«¡En la calle número 4... Diego Martel!». Así sonaban en los años 60 los altavoces en las competiciones de natación en la piscina del Club Náutico de Santa Cruz. En esa piscina de 33 metros elevó Diego el nivel de la natación iniciada por sus hermanos mayores Pepe y Lolita Martel Barth-Hansen, heredando aquel envidiable deslizamiento sobre el agua. Pepe fue el primer tinerfeño que bajó del minuto en los 100 metros libres. Al poco tiempo, Diego rebajó más aún esa marca en la que fue su prueba favorita. Compartió el equipo nauta convarias figuras de la época, como Dani Larsen o Arturo Pérez Zamora, fallecidos prematuramente en su juventud. Sería interminable citar aquí los nombres de aquel grupo de aquellos equipos del Náutico. Pero nadie que compartió entrenamientos, viajes y torneos con Dieguito habrá olvidado, aparte de algún típico despiste, su eterna sonrisa.

A los 17 años se debía elegir entre buscar la meta del deporte de élite o iniciar una carrera universitaria. Él no dudó en lo que entonces parecía imposible: luchar por ambas metas. Sólo recordamos el caso similar de Cristóbal Rodríguez, que pasó del Náutico de baloncesto al Real Madrid, para estudiar también medicina. Diego marchó primero a Madrid y pronto eligió seguir medicina en Barcelona, y en ambas ciudades fue admitido en la Residencia Blume, antecedente de lo que hoy son los Centros de Alto Rendimiento para deportistas de alto nivel. Participó con la selección española en múltiples competiciones internacionales en pruebas individuales y en los relevos. Tanto con las figuras canarias del Metropole (los hermanos Lang-Lenton, Chuchi Cabrera, Juan Fermín Martínez, etc...) y del Alcaravaneras (Domingo Villamandos y Nazario Padrón) como con otras estrellas nacionales (Mari Paz Corominas, Joan Fortuny, Miguel Torres, Toni Codina, etc...) compartió torneos y entabló una amistad duradera. Su máximo galardón fue nadar en los Juegos Olímpicos de México, en 1968, destacando con algunos de aquellos en el relevo de 4x100 libres. La meta olímpica sólo había sido alcanzada por los nadadores tinerfeños Jesús Domínguez y Paco Calamita en los Juegos de Londres de 1948, y a posteriori únicamente por Gustavo Torrijos en los de Moscú en 1980.

Cuando Diego dejó la natación y acabó la carrera de medicina se especializó en neurocirugía. Entonces dedicó a sus enfermos en las consultas y los quirófanos la misma simpatía y dedicación que había tenido en la piscina. Estuvo en el brillante equipo de esa especialidad que formó el doctor Luis González Feria en el Hospital Universitario. Tanto en la sanidad pública, allí y luego en Las Palmas de Gran Canaria, como en la privada de algunos centros de Tenerife dejó un recuerdo imborrable.

Hasta hace unas pocas mañanas todavía lo veíamos nadando en la piscina del Club Náutico junto a su hermana Lolita. Pero Diego ya no volverá a su calle número 4. Su generoso corazón, que tantos éxitos y satisfacciones le proporcionó en la natación y en la medicina, no le ha permitido disfrutar de unos años más de vida de jubilado con su familia y de sus partidas de ajedrez. Y sus amistades hemos perdido la garantía de unas risas en cada encuentro.

Una prueba de los muchos cariños y gratitudes que sembró Diego son las decenas de personas que han escrito estos días mensajes de tristeza en las redes sociales. Elegimos un breve texto que una madre escribió al conocer su fallecimiento:

«Tuve el honor de conocerlo porque fue el primer neurocirujano que reconoció a mi hijo. Le recordaré con tremendo cariño por sus palabras siempre tan prudentes, correctas y esperanzadoras. Un gran profesional y además de pura vocación. Venía después de su turno ver a mi niño y a hablar conmigo. Fueron sus palabras las que me dieron esperanza».

Esos mensajes nos ratifican que Diego fue un buen deportista, un buen profesional, y más aún, una buena persona. Su familia puede tener un sano orgullo por ello, para intentar mitigar el terrible dolor por su pérdida. Y seguro que él no querría que estuviéramos tristes. Por eso sus amigos intentaremos consolarnos recordando su inolvidable sonrisa al salir del agua en esa calle número 4 de la piscina del Club Náutico. Para nosotros seguirá siendo la suya.