La Villa es cuna de algunos de los escultores e imagineros más importantes de Canarias, como Fernando Estévez, y sus iglesias, museos y ermitas conservan hermosas tallas con siglos de historia que captaron la atención, desde muy niño, de un joven artista que sueña con exponer sus obras en los altares.

Las delgadas manos de Alejandro Hernández Pérez parecen de otro tiempo. En los siglos XVI y XVII, La Orotava fue uno de los principales centros de producción de imágenes religiosas de Canarias y vivió una de sus épocas doradas entre finales del siglo XVIII y principios del XIX gracias a la extraordinaria labor del villero Fernando Estévez Salas, que tuvo como maestro al grancanario Luján Pérez. Desde 1806, desarrolló en la Villa una gran trayectoria como imaginero que le permitió ser considerado el escultor más importante y de mayor fama del archipiélago. En el año 2000, 212 años más tarde que Fernando Estévez, nació en la Villa otro imaginero, el joven Alejandro Hernández Pérez, un artista contemporáneo único que sueña con exponer sus obras en los altares de las iglesias.

Nació el 3 de junio de 2000. Desde muy pequeño se quedaba absorto mirando las imágenes que modelaron los imagineros del pasado en las iglesias del norte de Tenerife. Se le pasaba el tiempo volando mientras reparaba en cada detalle de las esculturas religiosas. “De niño, me perdía horas y horas en las iglesias. Para mí todas las imágenes eran vírgenes, aunque fuera un santo”, recuerda entre risas. Así nació su pasión por la imaginería, a la que empezó a dar forma con plastilina.

De la mano de su abuela materna Ana Delia recorrió templos como la iglesia de Los Remedios, en Buenavista del Norte, y así fue aumentando sus conocimientos sobre la especialidad del arte de la escultura dedicada a la representación plástica de temas religiosos. Un oficio en peligro de extinción. “Si ya en escultura somos pocos, sólo siete personas en mi curso, imagínate el interés que puede haber por la imaginería. Hay cosas más allá del arte contemporáneo mayoritario, y yo prefiero la figuración”, recalca este joven que ahora se fija sobre todo en las esculturas del siglo XVI y XVII que llegaron a Canarias, en las que encuentro “algo especial”, que le “atrapa”.

Siempre tuvo afición por modelar y por observar cada detalle de las imágenes, que le fueron ayudando a identificar los símbolos y las características de tallas de iglesias como la de San Agustín, a la que acudía siempre que tenía algún descanso en la Escuela de Música. Entre las personas que marcaron su incipiente trayectoria, cita a su profesora de religión en el CEIP Ramón y Cajal, María José, con la que tuvo una conexión especial que le animó a indagar en las imágenes de santos y vírgenes. “Siempre le llevaba, en una cajita, figuras para que me contara su historia”, recuerda.

Otra de sus grandes influencias artísticas fue un restaurador, de nombre Rubén Sánchez, que vivía cerca de su casa. “Estaba en el colegio, tendría diez años, y me quedé impresionado con unos lienzos. Al volver a casa le dije a mi padre: yo quiero llegar a pintar así. Rubén se cortaba el pelo en la peluquería de mi padre y él le pidió que me diera clases de dibujo. Ahí aprendí muchas cosas, que aún conservo. Le agradezco mucho lo que me enseñó porque, además, llegó un momento en el que más que fijarme en los dibujos miraba las cosas que él hacía en su taller, lo que pasaba en el otro lado. Así empezaron mis conversaciones con él sobre restauración, escultura, bienes patrimoniales e historia del arte. Todo eso me caló. Le debo buena parte de lo que hago”.

Aunque no conserva nada de sus primeros trabajos, sí tiene guardada en la memoria la Inmaculada Concepción que trató de modelar con apenas 15 años en un día en el que se sentía muy frustrado por las malas notas que sacaba entonces en asignaturas como lengua. “Estaba enfadado conmigo y me puse a modelar con barro. Así empecé a tomármelo un poco más en serio”, reconoce.

Vinculado a la iglesia

Sigue muy vinculado a la iglesia. Tras pasar años como monaguillo en la Parroquia de San Juan, en La Orotava, ahora ejerce esa función en la iglesia de San Jerónimo y Nuestra Señora del Rosario, en La Perdoma, donde su arte ya está presente. Dos de sus lienzos embellecen el templo. También recuperó, junto a David González, el antiguo mecanismo de apertura automática de las puertas del manifestador y en su interior esculpió varios ángeles que sujetan y elevan la custodia. Gracias a Natalia Álvarez y Adolfo Padrón es un asiduo visitante del Museo Sacro de La Concepción, donde pasa horas disfrutando de la sala de imaginería y confiesa que eso también marcará su obra futura: “Todo allí tiene algo que me aporta”.

Se considera un perfeccionista en la escultura, que siempre encuentra cosas que mejorar en las obras que termina. Acaba de empezar con la madera, pero aún prefiere el barro porque le permite “corregir más cosas. El barro me deja poner y quitar hasta encontrar lo que busco. Además, soy más de acabar las piezas con un estucado antes de la pintura, de la forma tradicional”.

Tras estudiar el Bachillerato de Bellas Artes, ahora afronta el tercer curso del grado de Bellas Artes en la Universidad de La Laguna. Se ha planteado estudiar posteriormente restauración, pero duda. Él se siente más un creador, por lo que preferiría encaminar sus pasos a esculpir obras nuevas, “no a reconstruir lo que otro hizo”.

Su humilde taller ocupa parte de un garaje, bajo la peluquería JJ en La Fariña, y allí esculpe algunas imágenes por encargo para personas que quieren tener en sus casas imágenes religiosas originales. Recientemente le han encargado una calavera para el Cristo de la Humildad y Paciencia de la iglesia de San Agustín y para él ha sido un motivo de gran orgullo “poder estar ahí para siempre junto a esa imagen de la Escuela de Garachico, tan importante para la Semana Santa”.

No se siente de otra época ni le gustaría vivir en los tiempos en los que la imaginería vivía su esplendor, aunque por un rato le encantaría “mirar por un agujerito para ver cómo enseñaban y cómo aprendían”. Alejandro se confiesa un enamorado de “todo lo que sea escultura”, aunque no puede ocultar que no siente lo mismo cuando lo que talla es un santo o una virgen: “Para mí es algo especial, quizás por lo que he vivido”. Es consciente de lo difícil que sería dedicarse profesionalmente a la escultura y, en especial, a la imaginería. Cree que al final tendrá que buscarse otro trabajo, “como dedicarme a la enseñanza de lo que sé hacer”, pero sin abandonar del todo su pasión por las imágenes religiosas. Pese a las dificultades, este chico de 20 años, que aún es estudiante, espera no tener que abandonar nunca lo que más le gusta: “Me gustaría poder seguir esculpiendo siempre y si en algún momento pudiera tener una imagen mía en una iglesia de La Orotava, sería un sueño. Lo veo casi como un imposible”.

Tras los pasos de Fernando Estéve

Uno de los grandes referentes de este joven artista villero es Fernando Estévez de Salas, nacido en La Orotava en 1788, un escultor y pintor considerado, junto a su maestro José Luján Pérez, uno de los artistas más importantes de Canarias. Estévez es el autor de decenas de tallas tan veneradas como la Virgen de Candelaria o Nuestra Señora de los Remedios, en Los Realejos.