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El desafío ruso

«Solo quise salvar la vida de mis hijos»

Marina huye de la guerra pasando por tres países hasta llegar a la casa de su madre en Arucas

Marina, junto a sus hijos Yevsei y Yaroslav, y su madre Svetlana a la izquierda, en su casa de Los Altabacales, Arucas. | | JUAN CASTRO

Las explosiones se acercaban cada día más a su hogar, por lo que Marina tomó la difícil decisión de huir para salvar la vida de sus hijos. Dejó Ucrania para cambiarla por la tranquilidad de Arucas.

En un instante, todo cambió en la vida de Marina y sus dos hijos, Yaroslav y Yevsei. Tras dos semanas de intensos conflictos en los alrededores de su ciudad, Nikolaev (también conocida como Mykolaiv), en el sur de Ucrania y muy cerca de Crimea, zona autoanexionada por Rusia, sintieron explosiones en las inmediaciones de su hogar que hicieron que esta madre divorciada cogiera lo imprescindible y huyera de su patria, como tanta otra gente se ha visto forzada a hacer desde que estalló el conflicto a finales de febrero. "Solo quise salvar la vida de mis hijos", asegura. Y, por ello, emprendió un viaje de 96 horas que le ha traído hasta Los Altabacales, en Arucas, donde vive desde hace algún tiempo su madre, Svetlana, y el marido de esta, Edoardo, después de haber recorrido parte de su país en medio del conflicto, Moldavia, Rumanía y Hungría.

Era 9 de marzo temprano, el sol dejaba entrever algunos destellos entre las nubes, y el frío era intenso. De hecho, las calles estaban nevadas. De repente, un proyectil cayó a escasos metros de la vivienda de Marina. Cada día que pasaba, las explosiones y la artillería se escuchaban más cerca, por lo que, en ese preciso instante, decidió decirle a sus hijos que se iban, que empacaran lo necesario. Fueron únicamente dos pequeñas maletas con ropa de abrigo y lo más urgente. Sin embargo, el taxi que les llevó hasta la frontera con Moldavia, la más cercana a su ciudad, no les dejó cargar más que una de ellas, porque estaba lleno, por lo que la otra se quedó junto con sus recuerdos y sus mascotas. "No queríamos huir, queríamos quedarnos porque Ucrania es nuestro país, nuestra casa, pero cada día que pasaba estábamos más asustados", relata la mujer, ahora en la tranquilidad y quietud de la casa de su madre en los altos de Arucas.

Nikolaev fue atacada desde un principio, ya que se encontraba cerca de objetivos militares codiciados por los rusos en su intento de avanzar rápidamente hasta la toma de Kiev. Una situación tremendamente complicada, sobre todo para el más pequeño de sus hijos, de apenas ocho años, y al que le ha tocado vivir una situación que no debería experimentar nadie a su edad. Al alcanzar la frontera moldava junto con varios vehículos en comitiva, ya que era mejor para evitar contratiempos o ser asaltados, cogieron un primer tren en el que viajaron toda la noche a través del país para llegar a Rumanía.

Allí, otro tren les aguardaba para, durante 24 horas, viajar hacia Hungría. Y ya en Budapest, intentaron volar hacia España, donde les esperaban Svetlana y Edoardo, pero encontrar un billete fue imposible para esa misma jornada, teniendo que hacer noche en el propio aeródromo para probar suerte al día siguiente. Por un elevado precio, sí que compraron los tres asientos para un vuelo a Madrid, para lo que le ayudaron sus familiares. Cuatro días después, y casi en la medianoche, aterrizaron en Gran Canaria, con un gran cansancio acumulado, el miedo todavía en sus retinas, y las esperanzas de poder regresar más pronto que tarde a su hogar.

«Solo quise salvar la vida de mis hijos» Christian Afonso

En ese camino hacia la tranquilidad, se encontraron a muchas personas voluntarias que se desvivieron por tratar de facilitarles al máximo las cosas. En cada tren viajaron gratis, gracias a la solidaridad de las empresas y la empatía con la situación que atravesaban. "La gente está muy organizada, es increíble cómo tratan de ayudar a los refugiados ucranianos en todo lo posible", asegura Marina. Precisamente, un grupo de jóvenes les acompañó la noche que pasaron en el aeropuerto de Budapest para no dejarles solos, y al amanecer, se marcharon a sus clases en la Universidad. Un gesto que recuerdan con especial cariño. También durante todo el trayecto vieron a muchos compatriotas que abandonaban el país, en cada estación, en cada carretera e incluso en el mismo aeropuerto húngaro. 

Ahora, a miles de kilómetros del conflicto, han encontrado la tranquilidad de Arucas, aunque todavía necesitarán «más tiempo para poder olvidar» toda la barbarie que han dejado atrás. Yaroslav y Yevsei se aclimatan poco a poco a estar en una casa que no es la suya y a convivir con los abuelos. Ninguno de los tres había visitado Canarias antes, así que todo está siendo para ellos una novedad que les llama la atención, desde los paisajes «completamente distintos» a los que veían en casa, a las temperaturas suaves de un entorno más tropical. 

Familia desperdigada

Preguntada sobre si sus planes pasan por quedarse en Gran Canaria una temporada, Marina apunta que lo que más desean es poder regresar a su tierra «cuanto antes», siempre que las condiciones mejoren. «Probablemente, esperaremos a ver cómo sigue la situación, es nuestra casa de la que estamos hablando», asevera la mujer. Sin embargo, todo parece indicar que la Ucrania que se encontrarían podría ser muy diferente a la que abandonaron el pasado 9 de marzo, y por ello, ya han activado el plan B. «Si se alarga, tendremos que buscar algo, tendré que encontrar algún trabajo», agrega esta profesora de inglés, que en Nikolaev daba clases online a su alumnado. Una formación en línea que espera puedan continuar sus hijos desde aquí, una vez terminen una especie de vacaciones que iniciaron los centros educativos cuando comenzó la invasión rusa. Además, piden ayuda para poder adquirir ropa más ligera que la que trajeron consigo.

Svetlana, por su parte, está muy preocupada porque sus hijos y nietos están desperdigados por Europa. Y es que, además de Marina, tiene otra hija y un hijo que se encuentra combatiendo en Ucrania, al tener edad para ello. Su desasosiego se nota en cada poro de su piel, aunque al menos sabe que todos sus nietos se encuentran ya a salvo, cinco en Polonia y dos bajo su propio techo.

La hija y sus tres retoños huyeron del país pronto, y se han instalado en Polonia hasta que sea seguro su regreso. También están en el país europeo su nuera y sus otros dos nietos, en una casa de la que tendrán que marcharse a final de marzo, por lo que ya se encuentran buscando otra alternativa en la que poder quedarse. Pero la situación es muy complicada debido a la gran cantidad de personas refugiadas que han llegado a la nación desde que estallara el conflicto a finales de febrero, lo que ha provocado que sea prácticamente imposible encontrar un piso. 

En Arucas, por su parte, Yevsei juega con Edoardo en el salón, mientras su hermano tiene la mirada perdida. Al principio se mostraba tímido, pero terminó relatando cómo había sido su experiencia a través de tres países hasta llegar a Gran Canaria. Admite estar «un poco aburrido» porque no tiene nadie con quien jugar. Pero a miles de kilómetros de la guerra, ambos están seguros.

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