La penosa y sacrificada tarea de sacar azufre de la parte más alta del volcán comenzó poco después de la conquista, en el año 1511, y continuó hasta mediados del siglo XX.

Oskar Simony (1854-1915), hijo del geógrafo y alpinista austriaco Friedrich Simony (1813-1896), es el autor de las fotografías que demuestran que el interior del cráter del Teide fue un lugar de trabajo. Oskar Simony realizó entre 1888 y 1889 un viaje de investigación a las Islas Canarias y realizó numerosas fotografías que se conservan en el Museo de Historia Natural de Viena, en Austria. Entre aquellas imágenes, adquiridas y divulgadas por investigadores como Rafael Cedrés, Montse Quintero García o Juan Antonio Núñez Rodríguez, destacan las que muestran con claridad la existencia de un horno circular en muy buen estado, y los restos de otro, dentro del cráter del Teide. Son los últimos vestigios, apenas visibles en la actualidad, de la penosa y sacrificada tarea de extraer y fundir el azufre a más de 3.700 metros de altitud para venderlo, posteriormente, para usos agrícolas.

«Oscar Simony en su visita al cráter el 25 de julio de 1889 dice que había un horno de azufre no operativo, ubicado en la parte inferior del cráter. En ninguna de las descripciones del interior del cráter publicadas hasta 1884 en artículos de prensa, revistas y publicaciones de los viajeros que subieron, se menciona la existencia de este horno de azufre».

La primera referencia documental sobre la existencia del horno para refinar azufre aparece, según explica Cedrés, en el libro de Isaac Latimer Notes of travel in the Islands of Teneriffe and Grand Canary, escrito en 1887. «A través de La Gaceta de Tenerife del 31 de mayo de 1922 también sabemos que en este año aún se conservaban los restos del horno denominado de Funes, que en algunas ocasiones se utilizaba también para apañar el ganado», indica Cedrés, quien añade que la fotografía de Simony es la que permite deducir que «en el cráter había dos hornos».

Juan Antonio Núñez Rodríguez, autor junto a Montse Quintero García del libro Vivencias en la cumbre, subraya que «hay una explicación de por qué se fundía el azufre a pie de mina que no es otra que aligerar el peso del producto que había que bajar de lo alto de la cumbre. Fundiendo arriba se bajaba solo el azufre y se dejaba atrás el resto de minerales con los que se hallaba mezclado».

Imagen del cráter del Teide tomada en 1889, donde pueden verse un horno de azufre y los restos de otro Oskar Simony-Museo de Historia Natural de Viena-Volcano Teide-Rafael Cedrés

En Vivencias en la cumbre, Núñez y Quintero detallan que «las piedras de azufre estaban mezcladas con tierra y otros residuos, y para poder obtener el azufre puro, se introducían en unos hornos de reververo que se calentaban con leña. El mineral se colocaba en una cámara contigua y el azufre derretido se extraía por la parte baja del horno». La extracción era un «trabajo penoso y peligroso» por las «difíciles condiciones ambientales en las que se realizaba». Los azufreros tenían que realizar un gran esfuerzo físico a gran altura, con grandes cambios de temperatura y mientras respiraban los gases de las fumarolas. «A lo peligroso de los trabajos de extracción se unían las dificultades de los accesos, que en muchos casos provocaban accidentes y despeñamientos», detallan Núñez y Quintero.

En el interior del cráter también se construyó una caseta de madera para que los trabajadores guardaran sus herramientas. En la zona del actual Refugio de Altavista, se levantó otra caseta, al igual que en La Rambleta, donde existía otro horno. Charles Edwards, en su libro Rides and studies in the Canary Islands, publicado en Londres en 1888, escribe que «en Altavista había una caseta de madera de color blanco, de construcción sólida que pertenece a los que explotan el azufre del pico. La puerta está cerrada, y solo es posible entrar por una ventana. En su interior hay picos y azadones».

El trabajo de los azufreros durante algo más de cuatro siglos generó cambios en el paisaje de la cima del Teide. El cráter que vemos en la actualidad fue excavado y removido durante más de 400 años para extraer azufre, por lo que su estado en el presente es en buena parte fruto de aquellos penosos trabajos, que se realizaban a través de concesiones o de forma ilegal. Tomás Méndez Pérez, en su libro Antecedentes Históricos del Teide y Las Cañadas, dice que «las piedras de azufre se transportaban en mulos cargados con los sacos del mineral, que en ocasiones se despeñaban, debido a la inseguridad de los senderos existentes».

«Aunque se siguió sacando azufre de forma clandestina, la principal extracción era por medio de concesiones, existiendo constancia documental de la existencia de solicitudes de explotación del mineral de azufre en el Teide desde 1884», según detalla el estudio de Cedrés. Empresarios locales y extranjeros vieron en el azufre una oportunidad de negocio. En el Diario de Tenerife del día 7 de junio de 1887 se informa de una de estas iniciativas empresariales: «Hemos tenido el gusto de ver una muestra de azufre sublimado, extraído del Teide por nuestros amigos los señores Nicolás Ascanio y Rafael Frías, de La Orotava, quienes han estado estos días en esta capital haciendo preparativos y adquiriendo los útiles necesarios para emprender desde este mismo mes la explotación de azufre en gran escala en la cima del pico. Por los poseedores de las minas y por el país en general, que no podrá menos de beneficiarse con la explotación de un artículo de tanta necesidad entre nosotros y que hoy es necesario importarlo, celebraremos que tenga un éxito completo la empresa de los señores Frías y Ascanio».

Una fumarola con restos de azufre en el cráter del Teide Rafael Cedrés

Te puede interesar:

Gracias a la investigación de Cedrés se sabe que unos años después, en 1912, el Diario de Tenerife informó de que la sociedad inglesa La Cima Limited compró la concesión de explotación del azufre del Teide y tres ingenieros visitaron las minas el 23 de junio de 1912: «Ha llegado a este puerto Mr. Yuckerl ingeniero enviado por la Sociedad La Cima Limited de Londres para dar principio a los trabajos en las minas de azufre del Pico de Teide, cuya concesión ha sido adquirida por la referida sociedad. Si el negocio responde, se dice que la dicha sociedad tenderá un cable aéreo desde aquella altura hacia la costa más cercana y más a propósito para efectuar el embarque del mineral extraído. Si esto se llevara a cabo, estaríamos de enhorabuena, no sólo por la importancia que tendría esta fuente de riqueza, sino también porque se emplearía gran número de trabajadores». Nada más lejos de la realidad. La extracción del azufre en el Teide siempre fue muy limitada, debido a las dificultades del terreno, la escasa disponibilidad del elemento y las largas distancias a recorrer. La actividad comenzó a decaer mucho a partir de 1847, cuando se permitió importar azufre. Desde 1894 se hizo habitual ver publicidad de azufre importado para usos fungicidas en la prensa tinerfeña. «Se siguieron solicitando algunas concesiones hasta 1945, pero la mayoría no llegaron a explotarse», recuerda Cedrés.

«No daba para comer»

Rafael Cedrés recoge en su trabajo de investigación La explotación del mineral de azufre en el Teide 1511-1945 referencias de testimonios como el de Alejandro Llanos Domínguez, nacido en Icod el Alto en 1917, que divulgó en un artículo Cirilo Leal: «Salían de casa sobre las once de la noche o incluso más temprano, montados en las bestias. Una vez en el pico del Teide, picaban las piedras de azufre del interior de las cuevas; posteriormente las llenaban en sacos y arrastrándolas las llevaban hasta donde habían dejado las bestias. Las cargaban hasta que veían que los animales no podían con más y partían de regreso hacia el pueblo, donde llegaban al atardecer. Al día siguiente las llevaban a la Cruz Santa al molino. Una vez molidas, pagaban al molinero y procedían a la venta del polvo de azufre por el sur de la isla, donde iban a pie por la cumbre. El azufre se utilizaba par a la viña, los tomates, o para lo que hiciera falta. Afirma que el trabajo del azufre no daba para comer». O el de Liborio López Ramos, nacido en 1931, también rescatado por Leal: «Los azufreros llevaban las bestias hasta Altavista para luego bajar los sacos del azufre. El azufre lo sacaban de arriba como gofio. También sacaban piedras de azufre que luego había que moler. Se utilizaba para la vid y los tomates. Algunos vendían directamente el azufre en los almacenes y ellos revendían a los viñateros». En el blog Efemérides, de Bruno Juan Álvarez Abreu, Eduardo Mesa señala que Antonio Mesa Romero, su padre, «se trasladaba varias veces al mes a Las Cañadas a lomo de su caballo en busca de azufre».