Román García Martín nació en Santa Úrsula en 1905. Trabajó en la agricultura y como barbero hasta que sus inquietudes políticas le animaron a convertirse en concejal de su pueblo en 1931. Ejerció como alcalde accidental en periodos de 1932, 1933 y 1935.asta que se convirtió en alcalde por el Frente Popular el 21 de febrero de 1936, con apenas 30 años, tras la renuncia del titular. Cuando estalló la Guerra Civil Española, fue encarcelado en el cuartel de San Agustín, en La Orotava, y luego en Fyffes. Intercambiado por presos del bando nacional en 1938 en el País Vasco. Exiliado en Francia, en la II Guerra Mundial se une a la Resistencia Francesa hasta que es capturado por los nazis en 1940 y encarcelado en campos de concentración de Estrasburgo y Mauthausen-Gusen, en Austria. Logra sobrevivir al horror nazi y es liberado por las tropas norteamericanas el 5 de mayo de 1945. Regresa a Francia y en 1946 pone rumbo a Venezuela. Siete años después, a finales de 1953, se atreve a volver a Tenerife para comenzar una nueva vida en La Victoria de Acentejo. Esta es la historia de la familia que formó después de Mauthausen.

Román García Martín y su mujer Consuelo Gutiérrez E.D.

Consuelo Gutiérrez, una risueña y vivaracha mujer de 95 años de edad, es su viuda. Y aún recuerda con absoluta claridad cómo se enamoró de aquel hombre 21 años mayor que ella con el que tropezó en la taquilla del cine de La Victoria: «¿Que cómo lo conocí? Fue en la taquilla del cine. Él iba a comprar la entrada y yo también y chocamos las cabezas. Seguí yendo todos los domingos y él venía, me buscaba un sitio para sentarse al lado mío, me compraba caramelitos y empezábamos a hablar, hablar y hablar. Cómo es la vida, ¿verdad? El destino. Por ir a comprar una entrada. Cuando chocamos y lo miré, yo a ese hombre no lo había visto nunca».

En aquel momento Román García Martín tenía 48 años y Consuelo, 27. Fue, como dice el exalcalde de La Victoria y amigo de la familia, Manuel Correa, «un amor de película». Una historia de amor entre personas adultas que se complicó por el rechazo de la familia de la novia. Consuelo explica que «el problema fue a peor porque mi familia no lo quería. Era mucho mayor que yo y decían que era un comunista. No estaban de acuerdo, pero a mí no me importaba. Yo tenía mis ideas y se acabó».

Román García Martín en una foto de estudio en los años 20 del siglo XX

Román García Martín en una foto de estudio en los años 20 del siglo XX E.D.

Un amor contra los prejuicios

Su familia nunca lo aceptó del todo. Al preguntarle por esta cuestión, Consuelo responde con un «¡buuuuh!», y remata con que «esa fue una historia grande, grande, grande. Impusimos el sí hasta que mi padre cedió. Él tenía un amigo de La Laguna, que se llamaba Domingo Cabrera. Fui a verlo un día y luego él convenció a mi padre. Le dijo: Eliseo, déjate de boberías, porque ese hombre es un señor mayor, pero es educado y buena persona. El primero de mi familia que lo aceptó fue mi padre. Mis hermanos no, ni cuando me casé. No vino ninguno a la boda. Sólo mi hermana Leonor».

De todo lo que pasó en aquellos años de guerras y penurias, Román contó a Consuelo Gutiérrez algunas de sus vivencias. A sus 95 años y, tras una reciente intervención de cadera, le cuesta recordarlas, aunque tiene grabados en su memoria algunos pasajes: «En Alemania fue terrible. Cuando la guerra los hacían sufrir mucho. Me contaba que tenían unas piscinas con agua helada a donde tiraban a la gente para que se ahogaran los que no sabían nadar. Sólo querían desaparecerlos y él sufrió mucho. No le gustaba contar aquello. Lo pasó muy mal».

«Como él sabía nadar, en el fondo se burlaba de ellos (de los nazis), como quien dice. Ustedes quieren hacerme el mal, pero yo los fastidio. Él podía salir, pero otros se ahogaban. Hicieron mucha ruindad, lo que pasa es que él no contaba mucho, salvo alguna cosa por el aire», explica su viuda Consuelo.

Román y Consuelo con su hija mayor, que se llama como su madre, alrededor de 1957 E.D.

En La Victoria, Román se dedicó a trabajar en el campo y a atender una bodega en la que producía su propio vino. Vivieron primero cerca de La Pólvora, «en unas casitas antiguas enfrente de El Calvario», hasta que se mudaron «enfrente del Ayuntamiento». Recién casados tuvieron a su hija Consuelo García Gutiérrez, que nació en 1955, y doce años más tarde, con 62 y casi 41 años de edad, tuvieron a su hijo pequeño, que se llama Carlos. Los dos hijos reconocen que su padre siempre fue «muy parco en palabras» a la hora de hablar de aquellos nueve años terribles que vivió entre 1936 y 1945. En su casa «no quería recordar nada relacionado con esas vivencias, así que hay otras personas, amigos como Alfredo Mederos o Manuel Correa, que tuvieron más conversaciones con él sobre eso». Consuelo García recuerda que «contaba alguna cosa, pero sin entrar en muchos detalles». Un día encontró una foto, que su padre tenía escondida, donde se le podía ver «esquelético» y reconoce que le impactó mucho verlo así.

La familia de Román García Martín en mayo de 2021, su viuda Consuelo y sus hijos Consuelo y Carlos. E.D.

Gracias a que era corpulento

«Me decía que trataba de no agotarse del todo al trabajar en la cantera del campo de concentración, la de los escalones, o cómo recogía pequeñas ramitas o trozos de paja para poner debajo del lugar donde dormía y protegerse del frío que hacía», explica su hija. «Era muy astuto», añade su hijo Carlos, «y gracias a que era corpulento, y tenía bastante fuerza, pudo aguantar, pero vio morir a muchos compañeros».

«Cuando estuvo preso en Fyffes, un hermano suyo, que pertenecía al bando franquista, se encargaba de hacerle la guardia», recuerda Carlos. Tras la guerra, le dieron por muerto. En Santa Úrsula, «su familia le hizo hasta una misa». Tuvo ocho hermanos, todos han fallecido, pero al regresar recuperó la relación con ellos, a los que siempre trató con respeto pese a las discrepancias políticas. Con su hermano Elicio, que era militar de carrera, «solían discutir fuerte, pero a los cinco minutos estaban como si nada».

Era metódico y muy ordenado. Le gustaba leer y, sobre todo, escuchar las noticias en la radio. Para él, «el parte» era un ritual sagrado. Fue una persona alegre, que disfrutaba cantando y con un baile. Alguien muy familiar que supo superar un trauma brutal. Nunca fue un radical. Su familia lo define como «muy moderado, tranquilo al hablar, y respetuoso con todos». De aquellos tiempos de escasez le quedó la costumbre de tener siempre una gran despensa llena de alimentos en casa, que consumía de forma moderada, aunque siempre disfrutando de aquello que tantos años echó de menos. Prefirió mantenerse alejado de la política, aunque fue presidente de honor de la Agrupación Socialista de La Victoria. Nunca quiso volver a Alemania y no viajó fuera de las islas. Su hija Consuelo sí quiere visitar algún día Mauthausen: «No quiero morirme sin ir».

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Vivió con gran emoción el regreso de la democracia y fue con su hijo de la mano «tempranísimo a votar, con una ilusión y unas ganas tremendas». El último gran susto fue el golpe de Estado de 1981. «Ese día no se despegó de la radio, se le veía muy preocupado», cuenta Carlos. Falleció en 1988. En Santa Úrsula hay una calle en su honor.

La cantera de ‘Nergraben’

En una de las escasas entrevistas que concedió Román García, en diciembre de 1979, recuerda con dolor la cantera de Nergraben (Wienergraben) y su escalera de la muerte. «En esa cantera vi caer al vacío a más de un judío, empujado por los SS. Aquel que no trabajaba como ellos querían, o sea hasta caer desfallecido, era golpeado o empujado para matarlo. Fue allí donde conocí a Domingo, médico palmero». En aquel lugar también hizo amistad con otro canario al que llama Mario, aunque podría tratarse de Sebastián Perera Marrero, «el padre de Mario Perera, trabajador del registro de La Laguna».