En el Parque Nacional del Teide, y también en otros puntos de las cumbres de La Palma y de Gran Canaria, aún se conservan neveros o pozos de nieve, los últimos vestigios de un negocio que se mantuvo vivo durante los siglos en los que la mejor nevera de esta isla era su cumbre. Se trata de depósitos de piedra en los que se almacenaba la nieve para que durara más tiempo, con ayuda de capas de material vegetal o piedra. Ya convertida en hielo, se trasladaba en mulas hasta las principales ciudades de Tenerife, donde se vendía como un auténtico artículo de lujo. Quienes podían pagarlo disfrutaban de su uso para elaborar helados o sorbetes o, también, como antiinflamatorio.

Cuando la nevera era la cumbre Sergio Pérez Acosta-Grupo Montañero Choya

El hielo llegaba en mulas, burros o caballos desde la cumbre hasta La Orotava, Puerto de la Cruz, La Laguna o Santa Cruz de Tenerife, las ciudades más pobladas. Isidoro Sánchez García recordaba en su artículo 'Los neveros de la Villa', publicado en El Diario del Valle, que en el siglo XVII, “la nieve se extraía únicamente de la Cueva del Hielo, y los arrieros de La Orotava dejaban sus mulas atadas en el llano de Altavista conocido como la Estancia de los neveros. Luego, a partir de 1750 aumentó la demanda de la nieve entre las familias aristocráticas y pudientes del Valle de Taoro, incluso de La Laguna y Santa Cruz de Tenerife, para atender las necesidades gastronómicas, especialmente los helados”. La actividad se expandió entre los siglos XVIII y XIX, con los neveros artificiales o pozos de nieve, y desapareció a principios del siglo XX con la irrupción “en el mercado industrial de La Orotava y el Puerto de la Cruz de algunas fábricas de hielo en los años de 1920”. El frigorífico se inventó a finales del siglo XIX, pero no se popularizó hasta los años 30 del siglo XX.

Cuando la nevera era la cumbre Oskar Simony (del libro Vivencias en la cumbre)

La Cueva del Hielo o Cueva de las Nieves, cerca del refugio de Altavista en el Teide, fue hasta principios del siglo XX el principal nevero de Tenerife. Esa oquedad, que ya no puede visitarse, se convirtió durante siglos en el lugar donde siempre podía conseguirse algo de hielo, aunque requería un difícil y penoso ascenso hasta 3.350 metros de altitud.

Las personas que trabajaban en los pozos de nieve artificiales, construidos en zonas algo más accesibles, los llenaban con la nieve que caía. La compactaban pisándola y creaban diferentes capas separadas con materiales como helechos, pinocha o piedra pómez. Una vez llenos, los tapaban para protegerlos del sol y lograr que el hielo perdurara el máximo tiempo posible. Se calcula que en Izaña se podía conservar casi durante un año. Desde allí debían trasladarla a las ciudades en trayectos de “al menos 8 horas”, según apunta Raúl Martín Moreno en La pequeña edad de hielo en el alto Teide. Precisamente en Izaña se conservan los tres principales vestigios de esta primitiva industria, neveros que fueron declarados Bien de Interés Cultural (BIC), con la categoría de sitio etnológico, en 2009. Además, hay otros en los altos de Güímar y de Arafo, a diferentes cotas, la menor a unos 1.500 metros de altitud.

El libro Vivencias en la cumbre, de Montse Quintero García y Juan Antonio Núñez Rodríguez, recoge entre sus páginas algunas de las fotos más antiguas que se conservan de estos neveros, como la que se reproduce en estas páginas, obra de Oskar Simony en el año 1889 y propiedad del Museo de la Naturaleza de Viena. El mismo pozo de nieve aparece en la foto principal de este reportaje, obra de Sergio Pérez Acosta, del Grupo Montañero Choya.

El Gobierno de Canarias recuerda en su declaración BIC que “los pozos de nieve responden, en general, a una misma tipología, que experimenta variaciones puntuales relacionadas con su profundidad, amplitud, lugar de ubicación y otros, si bien todos ellos poseen forma cilíndrica, excavándose en diferentes puntos de las laderas de Izaña. El primero de los pozos posee un diámetro aproximado de 6-7 metros, mientras que su profundidad alcanza los 8 metros, accediéndose al interior por una escalera helicoidal fabricada con bloques basálticos que sobresalen del muro de revestimiento interno. Está fabricado con bloques lávicos sin trabajar, aparejados sin ningún tipo de mortero y aprovechando las irregularidades de estas rocas para darle estabilidad. El segundo pozo tiene un diámetro similar y una profundidad menor; si bien el relleno de picón hace imposible determinar su altura. El tercero, situado a una cota superior, tiene la misma forma cilíndrica, con un diámetro de 6 metros, y también está relleno de picón”.