A Berta Ferreiro le tocó vivir la peor experiencia de su vida con 79 años. En un momento en el que la vida debía haberle concedido una tregua, unos años de calma y descanso, le tocó soportar la intransigencia de una justicia enrevesada que nunca llegó a entender. Nunca cupo en su cabeza que “sin deberle nada a nadie” un día vinieran a echarla de su casa, junto a su marido Antonio, en el desalojo que marcó su vida y que ha quedado marcado a fuego en la memoria colectiva. Casi siete años después de aquella mañana con pinta de mal sueño, Tacoronte ha despedido a la mitad del 102, a la mujer de los ojos menudos que ni en lo peores momentos dejó de ser amable. Su féretro salió poco después de las tres de la tarde del Santuario del Cristo; muy cerca, roto por la pena, la acompañaba su inseparable Antonio.

Antonio y Berta, Berta y Antonio se convirtieron en la pareja de septuagenarios más famosa de las islas entre 2012 y 2014, los difíciles años en los que la justicia dictaminó que debían abandonar su casa para entregársela a un vecino mejor asesorado. Aquel enrevesado pleito, con una primera sentencia de 2006, comenzó cuando su vecino Urbano les denunció porque, supuestamente, la casa del 102 se apoyaba sobre los cimientos de la suya. Tras un proceso judicial en el que Antonio y Berta no fueron bien defendidos, Urbano se hizo con la propiedad. De nada sirvió demostrar, ya con sentencia firme, que la casa de Berta y Antonio se hizo antes que la de Urbano, por lo que era materialmente imposible que se apoyara sobre unos cimientos edificados después. Recibieron el apoyo de cientos de vecinos en las tres fechas en las que la justicia planteó su desalojo: octubre y noviembre de 2012, y septiembre de 2014, cuando más de medio centenar de personas les acompañaron en una dolorosa vigilia en su última noche en el 102.

Tras ser expulsados de su vivienda, se refugiaron en el número 100 de su misma calle, una vieja casa que heredaron de un vecino sin familia al que cuidaron hasta su muerte. Allí han vivido los últimos siete años, siempre con la espinita clavada de ver su casa de siempre vacía, deteriorada y en manos de la persona que les amargó el final de la vida.

La mañana del 19 de septiembre de 2014, cuando Berta tuvo que dejar su casa para siempre, salió a la calle rota por la tristeza y por la impotencia, mientras se preguntaba, asfixiada por el peso de una justicia ciega, “¿quién nos protege a nosotros?”. En una pared de la que fue su hogar quedó una pintada que hoy suena a homenaje a esta mujer menuda, risueña y llena de amor. En aquella pared quedó escrito el orgullo de los vencidos que se marchan con la cabeza bien alta: “Los perdedores somos invencibles”.