La emoción de las tablas regresó ayer a Icod de los Vinos después de un año de parón obligado por la pandemia del coronavirus. Ha vuelto el sonido de las tablas de tea, más tradicionales, y de las más veloces, recubiertas con fibra o metacrilato, deslizándose por las calles El Plano, Hércules o Los Franceses, donde se hace cantera con los más pequeños. Ha vuelto con la misma ilusión y adrenalina de siempre, pero en unas jornadas sin fiesta en la calle, sin chiringuitos, sin asadores y con aforos controlados, uso obligatorio de mascarillas y horarios limitados. Unas tablas diferentes en las que, incluso, se formaron colas para disfrutar del espectáculo en El Plano.

Cincuentones, cuarentones, jóvenes, adolescentes, una niña de 9 años o un bebé de 15 meses. Todos coincidieron este lunes deslizándose por la empinada calle El Plano sobre una tabla. Algunos, como Los tea negra, mayores de 40 años y tirando de tablas tradicionales para «volver a ser niños otra vez». A los más pequeños se les vio bajar con cuidado o acompañados, aprendiendo técnicas y viviendo sensaciones nuevas. Entre los jóvenes, muchos expertos en velocidad, saltos, giros de 360 grados y frenadas en caballito. Los más intrépidos, sin más freno que una montaña de neumáticos.

El alcalde de Icod de los Vinos, Francis González, ya había advertido de que el bando que ponía límites a la fiesta de San Andrés en 2021 lo había dictado «con todo el dolor» de su corazón, obligado por las restricciones que aún impone la pandemia del Covid-19. La organización funcionó, pero la afluencia de público desbordó el aforo de calles sin apenas espacio para el público. Las largas colas generaron quejas. En el Consistorio esperan que en 2022 por fin vuelva la normalidad.

«Nos subimos a una tabla y volvemos a ser niños otra vez», explica un miembro de ‘Los tea negra’

En las primeras horas de la tarde se pudo contemplar el espectáculo y la tradición sin agobios, lo que permitió a Patricia, de 42 años; su hijo menor, de apenas 15 meses, y su sobrina Leire, de 9 años, disfrutar del descenso de El Plano en sus tablas tradicionales de tea negra. «Vivimos en lo último de arriba de esta calle y, como tradición, les enseñamos a todos los niños y niñas de la casa a tirarse en la tabla. Leire, por ejemplo, se tira aquí desde que tiene tres años, como yo. Es una tradición de familia», explicaba una orgullosa Patricia.

Mientras aún se debatía entre sacar o no sacar el Caballero 2000, el gran tablón de cinco metros de longitud con capacidad para unas diez personas, Miguel Ángel disfrutaba del regreso de las tablas a Icod. «Teníamos muchas ganas. Esto así es un pelín descafeinado, pero gracias a Dios el Ayuntamiento ha hecho una gran labor y han podido celebrarse. Había muchas ganas de arrastrarse». Respecto a la afluencia de público, señala que la mayoría de los protagonistas de la fiesta prefieren que no haya mucha gente, ya que eso incrementa la peligrosidad y el riesgo de accidentes.

«Sacar el Caballero 2000 este año será muy complicado por las restricciones sanitarias. Hay ganas, pero la cordura nos frena un poco. Tenemos que ir todos muy pegados y necesitaríamos mantener las mascarillas todo el tiempo. No sé. Es tan difícil como que se cumplan los horarios y la gente deje de arrastrarse a las doce de la noche», subraya Miguel Ángel, padre de un niño de tres años al que también llevó a disfrutar de la tradición de una forma más tranquila y segura, «para que le corra la tea por las venas». Como buen vecino de la calle El Plano, sólo se pide vacaciones para los dos días de las tablas de Icod, el 29 y el 30 de noviembre: «No tengo otra fiesta en el año. Ni carnavales, ni navidades, ni fin de año, lo mío son las tablas. Esto es lo que he mamado».

Pablo, otro joven icodense, se arrastra sobre una tabla desde que tiene «dos o tres años». Tampoco falla nunca y este lunes volvía emocionado a disfrutar con la tabla que hizo junto a sus amigos en casa. La suya es una tabla tipo del siglo XXI. Pequeña, con una capa de metacrilato para que deslice más y con dos barras laterales para levantarla en el salto y facilitar la frenada antes de las gomas. Algunos usan un cojín de gomespuma para amortiguar un poco el impacto después de los saltos.

Para Pablo, «la sensación de tirarse no se puede explicar con palabras. Lo tienes que vivir. Es adrenalina y un sentimiento único. El mejor momento con esta tabla es el salto. Con el tablón que tengo con mis amigos para lanzarnos por la calle Hércules, llegar a las gomas también es impactante».

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Nicolás y Aroa se arrastran «desde muy chiquitos» y ya tenían «ganas de volver». Las tablas las preparan «dos o tres semanas antes de la fiesta» y desde hace días algunas personas se aventuraban a probarlas «por ahí». Los guantes son fundamentales para acariciar los bordillos y el asfalto; la ropa vieja para evitar lamentos, y «unos cuantos pares de tenis porque se gastan», según recalca Fran, que lo sabe bien porque en 2019 destrozó «cinco pares de tenis». Y la emoción continúa hoy.

Día y noche de cacharros

La víspera del día de San Andrés también se disfrutó con el arrastre de tablas en otras localidades como La Guancha, Garachico o El Tanque, y con otra ruidosa tradición, la de correr el cacharro, especialmente arraigada en municipios del Valle de La Orotava y de la comarca de Acentejo. Los más pequeños sacaron sus cacharros en numerosos centros educativos que, desde hace años, se han sumado a esta tradición festiva. Ya por la tarde, y al comenzar la noche, los cacharros resonaron por muchos rincones del Norte. Vale casi cualquier cosa metálica que haga ruido. Los calderos viejos, tapas o latas de refrescos o de aceite atadas a una cuerda rivalizan con auténticas obras de arte confeccionadas para meter bulla en la noche del vino nuevo y las castañas