La catástrofe de Los Rodeos

47 años de la tragedia de Los Rodeos: reconstruimos el peor accidente de la historia de la aviación

Los testimonios de testigos de la tragedia de los Boeing 747 en la pista del aeropuerto de Los Rodeos permite reconstruir un accidente que sigue siendo el peor de la historia

27 de marzo de 1977: dos ‘jumbos’ chocan en la niebla |  EL DÍA

27 de marzo de 1977: dos ‘jumbos’ chocan en la niebla | EL DÍA / Ariadna Marrero / Daniel Millet E.D.

Ariadna Marrero

El 27 de marzo de 1977, hace hoy 47 años, amanece como un domingo normal en Tenerife. La mañana registra 20 grados de temperatura media. Acaba de empezar la primavera y el cielo se levanta despejado y con sol. En los 17 cines de la zona metropolitana de la Isla se exhiben películas como El halcón y la flecha y El reportero. La entrada a las salas cuesta 20 pesetas (0,12 euros). Ya falta poco para que se estrene la primera película de Star Wars, Una Nueva Esperanza.

Debido a que es domingo, hay poco tráfico aéreo en el aeropuerto de Los Rodeos. Pero todo se empieza a torcer de repente. La explosión de una bomba a las 12:30 horas en una floristería del aeropuerto de Gando, en Gran Canaria, y la amenaza de otra provocan el desvío de aviones al aeropuerto tinerfeño, en esa época un recinto muy limitado en espacio y medios técnicos. Gando se ha cerrado al tráfico aéreo.

27 de marzo de 1977: dos ‘jumbos’ chocan en la niebla |  E.D.

27 de marzo de 1977: dos ‘jumbos’ chocan en la niebla | E.D. / Ariadna Marrero / Daniel Millet E.D.

El atentado causa un solo herido, una mujer que moriría como consecuencia de las secuelas 16 años después, en julio de 1993, con 42 años. El atentado y el aviso de bomba los reivindica el Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario (Mpaiac). Entre los aviones desviados en pleno vuelo hay dos Boeing 747, conocidos como jumbos, unos gigantes que revolucionan la aviación comercial. Pesan 183.000 kilos, miden 71 metros de largo y tienen una capacidad nunca antes vista: pueden llegar a más de 500 pasajeros.

27 de marzo de 1977: dos ‘jumbos’ chocan en la niebla

27 de marzo de 1977: dos ‘jumbos’ chocan en la niebla / Ariadna Marrero / Daniel Millet E.D.

Dos Boeing 747, a Los Rodeos

En el momento del atentado, un jumbo de la compañía holandesa KLM, matrícula PH-BUF, se dirige a Gando en el vuelo chárter 4805. Despega la mañana de ese domingo del aeropuerto de Schiphol, en Amsterdam, capital de Holanda, con 14 miembros de la tripulación. Los 235 pasajeros –la mayoría holandeses además de 4 alemanes, 4 estadounidenses y 2 australianos– se dirigen a Gran Canaria a por la eterna primavera isleña. Van familias enteras con 48 niños y 3 bebés.

27 de marzo de 1977: dos ‘jumbos’ chocan en la niebla

27 de marzo de 1977: dos ‘jumbos’ chocan en la niebla / Ariadna Marrero / Daniel Millet E.D.

También en el aire, con rumbo a Gando en el vuelo 1736, se encuentra otro Boeing 747. Este es de la compañía estadounidense Pan American Airlines (Pan Am), matrícula N736P. Despega del aeropuerto de Los Ángeles (EE UU) en línea regular el día anterior, 26 de marzo de 1977, a las 01:29 horas (horario de Greenwich), ya noche en California. Hace escala en el John F. Kennedy de Nueva York, todavía el sábado 26, para repostar, cambiar de tripulación y recoger a más viajeros. A los 380 pasajeros les espera otra escala en Gran Canaria hasta el destino final. Como en el jumbo de KLM, la mayoría va con la cabeza puesta en unas vacaciones, jubilados estadounidenses que viajan a Grecia para embarcarse en el crucero Golden Odyssey con la idea de hacer un viaje de 12 días por el Mediterráneo. La aeronave holandesa aterriza en el aeropuerto de La Laguna a las 13.38 horas. A las 14:15 lo hace la estadounidense.

27 de marzo de 1977: dos ‘jumbos’ chocan en la niebla

27 de marzo de 1977: dos ‘jumbos’ chocan en la niebla / Ariadna Marrero / Daniel Millet E.D.

El controlador

Fernando Azcúnaga (Bilbao, 1935) reside en Tenerife desde que en 1964 lo destinaron a Los Rodeos. Antes fue azafato de Spantax. Era uno de los tres controladores de la torre ese domingo. Entra a trabajar a las ocho de la mañana. Lo relevan para comer y se reincorpora. Cuando lo hace, la situación ha dado un giro drástico. Empiezan a aterrizar vuelos desviados de Gando. El aeropuerto se colapsa. Es una instalación obsoleta, con una plataforma reducida, unos medios muy rudimentarios y carece de radar de superficie. Fernando Azcúnaga y sus dos compañeros se estresan. No pueden mover los aviones a su gusto. El nerviosismo se desata en la torre mientras unas órdenes solapan a las otras. Pero no imaginan que la situación puede a ir a peor.

Antonio Sierra (Madrid, 1940) es un joven jefe provincial de Sanidad. Está en el inicio de una larga carrera profesional que le lleva a la Dirección del Servicio Canario de Salud, a enseñar a muchas promociones de Medicina de la Universidad de La Laguna y a formar parte en la actualidad del Comité Científico que asesora al Gobierno de Canarias en la pandemia de la covid. El catedrático estaba en su residencia de jefe provincial, en la sede que Sanidad mantiene en la Rambla. Se echa una siesta con la idea de seguir estudiando. Prepara la cátedra.

27 de marzo de 1977: dos ‘jumbos’ chocan en la niebla

27 de marzo de 1977: dos ‘jumbos’ chocan en la niebla / Ariadna Marrero / Daniel Millet E.D.

El aeropuerto se satura

La inusual bomba del Mpaiac –ninguno de sus atentados anteriores había tenido semejante impacto– y la repentina saturación de Los Rodeos no son los únicos reveses de la tarde, ni mucho menos. La cadena de circunstancias adversas en apenas unas horas –imposible de repetir– no ha hecho sino empezar. Pasadas las 15:00 horas, todo lo que tenía que salir mal, salió peor.

El azar solo jugó a favor de una pasajera, una guía turística holandesa delgada y de ojos claros que va en el KLM. Robina van Lanschot viaja a Gran Canaria para de allí ir a Tenerife. Va a pasar 8 días junto a su novio, Paul Wessels, que se encuentra entonces en la isla tinerfeña por motivos laborales. Una vez que se anuncia que el jumbo va a ser desviado a Tenerife, Robina piensa que ha tenido suerte. Es a donde realmente se dirige. Así se ahorra el vuelo Gando-Los Rodeos. Pocas horas después se daría cuenta de que la fortuna es mayor de lo que pensaba. Robina realiza las gestiones para quedarse en Tenerife. Por los protocolos de seguridad, la compañía rechaza su petición. No permiten que un pasajero abandone la nave en medio del trayecto y menos cuando tiene equipaje en bodega. Pero gracias a su insistencia y a que entre los tripulantes está casualmente la hermana de su novio, Yvonne Wessels, la dejan bajarse del avión.

Van Zanten tiene prisa

A Jacob Louis Veldhuyzen van Zanten, de 50 años, capitán del jumbo de KLM e imagen publicitaria de la compañía, le entran las prisas ya desde el momento en que recibe por radio la orden de desviarse a Tenerife. Es un gran contratiempo si quiere cumplir con las estrictas normas de descanso de las tripulaciones. Si no sale rápido a Gando, excederá el número asignado de horas de vuelo y deberá hacer noche en Gran Canaria antes de volver a Amsterdam, lo que supone retrasos, gastos extras y una probable reprimenda de la compañía.

Por eso llena los tanques de combustible, una decisión que a la postre resultaría fatídica. La precipitación de Van Zanten se une a la enorme dificultad de los jumbos para maniobrar en una pista que no está diseñada para aparatos tan grandes. Este problema se pone de manifiesto cuando pasadas las 16:00 horas se comprueba que no hay más bombas en Gando, el aeropuerto grancanario reabre al tráfico aéreo –que es hacia donde se dirigían los dos Boeing 747– y el avión de Pan Am, que tiene a todos los pasajeros dentro, recibe el permiso para iniciar la maniobra de despegue. Instantes después, la misma orden llega a la cabina del KLM.

27 de marzo de 1977: dos ‘jumbos’ chocan en la niebla

27 de marzo de 1977: dos ‘jumbos’ chocan en la niebla / Ariadna Marrero / Daniel Millet E.D.

Gando reabre tras la bomba

Tras el despegue de tres aviones más adecuados para las dimensiones de Los Rodeos –un 737, un 727 y un DC-8–, los dos jumbos empiezan a moverse. Parecen elefantes en una madriguera. Se dirigen del estacionamiento a la cabecera de pista norte –dirección Tacoronte– para de ahí irse a la cabecera de pista sur –dirección Santa Cruz– y despegar, uno detrás del otro respetando la distancia de seguridad.

Cae una densa niebla

Justo en el inicio de esta maniobra, ocurre algo que lo termina de cambiar todo: una densa niebla cae sobre Los Rodeos en segundos, un fenómeno que ya conocen muy bien los vecinos de la zona. No se ve a más de 300 metros. El Boeing azul de KLM logra llegar a la cabecera de pista. El de Pan Am se tiene que apartar pero se lía con la salida por la escasa visibilidad y la inoperatividad –justo en ese momento– de las luces de pista. Se queda atascado porque, además, el ángulo de la salida que toma, la equivocada, dificulta enormemente el giro. Las comunicaciones con la torre no son tampoco fluidas. Hay muchos aviones en línea.

Momentos fatídicos

La impaciencia de Van Zanten llega al límite. Enciende motores sin el «ok». 17:05 horas. La niebla se hace todavía más densa. El KLM inicia el despegue sin permiso. Van Zanten no sabe que el Pan Am está atravesado en la pista, a solo 1.300 metros. Tampoco el capitán del Pan Am, Victor Grubbs, sabe que el KLM se le viene encima. No ven nada. Son las 17 horas 6 minutos y 12 segundos. Van Zanten suelta los frenos de su 747 y dice a su compañeros en holandés: «Nos vamos» («We gaan»). La torre contesta: «De acuerdo, espere para despegar. Le llamaré». Pero el KLM está en una maniobra de no retorno. No espera. Aumenta la velocidad. Supera los 150 kilómetros por hora. 17 horas 6 minutos 50 segundos. Enfrente aparece el Pan Am, a escasos 100 metros. El KLM intenta elevarse a la desesperada. El Pan Am también mete motores para salir de la pista como sea. Silencio en las radios. La niebla lo absorbe todo. Nadie ve nada más allá de la pista...

La dimensión de la tragedia

La guía turística Robina van Lanschot, que había abandonado el KLM, se dirige a Santa Cruz de Tenerife a encontrarse con su novio. Ni el propio Azcúnaga, que está en la torre de control, puede ver hasta la mañana siguiente la dimensión de la tragedia. Lo ha revelado en varias entrevistas de los especiales de EL DÍA y LA OPINIÓN DE TENERIFE en los diferentes aniversarios, de los que se extraen todos los testimonios de esta reconstrucción. «En el preciso instante de la colisión no me enteré, ni yo ni los otros dos compañeros. Lo supe cuando el piloto de un avión, detenido justo debajo de la torre, me dijo por radio que había fuego en la pista. Oí una explosión, pero me pareció que era lejana; no fue un ruido estridente. Nadie vio ni apenas escuchó el choque por la niebla. Cuando llamé a los dos jumbos y vi que no contestaban, pensé lo peor», recuerda el controlador.

Óscar Rodríguez, empleado de Iberia y testigo de la tragedia, relató que el KLM «estaba totalmente calcinado». Cayó a plomo tras impactar con el Pan Am y se incendió de inmediato al llevar los tanques llenos. «La niebla solo dejaba ver la inmensa bola de fuego si estabas muy cerca», recuerda Rodríguez. «Corrí alrededor del avión de KLM para ver si había alguien. Sin éxito. Cuando se abrió la neblina fue cuando vimos al otro jumbo. La práctica totalidad del avión estadounidense, salvo el morro, ardía». «Nunca entendí por qué no explotó. Caían chorros de combustible de las alas», remarcó el empleado.

Bragg, el copiloto de Pan Am

Robert Bragg, copiloto del Pan Am, fue uno de los supervivientes. Todos iban en ese vuelo. Tras el impacto eran 70 pero 9 fallecieron en los días posteriores. En el KLM no se salvó nadie. El balance total, jamás superado en la aviación comercial, fue de 583 fallecidos. La foto de Bragg herido, con camisa ensangrentada y desorientado nada más abandonar el avión, es una de las imágenes icónicas de la tragedia. Siguió volando hasta 1997. Antes de fallecer, en 2017, contó en varias entrevistas: «En un primer momento no pensé que el KLM se estuviera moviendo. Cuando vi las luces, me di cuenta de que sí se movía, pero no me lo podía creer. Cuando ya lo vimos con claridad, estaba ahí, sobre nosotros. Cerré los ojos y agaché la cabeza. Se oyó un estruendo, levanté la cabeza, miré atrás y vi el fuego». «No vi a nadie de mi tripulación», precisó Bragg. «No sabía dónde estaba el capitán. Luego me lo encontré en el hospital. Minutos después de dejar el aparato, vi que alguien se me acercaba. Era el director del aeropuerto, la primera persona con la que hablé. Me dijo que todo estaba bajo control y me llevó al hospital».

«Hay cientos de muertos»

A Antonio Sierra lo despertó de la siesta una llamada del gobernador civil, Antonio Oyarzábal. Esto reveló en varias entrevistas quien en aquel momento era jefe de la Sanidad tinerfeña. «Me dice que suba a Los Rodeos porque hay un accidente, pero no me especifica nada más. A la hora del almuerzo habíamos visto volando a los jumbos en dirección al aeropuerto sobre el cielo de Santa Cruz. Inmediatamente subí a Los Rodeos. Cuando llegamos, los accesos estaban cortados, pero había un montón de gente curioseando, algo que me llamó mucho la atención. El gobernador me estaba esperando y me llevó a una salita. Me informó de que había cientos de muertos».

Alejandro Togores es reportero gráfico de TVE en Canarias. Va a comer a Tacoronte. A la altura del aeropuerto ve al avión de la compañía norteamericana minutos antes de iniciar la maniobra de despegue. Pasado un reto, ve a una ambulancia que se dirige al aeropuerto. Y luego otra. Siente que algo gordo ha sucedido. Por ello decide dar media vuelta e irse a por la cámara. Togores apenas puede ver. No solo es la niebla, sino que además anochece. «Había tanta cantidad de cadáveres, de cuerpos desfigurados, calcinados... Pero lo que más recuerdo es el intenso olor a combustible y a quemado».

El fotógrafo Manuel Fandiño se encuentra en una fiesta en San Lázaro, a un solo kilómetro de Los Rodeos. Saca fotos a los invitados. Todo es diversión hasta que escucha un «golpe». «Sonó muy cerca», explicaría años después Fandiño. El humo se empieza a ver a través de las ventanas, saliendo de la niebla. Piensa que alguien está quemando algo, a lo mejor rastrojos, lo cual era habitual. Otro fotógrafo, Antonio Rueda, se encuentra en Bajamar, en la costa de La Laguna, a 15 kilómetros del aeropuerto. Allí suele pasar los domingos junto a su familia. Pasadas las 17:30 horas, a través de una pequeña radio, se entera de que algo grave ha pasado en Los Rodeos. «Cogí el coche y me fui directo».

Un escenario dantesco

Álvaro Hernández se encuentra en la Isla de vacaciones. Viene de Valencia, donde hace la mili. Entonces era obligatoria. En sus días de descanso, colabora con los bomberos voluntarios. Ese domingo está en casa con su familia, pero una llamada lo alerta. Al otro lado del teléfono, un compañero le comenta que necesitan ayuda urgente. «Salí corriendo desde que colgué», cuenta Hernández. Ya en la pista, todo es dantesco. Restos calcinados cubiertos por la espuma de los primeros bomberos, dos aviones prácticamente desintegrados por las llamas. Un reguero de trozos de las aeronaves –papeles, ropa, bandejas, mantas, restos humanos, piezas del fuselaje– quedan esparcidos por la pista entre los dos aparatos...

«Algo así no se puede olvidar»

El bombero profesional Elías Fernández tarda un minuto en llegar a la zona de la colisión. Estaba de guardia ese día en el puesto del aeropuerto. Eran diez, contando con el capataz. Había visto a los jumbos estacionados. Elías salió de ronda a la plataforma porque «había aviones por todas partes». «Donde cabían 10 se metían 20. Entre uno y otro había muy poca distancia», rememoró en una entrevista por el 40 aniversario de la catástrofe. Lo que se encontró no lo olvidará jamás, posiblemente los momentos más dantescos de la historia de Tenerife: «El KLM se deslizó por la pista 350 metros. Todos nos dirigimos hacia este aparato porque era el único que veíamos. Estaba ardiendo por completo. Ni siquiera se veía el azul de la pintura. En seguida algunos operarios nos avisaron de que había otro avión. Me giré y vi al Pan Am al fondo ardiendo por el centro. Entre los gritos de los heridos, de los operarios del aeropuerto y de los equipos de emergencia se formó un bullicio tremendo. No se entendía nada. El humo era negro pero las llamas eran de colores por la cantidad de materiales que ardían. Lo peor vino poco después: las tareas de recogida de los restos humanos. Algo así no se puede borrar nunca».

Un operativo «sin control»

Los fotógrafos Rueda y Fandiño se encuentran en plena pista del aeropuerto. A partir de ahí no se separan. Antonio Rueda recuerda la cantidad de guardias civiles y personal de la Cruz Roja que se encontraba en ese momento. «No había control», explicó, «estaba todo el mundo alterado». Ambos se centraron en hacer su trabajo pese a la extrema crudeza de lo que estaban retratando.

A las oficinas de Iberia acude el delegado de la compañía estadounidense, Juan Antonio Murillo. Tiene la ropa desgarrada. Estaba en la cabina del vuelo de Pan Am. Todos los que se salvan van delante, como él. Alejandro Togores continúa trabajando, mientras, junto a su compañero de TVE Jorge Perdomo. Ya noche cerrada, un trabajador de Cruz Roja les comenta que quiere enseñarles algo. Los lleva a la cabina del KLM. En medio de los rescoldos y con la luz que llega de uno de los focos del aeropuerto, ven el perfil de la cabina. Estaba hueca. «Cuando encendí el foco de la cámara, vimos el cadáver del piloto en medio de los restos. Entonces, el hombre que me había llevado hasta allí se echó a llorar», contó el cámara.

Los hospitales se saturan

Casto Viejo, médico residente de Traumatología en el Hospital Universitario Nuestra Señora de la Candelaria, se encuentra de guardia en urgencias esa noche. En cuanto el doctor Callicó le da la noticia, se va a avisar al resto de compañeros para que se prepararen. «En un primer momento me echaron. Pensaban que era una broma». Iba muy en serio. De hecho, al momento empezaron a llegar las ambulancias, que dejaban a los heridos y volvían otra vez. No había suficientes.

Muchos trabajadores del hospital se incorporan de forma voluntaria a sus puestos pese a estar de día libre. Lo primero que realizan es una cura de urgencia. «Les quitábamos la ropa, les limpiábamos y les envolvíamos en una sábana especial para quemados», relató Casto Viejo. «Después, les poníamos suero y les daban un calmante. Llevábamos los bolsillos llenos de calmantes». El médico subrayó «la espectacular respuesta que tuvieron los tinerfeños antes los llamados para donar sangre por la radio y la televisión». Los dos principales hospitales de la Isla, este de la Candelaria y el HUC, se colapsan.

950 muertos en los siete accidentes de Los Rodeos

Decenas de miles de referencias en internet, tres documentales, miles de páginas en las hemerotecas, libros, innumerables homenajes a las víctimas... El choque de los jumbos sigue siendo el accidente con más víctimas mortales de la historia de la aviación comercial. En segundo lugar se encuentra el ocurrido en el Monte Osaka, Japón, el 12 de agosto de 1985. Otro jumbo, este de la compañía Japan AirLines, se estrella contra la montaña: mueren los ocupantes, 520 personas. Además, era el sexto accidente aéreo de Los Rodeos desde 1964. No fue el último. Tres años después, el 25 de abril de 1980, un Boeing 727 de la aerolínea británica Dan Air, con destino a Los Rodeos, se estrella contra la montaña del Diablillo, entre Candelaria, La Victoria y El Rosario, a 1.600 metros. Los pilotos abortan el aterrizaje pues hay otra aeronave tomando pista pero se dirigen al lugar erróneo para dar el rodeo. Mueren los 146 ocupantes. Son siete accidentes aéreos en total que se saldan con 950 muertos.

Tras aquella tragedia, todo cambió. En 1978 se inauguró un aeropuerto internacional en el Sur –el Reina Sofía–, se mejoraron los medios de seguridad y las instalaciones de Los Rodeos, y se instalaron sistemas que prestan un apoyo vital a los pilotos en caso de niebla. No han vuelto a producirse accidentes y el aeropuerto lagunero cumple con todos los estándares de calidad. Ni siquiera se llama igual que entonces. Hoy es el Tenerife Norte Ciudad de La Laguna.