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Enseñanza en Tenerife: «Comencé en la escuela con 85 años»

El Centro de Educación para Personas Adultas del área metropolitana, con sede en Tejina, forma a 472 alumnos de edades comprendidas entre 18 y 93 años

Enedina González, de 92 años, que lleva siete acudiendo a clave. Carsten W. Lauritsen

Enedina, Gregoria, María de los Ángeles, Élida y el matrimonio formado por Marcos y Nereida son algunos de los alumnos de la escuela de mayores de Tejina. Algunos no tuvieron la posibilidad de ir al colegio de pequeños; otros abandonaron los estudios para sacar adelante su familia... Más allá de los títulos, su vida es digna de estar recogida en los libros de historia. Volver a clase les supone recuperar la autoestima.

Ajenos a los días de comienzo del curso escolar o las pruebas de la EBAU –cuando acaparan los titulares de los informativos–, hay otra realidad no menos relevante que se vive en los Centros de Educación Para Adultos (CEPA), como el que tiene su sede en Tejina –de ámbito metropolitano– y que está formado por once aulas que se reparten por Punta del Hidalgo, Valle Guerra, El Pío, Portezuelo (Guamasa), Pedro Álvarez (Tegueste), Roque Negro, Los Batanes o Las Carboneras, entre otras, formada por 472 alumnos a los que atienden doce profesores de Educación Primaria y Secundaria.

Enedina junto a compañeros de la escuela, como Gregoria Suárez o Marcos Fernández. Carsten W. Lauritsen

Estos estudiantes tienen desde 18 años –también los hay de dieciséis con contrato de trabajo– hasta 93, como la alumna más veterana que recibe clases en Guamasa. 152 cursan estudios de Primaria, 115 de Secundaria, 164 de Bachillerato y el resto recibe formación básica de informática. Es el perfil del Cetro de Educación para Adultos del área metropolitana, uno de los 33 que existen en Canarias; aulas que imparte clase en horario de mañana y tarde, adaptado a la realidad de los alumnos, por lo que también han sido pioneros en la puesta en marcha de la plataforma on-line en aras de facilitar la adaptación curricular a la carta, teniendo en cuenta la diversidad.

Una de las maestras, Daniela Mejías. Carsten W. Lauritsen

Entre los alumnos, personas en paro, con familiares dependientes, con horarios de trabajo que condicionan la asistencia a la clase pero una satisfacción que se repite en cada caso: «Esta experiencia me ha cambiado la vida». Más allá del título está el impulso a la autoestima y al autoconcepto.

Muchos son los casos de alumnos como los que recuerda Elena Espinosa, la directora del CEPA de referencia comarcal que tiene sede en Tejina y que tiene su ámbito de influencia de tres ayuntamientos: La Laguna, Tegueste y Santa Cruz, que se han reencontrado con los estudios, como la joven que tuvo que dejar los estudios para ir a trabajar en los hoteles para sacar adelante su casa y retomó la formación con cuarenta y pico años. O la madre soltera que trabajaba en invernaderos de Valle Guerra y dedicaba la hora de su almuerzo a estudiar y, después de estudiar un ciclo de Rayos, le permitió acceder a un curso de Enfermería donde trabaja ahora.

Y lo mejor, la formación le devuelve autoestima y facilita oportunidades para trabajar. El acceso se realiza a través de una prueba que determina el nivel, en función del desarrollo personal y la habilitad en el mundo laboral, donde el principal reto, casi el más importante que hay que vencer, es el prejuicio de si valgo o no... A partir de ahí, se constituyen unos grupos que general cohesión grupal, para facilitar el aprendizaje desde un contexto amable.

Lo importante es querer aprender, no el tiempo que se invierta; de ahí la lucha del profesorado frente a los criterios de la administración que intenta limitar la permanencia de los alumnos. Por encima de todo: la formación básica integral que da paso a una segunda etapa, siempre en un ambiente de confianza y autoestima. De la mano de estos docentes vocacionales se hace realidad la máxima de que estudiar no tiene edad. Solo piden una cosa: #DameTiempo.

Entre los maestros que se han entregado a los ocho alumnos de esta aula de Tejina que acabó días atrás las clases, Daniela Mejías, natural de Gran Canaria que, aunque se inició en la Enseñanza de Adultos en Andalucía, este fue su primer curso en el CEPA de Tejina. Estos son algunos de los alumnos y sus testimonios desde el aula.

Enedina González Bacallado, 92 años.

Natural de Guamasa, en La Laguna, enviudó hace 31 años. Tiene tres hijos y siete nietos. Cuenta que desde que tenía doce años comenzó a trabajar como asistenta de hogar. Con 85 años comenzó a ir a la escuela: «Ya sé poner mi nombre», comenta con satisfacción. Más que un título, pone como ejemplo lo que ha aprendido: «Fíjate que ahora le pongo a mi nuera lo que me hace falta que compre por escrito ya sean cebollas, tomates o ajos», comenta en animada conversación, es el resultado de acudir a clase cuatro veces a la semana: los lunes y jueves de 16:00 a 18:00 horas y los martes y miércoles, de 17:00 a 19:00 horas. Agradece la entrega de los maestros que ha tenido, en el particular de Luis, que le ha facilitado el dominio con las Matemáticas, así como la propia Daniela –que está presente en la visita al aula de Tejina– y Maribel.

Gregoria Suárez González, de 86 años.

Natural de Roque Negro, es viuda desde hace 25 años. Tiene cuatro hijos y ocho nietos y bisnietos. «Seguramente le voy a decir en lo que trabajaba: recogía cisco», para explica que recogía leña en el monte. Y cuando no se dedicaba a esta ocupación se dedicaba a los lavaderos de Roque Negro, a cargar agua o plantar, ocupación principal esta última después de quedarse viuda. «No sabía hacer ni la ‘o’». «Comencé a venir a clase cuando tenía 60 años. Hoy me ponen un papel delante y sé lo que firmo; antes era mi orca y lo rubricaba», comenta con una eterna sonrisa. Y manda un mensaje a las autoridades que quieren poner permanencia a los alumnos de estas clases: «lo que ellos se gasta en comelonas que lo dediquen a los Centros de Educación de Adultos. Que se acuerden lo que nosotros nos sacrificamos cuando ellos eran chicos para que tuvieran una buena posición». Gracias a su entrega, dos de sus hijas son enfermeras, otra trabaja en cocina y otro en la compañía Titsa.

María de los Ángeles Rodríguez Suárez, de 78 años.

Nacida en Valle Guerra, contrajo matrimonio con 19 años. Primero trabajó en plataneras y luego alternó esta ocupación con la labor en casas de La Laguna, hasta que ya se casó con su esposo, que desarrollaba su labor en la Agencia Acuña y con quien tuvo seis hijos –en su mayoría se dedicaron a la construcción– y trece niños, más cuatro bisnietos. En su caso, de pequeña comenzó a ir a la escuela, hasta los 14 años, cuando se incorporó a la vida laboral y luego estableció su familia.

Élida Fragoso Paz, de 78 años.

Esta gomera de Hermigua estuvo poco en su isla natal, pues pronto su familia se estableció en Tenerife. Primero en Güímar, donde se dedicaron al empaquetado de tomates, hasta que conoció a su esposo, de El Portezuelo (Tegueste), que estuvo 22 años trabajando embarcado en un petrolero; ambos padre de tres hijos. Hace dos o tres años comenzó a ir a la escuela. «Sabía poco leer y escribir; ahora tengo una letra preciosa».

Marcos Fernández Pérez (86 años).

Nació un mes antes del alzamiento militar, el 18 de junio de 1936. Su padre había salido excedente de cupo hasta que comenzó la guerra y se lo llevaron tres años. Marcos nació en La Laguna hasta que con 22 años se estableció en Tegueste. Casado hace 62 años, tiene cinco hijos, uno de ellos fallecido. Dos son informáticos, otro capaz agrario y una hija trabaja en un hotel de La Laguna.

Se ganó el sustento trabajando cargando tierra en Valle Guerra, cuando no había maquinaria, para después dedicarse durante 17 años a la construcción, oficio que lo llevó a La Palma. De chico recuerda que fue a la escuela en una que duró pocos días, porque decidió no continuar después de que lo mandaran a formar y lo obligaran a cantar el ‘Cara el Sol’, como no se lo sabía completo, le costó dos tortas. A partir de ahí decidió no volver a la escuela. Retomó los estudios hace siete años, para acompañar a su esposa; una pareja inseparable modelo.

Nereida Acosta Bacallado, de 83 años.

Es la esposa de don Marcos Hernández. Se conocieron porque ella vivía junto a la obra en la que estaba trabajando quien a la postre se convirtió en su esposo; gracias a ella no solo constituyeron su familia sino que también él se animó a retomar los estudios. Como el resto de los compañeros de clase, son historia vivida de Tenerife, protagonistas incluso de episodios que no vienen en los libros de textos y que hoy ven cómo las nuevas generaciones, especialmente los políticos, no valoran el esfuerzo que ellos hicieron.

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