Granadilla viaja en el tiempo para recuperar la canariedad

El casco acoge una iniciativa para rememorar las tradiciones isleñas a través de los juegos, la música, los vinos y el teatro

Verónica Pavés

Verónica Pavés

El Casco Histórico de Granadilla de Abona retrocedió ayer en el tiempo. La calle Arquitecto Marrero, cercana al Ayuntamiento del municipio, amaneció como en aquellos días en los que los niños pasaban más tiempo en las calles que en casa. Suelos pintados de tiza, preparados para saltar a la rayuela, tablas con ruedas con las que deslizarse colina abajo, caballitos de madera, pelotas hechas con piel de platanera y hasta un dominó gigante.

Aquellos extraños juguetes alejados de la tecnología que hoy absorbe la mayor parte del tiempo de juego de los más pequeños, llama la atención de los pocos niños de la zona que se animan – en un día especialmente lluvioso – a acercarse a aquella representación única de las tradiciones canarias a través del juego. Esta actividad forma parte de la iniciativa Granadilla de Abona: Cuna de tradiciones, organizada por la Concejalía de Patrimonio Histórico del consistorio municipal cuyo responsable es Fredi Oramas. «Es una oportunidad para rememorar la vida de antaño al tiempo que ofrece a la posibilidad a los más pequeños de conocer otra época ya pasada», resalta el concejal.

La actividad está orientada a transmitir el pasado de los habitantes de la Isla a los más pequeños

En la calle, además de una completa muestra de juguetes antiguos, se encuentran varios voluntarios del Colectivo Cultural la Escalera ataviados con vestidos tradicionales canarios. «Nuestro trabajo es mantener y difundir las tradiciones de la isla, porque forman parte de la identidad de nuestro pueblo», asegura Inmaculada Hernández, una de las portavoces del este colectivo que lleva 27 años trabajando en recuperar la historia etnográfica de Canarias.

De la mano de su padre, un niño se acerca a los juguetes con cierto recelo. Le ha llamado la atención una carretilla en la que se han almacenado boliches de diferentes tamaños y colores brillantes y lo que parecen huesos de una fruta, pero le da demasiado miedo acercarse. Su padre, que se ha percatado de ello, se agacha a coger unas cuantas canicas de colores. Se las pone en su mano. «Yo jugaba a esto cuando tenía tu edad», le explica ante los atentos ojos del niño.

Otra pequeña, que ya ha probado varios juegos, se sienta en el suelo junto a un hombre ataviado con los ropajes típicos del siglo XX en Canarias, el tradicional traje de mago. El hombre, que es miembro de la asociación, de inmediato acude a la llamada de atención de la niña y comienza a darle instrucciones sobre lo que debe hacer para utilizar adecuadamente un dominó gigante hecho con madera y pintado a mano. «Solo tienes que buscar que tengan el mismo número», le explica. Después de una breve mirada de asombro, la niña empieza a jugar entusiasmada.

«El papel de los abuelos y los padres es fundamental, sus experiencias deben poder transmitirse entre generaciones», resume Mielina García, coordinadora del colectivo cultural. Lo sabe bien, pues trabaja en un centro de educación infantil donde ha podido comprobar cómo los niños cada vez están más alejados de la tradición canaria. Aunque el currículum escolar muchas veces no lo pone fácil, en este último curso ha decidido que, en cada actividad, los niños tengan que preguntar a sus abuelos.

«Por ejemplo, si hablamos de comida, les pedimos que hablen con sus abuelos y sus padres para ver cómo se comía en la época», reseña García. Este grupo de trabajo, asentado en La Orotava, está muy comprometido con la recuperación de tradiciones por lo que ve con algo de temor la situación actual. «Con la globalización estamos perdiendo nuestra identidad mientras asumimos una que no nos corresponde», añade Hernández.

Una muestra de fotografías en blanco y negro recuerda los oficios tradicionales isleños

Cerca de allí, emergiendo desde el Convento Franciscano San Luis Obispo, se aprecia un hilo musical que envuelve la plaza González Mena. La voz de Dulce Barrios, el timple de Alba Chávez y la guitarra de Jonay Marrero entonan melodías en honor a cada una de las islas. Los asistentes, sentados alrededor del patio canario del convento –tratando de evitar la lluvia– reciben las primeras copas de un vino blanco seco de la bodega familiar Bento.

La enóloga Maeva Tendero explica a los asistentes las características de ese néctar cultivado en las mismas tierras en las que se encuentran. Tendero explica que son las condiciones de sol durante todo el año las que permiten que la uva tenga ese sabor; aunque el día lluvioso no haga justicia de ese eterno verano.

De las paredes del convento también cuelgan fotografías en blanco y negro que muestran a hombres y mujeres del municipio trabajando en oficios más comunes de épocas pasadas, como los alfareros, pescadores o cesteros. Precisamente tras la comida, se realizó un taller formativo de iniciación a la roseta y a la alfarería tradicional para divulgar este arte que poco a poco se está perdiendo. La artesana Guiomar Zurita y el Colectivo El Tenique, respectivamente, mostraron a los asistentes los secretos para dominar estas técnicas artesanas. Técnicas que «cobraron vida» algo más tarde en una ruta teatral que devolvió el conocimiento sobre estos oficios.

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