«La acogida en Tenerife ha sido maravillosa y me siento en casa»

La ucraniana de Odessa Ana Vidogradova reside en la Isla desde abril de 2022 con su madre, Natalia, y su hermana Sofía, de 4 años

Desde la izquierda, Ana, su madre adoptiva, Montse, la biológica, Natalia, con la pequeña Sofía de la mano y Álex, el hermano tinerfeño. | | CARSTE W. LAURITSEN

Desde la izquierda, Ana, su madre adoptiva, Montse, la biológica, Natalia, con la pequeña Sofía de la mano y Álex, el hermano tinerfeño. | | CARSTE W. LAURITSEN / José Domingo Méndez

Ana cumple mañana (hoy para el lector) 18 años. Una edad clave para una adolescente de niña a mujer. El apellido, Vinogradova –con esa a femenina final característica del mundo eslavo– da una pista sobre su origen: Ucrania. Una bonita sonrisa ilumina constantemente su cara y a veces deriva en carcajadas. Está plenamente integrada en Tenerife y lo demuestra junto a su madre adoptiva, Montse Delgado, la biológica, Natalia, su hermana, la guapísima Sofía de 4 años y Álex, hijo de Montse transformado en un peculiar Darth Vader– es un fan de Star Wars–. Faltó Agustín, el padre. Comparten casa en La Laguna y forman una familia unida por el puente intangible que nexa Ucrania y Tenerife desde el año pasado. Juntos conmemoraron ayer el primer aniversario del comienzo de la guerra por la invasión rusa en la plaza Weyler de Santa Cruz.

Pero no siempre fue todo tan idílico si es posible decir eso con el conflicto bélico de fondo. Ana llegó a la Isla en abril del año pasado en uno de los primeros vuelos desde el país asolado por esta guerra en suelo europeo. Durante los primeros seis meses se negó a hablar en español pero todo cambió a partir de septiembre con el traslado a la casa de Montse. Esta veterana lleva la solidaridad por bandera desde hace décadas –llegó a tener diez ucranios a cargo–. Ahora prácticamente domina el idioma. «A todos ellos se les da con gran facilidad» apunta Montse

La joven expresa su satisfacción por tener «una familia maravillosa» sin distingos entre los de allá y los de aquí. Deja claro sus gustos gastronómicos: «El rancho que no falte y el gofio en la leche, amasado o en escaldón». Eso no significa que esta chica de Odesa no añore su país. Recuerda el borch, plato nacional. Una sopa de remolacha, papas y col. Montse tercia: «Mañana la haces en la fiesta». Cumpleaños por todo lo alto a la vista.

Desde la cercana parada del tranvía llegan Natalia, la mamá de Ana y, de su mano, la guapísima Sofía, de 4 años, el tesoro de la casa. A Natalia le cuesta mostrar alegría, pero al final se suelta. Tiene 44 años y recuerda su vida en la portuaria Odesa donde ejercía como juez. Ana demuestra su elevado nivel en geoestrategia: «Rusia quiere Odesa como quiso Crimea para tener salida al Mar Negro». Allí quedó Dmitriii, esposo y padre, y el resto de la familia como la del 90% de los que huyeron. Con él hablan cada día para saber cómo está y el devenir de la guerra.

Hoy, un día después del Año I de la guerra, cumple 18 años en la casa de Montse, su madre adoptiva

Ana destaca como federada e atletismo donde practica lanzamientos de jabalina, peso, martillo y disco. Además, hace de comer, ayuda e las tareas domésticas... Una joya, según Montse

No hay odio a Rusia ni a los rusos sino el deseo de que llegue la paz cuanto antes. Pero también se adivina orgullo de independencia y por haber aguantado todos estos meses el empuje de una fuerza militar superior en teoría como la del invasor. Resistencia y rechazo a la guerra en ese orden.

Apenas hay 50 personas en la concentración de Santa Cruz porque la mayoría vive y trabaja en el sur y prefirieron ir al acto de allí». Hay historias de todas clases. Por ejemplo, la de Denis, de Kiev, viudo desde junio del año pasado, a pocos meses de comenzar la guerra, y su pequeño Vladimir (7 años) que quieren rehacer aquí su vida tras huir de Ucrania vía Rumanía. O la de Sergi, que ejerce de traductor con diligencia. O la de Oleg, un joven, también de la capita del país que llegó en uno de los primeros vuelos organizados. Del otro lado amigos solidarios como Marian García Sanjuán de la ONG Canarias con Chernobyl, pionera en traer niños bielorrusos afectados por aquel terrible suceso atómico ocurrido en suelo ucraniano.

Ana proclama que quiere «diálogo y paz». Muy cerca se celebra el Coso infantil del Carnaval. A ella no le gusta demasiado, pero lo valora como la fiesta del pueblo que la ha acogido «maravillosamente». Montse lleva casi un año rodeada de ucranianos y no habla ni una sola palabra en esa lengua. Un curioso, por contra, decía al salir de la plaza Weyler que ya había aprendido una: pryvit; o sea, hola.

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