Iñaki comienza su jornada diaria muy temprano. Sale de su vivienda de autoconstrucción en el barranco de Tahodio, en Santa Cruz, y recorre la ciudad en busca de todo aquello que se pueda aprovechar y alguien ya no utiliza. Su ámbito es la Isla toda porque va allá donde haya algo interesante que llevarse a casa. Normalmente, lo que otros no quieren. Siempre con el carrito en el que guarda sus pequeños tesoros como un apéndice. Su forma de vida.  

Iñaki Mora Armas (Santa Cruz de Tenerife, 1950) es una persona peculiar. Para empezar ni se llama Iñaki ni en su DNI figura la fecha de nacimiento en la que él afirma que vino al mundo. Hace más de tres décadas que recoge todo aquello que otros desechan y luego o lo vende. “Recibo lo que me donan, que es la mayor parte del género, y lo que puedo comprar con la pequeña paga que tengo”. De ojos vivos y siempre sonriente detrás de la sempiterna mascarilla de tiempos de pandemia. Muy conocido en toda la Isla por su condición itinerante. Es su forma de vida, la ha elegido y le gusta.

Iñaki, que en julio cumplirá 70 años, desvela los misterios que se esconden detrás de su nombre de guerra y su filiación: “Me llamo Ignacio, pero tenía un buen amigo vasco, ya fallecido, Isidro, que era aparcacoches –en la calle San Isidro, curiosamente– que me llamaba así y me quedé Iñaki”. Respecto a la fecha de nacimiento aclara: “Nací el 31 de julio de 1950, pero hubo un cambio de Juzgado y después del proceso aparezco como nacido en 1951 y en agosto”.

Iñaki tiene un doble santuario para depositar estas joyas. Por un lado, un pequeño trastero alquilado en el número 42 de la chicharrera calle Padre Anchieta. Lo abre y aparece un universo de cientos de bolsas entongadas en apenas dos metros cuadrado. Hay de todo dentro, pero lo que más, ropa.

El otro refugio para este pateador incansable es su vivienda, autoconstruida poco a poco en el barranco de Tahodio, en Santa Cruz. Relata que “soy amañado en albañilería y la he levantado con los bloques de una finca que está aquí al lado”. La casa está llena de trastos, en una especie de horror vacui. Libros, viejos cassettes, objetos de toda condición y estado...

Porque Iñaki vende “de todo”. Lo ha hecho durante más de 30 años en el Rastro de Santa Cruz, del que es pionero. “Empecé en la avenida de Anaga apunta, muy poco después de que se cambiara de sitio desde la Rambla donde estuvo primero. Luego llegó el traslado al Mercado hasta hoy”. En ese entorno ha destacado, entre otras cosas, por los cómics, objeto del interés de los coleccionistas.

Iñaki es el mayor de seis hermanos. “Mi padre era de San Sebastián de La Gomera y mi madre de La Victoria”. Valora: “He vivido en muchos sitios y en ninguno. No recuerdo especialmente ninguna casa”. Residió unos años en Tíncer, al Suroeste de la capital, en una vivienda de protección oficial, pero también ha vivido en las cuevas frente a Paso Alto, la calle El Sol, “en la pensión de don Elías” rememora, San Juan Bautista, en el histórico El Toscal, el Camino del Hierro. Las Moraditas de Taco o el barrio de Punta Brava del Puerto de la Cruz. Un nómada

Este nomadismo de la infancia se quedó en su ADN. Ser errante es en su caso una elección consciente que, asegura, “me gusta”. Entre otras cosas “por la libertad”. Sigue soltero y con una vida con una base: la independencia.

Iñaki tiene nueve años cotizados como marino. Ha conocido muchos puertos de la Península y ha estado, además, en Francia, Italia, Sudáfrica, Nigeria, Camerún, el banco pesquero canario-sahariano... También en “los barcos de Antonio Armas, en Lanzarote”, el origen de la actual Naviera Armas. Sentencia: “Lo de una novia en cada puerto es una fábula, una leyenda”. Posteriormente logró arreglar una paga no contributiva con la que sufraga sus gastos que, considera, “no son muchos”.

La ruta de Iñaki

Se le puede ver cada mañana de ruta por Santa Cruz. Siempre con un carrito de la compra, casi un apéndice, para guardar lo que encuentre en su camino. De Tomé Cano a Los Toscales y de Salamanca al Mercado. Con salida y meta en su casa del barranco de Tahodio. Casi siempre a pata “aunque también voy mucho en guagua”, reconoce. Su hogar es su refugio. Entre papayeros, nispereros, limoneros y hasta un tartaguero característico de los barrancos de Anaga. El paraíso de Iñaki que resume: “Me gusta vivir así. Además de hacer ejercicio –sonríe– me gano la vida honradamente. Con mi carro a cuestas y si encuentro algo que me guste, me lo llevo”.

“Me dan, compro y encuentro”

“Vendo de todo. Lo que me dan, lo que compro y lo que encuentro”. Así se publicita Iñaki Mora en las farolas. No parece tener enemigos este hombre tranquilo cuya filosofía es ayudar a los demás. Sin embargo, mantiene que “hay alguien que la tiene tomada conmigo y recorta el número de teléfono para que no me puedan llamar. No sé quien puede ser porque me llevo bien con todo el mundo”. . La suspensión de la venta ambulante y del Rastro de Santa Cruz por las restricciones sanitarias “ha sido un palo”. Pero Iñaki no se rinde. Junto a un amigo y vecino que tiene coche acude al Sur para vender su mercancía en dos de los pocos rastros que siguen abiertos, los de Guaza y San Miguel, en Las Chafiras. Es pesimista sobre la fecha anunciada para la reapertura del Rastro capitalino, el día 18. Y critica: “Los vendedores queremos que Rastro esté donde toda la vida, en el entorno del Mercado y no en donde quieren ponernos –junto a Presidencia– porque es un espacio reducido, como estar entre cajones”