Una vez más, mi cantina anoche fue el termómetro para medir las ganas de carnaval de la gente. Sobre las once no cabía un alma y, como ustedes comprenderán, el tema de conversación era el fallo del jurado de las fases y lo que nos puede deparar la final de hoy. Apalancado en la barra estaba mi amigo Paco El Cabraloca; tío original donde los haya, quien me dijo que se iría pronto a preparar todo lo que necesita para esta noche.

Viendo mi cara de asombro, me explicó: Verás, esta noche son ocho murgas a veinte minutos, pero entre una y otra hay que esperar a que la tele ponga su publicidad, que, aunque estés en el recinto, te la tienes que tragar. Que haga sus entrevistas en el backstage, que se lean los mensajes de las redes sociales, un invento de este año al que Paco no le ve aliciente alguno. Resumiendo, que la final acabará como siempre a las tres de la mañana, a pesar de que el tiempo de actuación se redujo en diez minutos por murga. Por eso, El Cabra llevará en su mochila: un crucigrama para entretenerse entre murga y murga; dos bocadillos de casa, porque pidió una ampliación de hipoteca para comprar unos perritos en el recinto y se la denegaron; una crema para el cuello, relajante muscular, porque le tocó sentarse en una grada lateral; unos tapones para los oídos, para los finales de canción, y un traductor de canciones, porque con la calidad de sonido que tenemos este año entender bien a muchas murgas es como si te hubiera tocado el cupón de la once. Todo esto, en una buena mochila, es lo que Paco ha venido a llamar el pack de la final.