María del Carmen Díaz García nació en el caserío de medianías de San Pablo, en el seno de una familia de caladoras tradicionales. Con apenas 5 años ya estaba agarrada al bastidor, con una aguja en la mano, aprendiendo de su madre, sus tías y sus abuelas. Lo dejó por los estudios, el matrimonio, los hijos y el trabajo, hasta que las vueltas de la vida la llevaron a cambiar de profesión a los 45 años; desempolvar el bastidor, e iniciar el reto de elaborar piezas artesanales con el calado de siempre, pero como nunca se había visto antes.

«En casa todas las mujeres calaban. Mi madre, mis tías, mis abuelas. Y eso ya les venía de antes. Mi madrina de bautizo era repartidora-pagadora (la persona encargada de entregar los calados, cobrarlos y llevar las ganancias a la artesana) y una de mis tías era también marcadora-repartidora para la zona de Icod. Yo lo que recuerdo de niña es estar en el patio de la casa de mi abuela, todas calando y yo agarrando los hilitos y metiendo los dedos por el calado de madrigal», explica.

Carmen detalla que dentro de la artesanía del calado hay caladoras, que son las que se encargan directamente del calado; marcadoras, que marcan los manteles para facilitar el trabajo, y repartidoras y pagadoras, que asumen la parte de comercialización del producto. En su familia estaban todas representadas, pese a vivir en un pequeño caserío de las medianías de Icod que «no pertenece ni a Los Piquetes ni a Redondo ni a Las Lajas ni a Llanito Perera. Es simplemente el caserío San Pablo».

Trabajó durante muchos años en la rama sanitaria, como higienista bucodental, y en esa etapa la artesanía quedó relegada. «El trabajo con turnos partidos, las niñas pequeñas, las clases, las actividades... No me tenía tiempo ni para tenerlo como hobby. Mis hijas llevaban todos los años al colegio por el Día de Canarias el mismo bastidor a medio calar, que no avanzaba nunca», recuerda. Un día dejó aquella profesión, «pero la nevera había que seguirla llenando», así que empezó a «darle vueltas a la cabeza» hasta que recordó lo que le gustaba calar cuando era niña. Tuvo que investigar, acudir a clases y reciclarse. Fue en el año 2013, cuando obtuvo el carné de artesana. «No me acordaba de los nombres y no sabía marcar, así que tuve que tirar de memoria y volver a aprender muchas cosas. A las caladoras las escuchaba hablar de que el Cabildo de Tenerife les pedía cosas diferentes y no sabían que vuelta darle al calado. Cómo encontrar algo más novedoso, más actual, más ponible, más del día a día».

Participó en el workshop de innovación en el sector artesano, en el año 2014, y allí descubrió las posibilidades que se abrían al unificar dos o tres artesanías diferentes para crear productos únicos. «Mi cabeza estaba dándole vueltas a la innovación y ahí empecé a tenerlo claro. En 2015 ya había creado mi propia marca de calado contemporáneo», subraya. Esta artesana caladora aclara que ella no es joyera: «Yo me encargo del diseño de la pieza, de acuerdo con el calado que quiero elaborar, y un joyero colaborador las prepara. Tenemos muchas reuniones y pruebas para dar con el diseño exacto, la textura y otros detalles. Una vez llegamos a lo que quiero, ahí comienza mi labor del calado sobre esa estructura en plata, con hilos brillantes o hilos de seda». Esta fusión artesanal toma formas de anillos, pendientes y colgantes, en los que el metal se une con calados como «la flor del solito o la flor de espiga».

Su calado contemporáneo no se limita a maridar con la joyería, también se combina con la encuadernación, los cuadros decorativos, las bailarinas de papel con faldas caladas y unos marcadores de páginas que elabora sobre las fotografías que saca su hija Amanda Hiems. «Tengo muchas colaboraciones con otros artesanos, como Francisco Hilario o Iván Alonso, y eso a mí me encanta», reconoce esta caladora del siglo XXI.

Entre sus piezas, las que más trabajo requieren son «los teides y, especialmente los dragos», un guiño a su localidad natal. Carmen conoce las cuatro modalidades de calado canario que existen y las mezcla a su criterio para lograr los diseños que busca. «El drago es, con diferencia, el que cuesta mucho más. Crear la base del tronco, el tronco y abrir la copa es lo más complicado», explica.

El parón obligado por la pandemia del coronavirus ha sido especialmente duro para los artesanos: «Por suerte tenía bastantes puntos de venta, unos veinte, pero la mitad estaban cerrados. Mientras estuvimos en confinamiento, todos lo pasamos igual de mal, pero al iniciarse la desescalada fui escapando gracias a esas tiendas que seguían abiertas y a algo de venta on line (www.carmendiazcalados.com). Ha sido durillo».

Pese a las dificultades, Carmen Díaz había logrado ganarse la vida como artesana, así que ahora toca «arrancar de nuevo, pero con la diferencia de que ya el público me conoce y tengo una trayectoria detrás. Todo empezará a mejorar cuando vuelvan a abrir las tiendas que viven casi en exclusiva de los turistas. Habrá que esperar, pero saldremos adelante».