Sin perder el norte

La sal de la vida: la tradición ancestral que todavía se conserva en el norte de Tenerife

En la Caleta de Interián, en Los Silos, pervive la tradición de extraer este compuesto natural porque un grupo de mujeres continúa recolectándola en los charcos de la zona

La sal de la vida

La sal de la vida / Marta Casanova

Marta Casanova

Santa Cruz de Tenerife

Existe un rincón en el Norte que ha conservado una tradición ancestral que se remonta a cuando la agudeza humana comenzó a buscar la manera de sacar el mejor provecho a lo que el mar también ofrecía. Si la pasada semana hablaba del agua que emana de las entrañas de la tierra y de cómo la habilidad, unida a la necesidad, logró que el ser humano se adentrara a través de las galerías para obtener ese bien tan preciado, esta semana quiero acercarles otra actividad vinculada, de nuevo, con el agua, pero en este caso, del mar.

Una tradición que probablemente ya se habría extinguido si un grupo de mujeres no hubiera decidido continuar con la recolección de la sal que se forma en determinados charcos de la zona de la Caleta de Interián, en el municipio de Los Silos.  

Son unas cuantas familias las que aún realizan esta actividad por un interés más sentimental que económico. A pesar de que hoy en día se han incorporado algunos hombres, han sido las mujeres las que tradicionalmente se han encargado de todo el proceso de obtener la sal cuando se evaporaba el agua del mar que, previamente, habían depositado con cubos en las denominadas lajas, nombre que reciben estos huecos de roca volcánica situados en la costa. Esa sal resultante del proceso de evaporación que suele durar unos quince días, se recoge y se vierte en los secaderos. Una vez seca, se procede a limpiarla para eliminar cualquier resto que pudiera quedar.

Candelaria Méndez, conocida como Inmaculada, lleva más de 30 años desarrollando toda esta labor que consiste, además, en mantener los charcos en condiciones óptimas para que puedan producir la mejor sal, libre de impurezas. «No todas las lajas son iguales, hay rocas que no dan sal. Su ubicación y, sobre todo, el calor que recibe, son factores fundamentales. Sin sol no hay sal». Ella misma ha podido comprobar cómo en los últimos años se ha producido la subida del nivel del mar que ha afectado también a la situación de las lajas. Estas oquedades naturales son ampliadas a través de la construcción de pequeños muros de contención realizados tradicionalmente con una mezcla de agua de mar, barro, arena y ceniza. De esta forma se evitan las pérdidas de agua y el agua se estanca facilitando su evaporación.

En cuanto a la propiedad de estos espacios para su explotación, se encuentran bajo el dominio de Costas, pero el valor tradicional ha perdurado de generación en generación y se mantiene el respeto a la «propiedad» de la familia que la ha explotado durante años. En sus orígenes, la sal obtenida se llevaba a otros municipios donde hasta la segunda mitad del siglo XX se realizaba el trueque como manera de subsistir. Los lugares de costa como La Caleta de Interián llevaban pescado y, en este caso, sal, mientras que los del interior intercambiaban los productos del campo y animales.

El sistema de trueque en Canarias se remonta a nuestros aborígenes que ya intercambiaban entre sí productos como los cereales, frutos secos, la sal de la que hablamos hoy, pieles, etc. Con la llegada de los conquistadores esa actividad se mantuvo incorporando otros productos como el azúcar, las telas, etc. Su máximo auge llegó en los siglos XIX y XX cuando se convirtió en un sistema de intercambio entre personas que vivían en la cumbre donde se situaban los senderos de conexión entre el Norte y el Sur. Para recordar esa tradición se celebra cada año, en Santiago del Teide, la actividad de rescate etnográfico denominada Al paso de la cumbre, con la participación de más de 100 figurantes vestidos con trajes de la época que escenifican el intercambio de productos y servicios entre las diferentes zonas de la Isla.  

La sal de la vida

La sal de la vida / Marta Casanova

Candelaria suele participar en este tipo de eventos para que «la sociedad no olvide nuestras costumbres». Este afán le ha llevado también a servir como guía y explicar esta tradición a los turistas que llegan a la zona interesados por conocer esta actividad: «Algunas de las compañeras ven con reticencia que vengan los curiosos a vernos trabajar, porque temen que no cuiden la zona o ensucien las lajas, pero yo considero que es importante que se conozca lo nuestro para que se respete y se mantenga este legado intacto». Sus comienzos en esta actividad no se deben a una herencia familiar. Los charcos que ella cuida durante los tres meses de verano eran de la madre de una amiga suya a la que no le gustaba esa actividad y así es como ella se acercó y aprendió los secretos de la sal. Ahora son tan solo siete mujeres y tres hombres los que mantienen las lajas, pero en su caso, confía en sus hijas y su nieto para el mantenimiento de la tradición.                                                          

La producción de la sal en La Caleta es totalmente artesanal, a diferencia de la que se produce en otras islas donde se emplea maquinaria. Otra de las diferencias consiste en su origen, mientras que la sal del norte de Tenerife es de charco, las salinas de Lanzarote, por ejemplo, se empezaron a producir en el siglo XV con la conquista castellana, que trae la cultura salinera del sur de España y Portugal. Fue entonces cuando se construyen las primeras salinas en lo que era una antigua laguna salada en el norte de esa Isla.

Los beneficios de este tipo de sal son innumerables. Al proceder del agua del mar, es un producto totalmente natural que se obtiene gracias a la evaporación solar, por lo que conserva todas sus propiedades y no interviene ningún proceso químico. En la composición del agua marina hay hasta 80 oligoelementos, de ahí que la que se extrae de esta manera tan natural tenga una composición tan rica. Su alto contenido en minerales la hace también perfecta para aliviar patologías de la piel, por lo que se utiliza mucho para calmar irritaciones, mejorar la circulación y aliviar molestias en la piel. Candelaria es consciente de todas estas bondades del producto que nos da la roca marina en conjunción con el mar y, por ello, siente una gran responsabilidad a la hora de su consumo. «Quiero que su uso sea para el beneficio de la salud de las personas, por lo que a veces me he opuesto a venderla para algo que no tenga que ver con el cuidado personal como, por ejemplo, para secar carne u otros usos similares», recalca Candelaria.

Una vez realizado este reportaje y conociendo un poquito más esta tradición, me pensaré dos veces aquello que dice que «menos da una piedra».

Las imágenes reflejan las oquedades en las que unas pocas familias recogen sal, una actividad que se mantiene por un interés más sentimental que económico. |

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