tuvieron que huir en el marco de una diáspora mundial que provocó la llegada a la Isla de los primeros hindúes, todos ellos nativos de Sindh.
«Aprender del Oeste sin olvidar el Este». Es lo que le decía la familia de Mohini, que regresó de la India a los 11 cuando su padre adquirió un local frente a la ermita de San Telmo, donde era conocido como El Patrón. Estudió en los colegios de La Pureza y La Milagrosa y recuerda de esos años a esas otras compañeras con las que compartía pupitre y tardes de paseos como cualquier otra niña de su edad, aunque de puertas para adentro las costumbres y la vida eran bien distintas. Dos culturas tan diferentes pero que hacían compatibles hasta que llegó el día en el que conoció al que sería su marido, con tan solo quince días de noviazgo. «No nos planteábamos otra vida porque crecimos bajo unas creencias que siempre respetamos y aceptamos».
Una vez casada, Mohini se marchó con su marido a Nueva York, donde él trabajaba, y allí paso doce años hasta que volvió a Tenerife. Durante los años en Estados Unidos quiso trabajar para ocupar su tiempo y entretenerse, pero fue su cuñado quien llegó a decir: «Las mujeres de mi familia no trabajan». Para Mohni Manskhani, más que machista, la sociedad hindú ha sido muy protectora con la mujer por el miedo a lo desconocido. Esta posición no la comparte Duru Melwani, que llegó a Tenerife también con 11 años junto a su hermano y su madre. Fue entonces cuando su padre, que residía aquí desde 1952, decidió traer al resto de la familia puesto que hasta ese momento sólo podían verse cada tres años, periodo vacacional que la empresa autorizaba para viajar a la India.

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Duru recuerda esos años con cierta sensación agridulce por un choque cultural que ella no llegaba a entender a esa edad. «Mi madre nunca se adaptó a esta cultura. No tuvo amigos canarios y eso quizás fue lo que la llevó a ser más restrictiva conmigo. Cuando llegué solo hablaba inglés y en un año ya sabía español y me relacionaba con la gente de aquí. Salía a escondidas en los carnavales, porque siempre he sido una persona muy abierta, y nunca entendí esa postura. Lo único que tenía claro era que debía casarme con una persona hindú porque ellos jamás hubieran entendido cualquier otra opción».
Duru Melwani se lamenta de haber vivido una juventud en la que no podía demostrar realmente sus sentimientos. Reconoce que no se casó enamorada de la persona que eligieron para ella dos meses antes y por referencias familiares, que «era como se hacían esos acuerdos aquí, a diferencia de la India, donde existía la figura de la casamentera, cuyo trabajo bien remunerado consistía en unir familias». «Me casé en cierta medida porque era una forma de obtener cierta libertad y tenía la intuición de que saldría bien, como finalmente ha ocurrido», matiza. Melwany y su marido cumplieron el pasado año sus bodas de oro. En relación al divorcio, reconoce que hasta hace muy poco no era muy común entre la comunidad hindú porque «la mujer se adaptaba a la vida que le había tocado fundamentalmente por un tema económico». «Desde pequeño nos inculcaron que el matrimonio es para siempre y la mujer es siempre la que acaba adaptándose porque no hay otra opción». Afortunadamente hoy en día esta situación ha cambiado. Aunque hemos conservado nuestra cultura, ya no son tan intransigentes a la hora de mantener tradiciones como esta. Con un hijo y dos hijas, una dedicada a la política, siempre ha tenido claro que la mejor opción pasa por dejar elegir a los hijos con quien quieren estar y cómo quieren vivir.

Corazón partido / Marta Casanova
Ambas reconocen que la Isla les ha tratado bien y que el Puerto siempre ha sido un municipio abierto y cosmopolita. Algo en lo que coincide Benedict von Levetzow, directora del Colegio Alemán, ubicado este municipio, que imparte formación a niños y niñas entre tres y doce años. Llegó a Tenerife en 1966 con junto a su hermana y su madre, Rosemarie von Levetzow, fundadora en ese mismo año del citado colegio. Un año antes, las tres habían pasado unas vacaciones inolvidables en el municipio turístico. Fue en ese momento cuando se percató de los numerosos niños alemanes que vivían aquí por aquel entonces. El interés de esos padres por darle una educación bilingüe a sus hijos, sin tener que desplazarse hasta Santa Cruz, donde existía el único centro educativo alemán, fue lo que motivó la llegada al norte de la Isla de Rosemarie y sus hijas.
Bene se siente profundamente canaria pero reconoce que no es lo habitual entre la colonia de alemanes que viven en el Puerto. Para ella, el idioma es quizás el principal hándicap para no relacionarse con la gente de aquí. «El hecho de no necesitar el español para su día a día es algo que en gran medida ha aislado a esta comunidad. Yo animaría a todo el que llega a aprender el idioma e inmiscuirse en la cultura del sitio donde vive porque la convivencia intercultural es muy enriquecedora». Su lema es «hablando se entiende la gente» y reconoce que en su familia hablan «alepañol».
Diferente es el caso de Luz María Díaz, que llegó al Puerto de la Cruz procedente de Cuba en 1993 después de una situación en ese país cada vez más complicada, dejando atrás a toda su familia y amigos. «Nuestro vino es amargo, pero es nuestro vino», afirma al hablar con cierta añoranza de una tierra que echa de menos a pesar de la buena acogida que recibió por parte de la familia de su padre, «a quien le intervinieron todas sus propiedades provocándole una profunda depresión que acabó con su vida». «Yo tenía un buen puesto de trabajo en Cuba, una buena casa que el Estado también se apropió». Su marido, licenciado en economía, y su hijo llegaron más tarde y comenzaron a trabajar como ella misma, que ejerció muchos años como profesora en el colegio San Antonio y siguió realizando aquí otros estudios como Teología o Matemáticas.

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Luz María destaca que, a pesar de la preparación académica y una trayectoria profesional ya consolidada, tener que empezar de cero aprovechando cualquier oportunidad que se presente resulta un poco frustrante paro no queda más remedio. De ahí que defina su vida aquí como una «involución en el ámbito intelectual y una evolución en cuanto a derechos y libertades». «La misma situación que viven hoy en día muchos cubanos y cubanas con títulos académicos y mucha preparación que cuidan a diario a los ancianos», detalla.
El baile era la pasión de Meliane Ndiaye, senegalesa que lleva viviendo en el Puerto desde hace 17 años. Fue en 1985 cuando salió de su país de manera legal con un contrato de trabajo: «Yo participaba desde los catorce años en un grupo de baile y tuvimos la oportunidad de viajar a Europa con esa compañía. Mi madre en ese momento me tuvo que firmar la autorización para poder venir». Meliane se casó y vivió en Lanzarote pero ese matrimonio no salió bien y vino al Puerto a vivir con su hermano que trabajaba en una sala de espectáculos en La Romántica, en Los Realejos. Se siente bien aquí, pero no reniega de sus orígenes africanos, de sus raíces, y piensa volver a su país cuando llegue la jubilación.
En estos años ha hecho buenas amistades que le han ayudado en muchos momentos complicados, pero reconoce que sigue habiendo racismo en la sociedad. Sin ir más lejos, sus hijos en el colegio vivieron situaciones de este tipo. «Había compañeras del que le pedían que le hiciera trenzas en el pelo a modo de burla y cuando llegaba a casa y me contaba lo ocurrido yo le decía que lo que tenía que hacer ella era estudiar como el resto y demostrar su valía. Así lo hizo y superó todos esos obstáculos porque es fuerte y hoy en día tiene dos carreras, una de ellas periodismo. Mi hijo quizás lo pasó peor porque llevaba peor ese tipo de situaciones», nos relata Meliane. A pesar de todo, prefiere quedarse con todas las buenas amistades que tiene porque «me quedo con todo lo bueno de aquí más que con lo malo que nos ha pasado». Sobre la grave situación que vivimos en la actualidad con la masiva de llegada de inmigrantes en pateras a nuestras costas, Meliane lamenta las pérdidas humanas porque está segura de que son más los que se quedan en el mar que los que llegan a tierra. «En Senegal, el Estado no te deja avanzar y no hay oportunidades, pero la salida no puede ser esta».
En la casa de Fátima Amsif no falta el plato de potaje. Estos días se encuentra muy atareada con la preparación de los disfraces de carnaval en su taller frente a lo que era el Parque San Francisco. En 2010 abrió su negocio donde confecciona y diseña ropa. Llegó al Puerto en 1992 cuando se casó con un marroquí que ya vivía aquí. Ella si se siente totalmente canaria con dos hijos nacidos aquí. «No reniego de mis raíces. Es más, visito mi tierra todos los años, pero considero que la cultura y la religión de cada uno se debe vivir de puertas para adentro. En la calle hay que abrirse y enriquecerse del entorno en el que vivimos». Considera que la sociedad portuense es muy abierta y se siente muy bien tratada por todos sus amigos canarios. Fátima culpa a los gobiernos de la tragedia que también viven muchos compatriotas que quieren salir de su país porque «son los políticos por intereses económicos los que permiten que esto ocurra, y si no, ¿por qué hay años en los que no se produce esta avalancha y en otros momentos si?».
Estas seis mujeres con vidas tan diferentes me han enseñado cómo las raíces están en cada uno y en cómo logramos adaptarnos al entorno. Conocer las diferentes culturas con las que convivimos nos enriquece y nos hace más tolerantes. ¡Qué suerte vivir aquí!
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