El dulce acento colombiano llena la tarde en el Parque Marítimo de Santa Cruz. Del Norte de la Isla, del Sur o del Área Metropolitana llegan cafeteros convocados por las redes sociales, prácticamente sin conocerse pero unidos en la lucha por una nación mejor y en respuesta a una represión “brutal”.

400 colombianos responden a la convocatoria de las redes sociales y acuden al entorno del Parque Marítimo de Santa Cruz para protestar por la “brutal represión” de los últimos días en su país donde, aseguran, “están matando a la gente a sangre fría”. Llegan desde el Norte, el Sur y el Área Metropolitana pero también de mucho más allá. De esos lugares de allende el Atlántico a los que se sienten unidos por nacimiento o referencia: Bogotá, Medellín, Bucaramanga, Cartagena de Indias, Cali... Los caleños se dejan notar porque ahí ha nacido la protesta contra la subida de impuestos “a los más pobres”. El origen de un movimiento global y sin clave política. Nace de las entrañas, del sentimiento. Por eso las camisetas amarillas de la selección de fútbol; por eso las banderas de franjas gualda, azul y roja, y por eso cantan una y otra vez el himno nacional.

Pone los pelos de punta escuchar cómo entonan ese canto patrio que desde niños mamaron con la ceremonia de la izada de la bandera en sus colegios. Representan a los 4.828 colombianos censados en la Isla –hay muchos más en ese trasfondo que siempre es la economía sumergida, consustancial a esta tierra–.

Muchas pancartas

Banderas, himno, velas –a fin de cuentas, pese a la claridad de la tarde primaveral, era un velantón, como dicen los colombianos–, y pancartas. Muchas pancartas. Con múltiples mensajes para denunciar la situación de su país. Desde los nombres de sus muertos –19, 24, 31 y subiendo–: Nicolás, Jesús, Laura, Marcelo... “Viva Colombia”. Se grita con timidez de entrada. Luego, crece el tono. De repente, suena un ballenato de fondo. Pero todo está contenido. Realmente no hay unidad política o ideológica. Aunque hay quien grita “Uribe paraco, el pueblo está baraco”. Paraco es corrupto y baraco se nombre con el sentido de rebelde.

Sin embargo, lo que se aprecia es una sensación de cierta vergüenza por lo que ocurre en su país. De repente, una trompeta toca silencio y sustituye al ballenato y a todos esos ritmos que han dado fama a Colombia en el mundo. No es tiempo de fiesta. Ni de etiquetas o estigmas como responden cuando sale el sempiterno asunto del narcotráfico y la cocaína. Vladimiro valora: “Nosotros aquí estamos en seguridad y ellos muriendo cada día en una guerra. Porque eso es una guerra”.

De repente, otra pausa. Nada está organizado. Un sentido minuto de silencio por los muertos al que sigue un padre nuestro en recuerdo de los asesinados. La mayoría por la Esmad, “la policía secreta que sale a matar a sus compatriotas cuando llega la noche”. Lo apunta alguien que parece saber lo que dice. Y otra vez el himno nacional. Uno no es colombiano pero no puede evitar emocionarse. Ni siquiera la policía española. Aquí no hay permiso, nadie lo ha pedido y cada vez llega más gente. Todo queda en un discreto operativo de vigilancia policía.

Y llegan más personas. Muchos con la camiseta amarilla, aquella que honraron antes el Tino Asprilla, Valderrama o Higuita. Y más recientemente James Rodríguez. Parecido, Jhamer, se llama el joven de 26 años, natural de Bucaramanga, con seis de estancia en Tenerife, que lleva una enorme bandera colombiana. Se manifiesta con “mucho dolor por lo que veo”.

SOS por un país

Un SOS a Colombia desde Tenerife. Daniel, 20 años, con origen en Cali afirma: “Llevo doce años en España y dos en Tenerife. Estoy muy integrado, pero me duele mi país”. Explica que “mi padre emigró primero y luego vinimos mi madre, mi hermano y yo”. Está solo, llega de La Laguna pero ve gente “de toda la Isla”. Termina con un cartel reivindicativo en las manos.

Angie tiene 20 años, reside en San Andrés y está aquí junto a sus pequeños parientes, hermano y primo. Junto a ella hay quien lleva 25 años en la Isla y es un tinerfeño más. O 42 como Yolanda que siente su país como el día que se fue. O 22 como Francisco.

Un mensaje: “Si un pueblo protesta en plena pandemia es porque su gobierno es peor que cualquier virus”. Piden “que se vaya este presidente (Iván Duque)”. Igual que Laura o Yoana detrás de una pancarta en la que se nombra a Uribe –Álvaro Uribe Vélez, presidente entre 2002 y 2010– como el diseñador de todo.​

“Colombia amigo, Tenerife está contigo”. Grito que precede al final. El epílogo es de nuevo el himno nacional colombiano. Vuelve otra vez a erizar el vello escuchar cómo lo cantan. Símbolo de unidad en su letra: “ La flor estremecida, mortal el viento hallando, debajo los laureles, seguridad buscó. Mas no es completa gloria vencer en la batalla, que el brazo que combate lo anima la verdad. La independencia sola al gran clamor no acalla; si el sol alumbra a todos, justicia es libertad”.

La copla ya tuvo sentido coral cuando nació en el siglo XIX de la emancipación americana. Producto de la unión entre un compositor italiano, Oreste Síndici, un actor y otras muchas cosas, José Domingo Torres, y el presidente Rafael Núñez. Tan coral como hoy cuando retumba de Norte a Sur, de Suecia a Australia. Ahí donde haya un colombiano que clama contra la injusticia en su país.