“Debo ser de los pocos a los que la pandemia le ha venido bien”. Lo asegura José Antonio Pérez Toste, 43 años, natural de Los Realejos y “un hombre de Cáritas”. Estuvo en Café Calor y ahora comparte las 24 horas entre la terapia de Proyecto Lázaro y el hogar en María Blanca, en el Puerto de la Cruz.  

José Antonio reconoce su adicción a las drogas desde joven. Hace 15 años se vio en el abismo de vivir en la calle y sin red de amparo familiar, “a raíz de la muerte de mi madre, que era todo para mí”, valora. Ahí entra en contacto con Cáritas y sus recursos hasta hoy.

En la calle, desempleado, sin familia y con adicciones. El perfil del desastre vital. Pero José conoce a través de una trabajadora social a Cáritas que, afirma, “me ha acogido y acompañado. Le agradezco todo lo que ha hecho por mí”. Recuerda que “estuve una primera etapa y salí muy bien, con ilusión. Pero recaí y la dinámica fue la de entrar y salir; levantarme y volver a caer”.

Estuvo un tiempo en Café Calor, en Santa Cruz. Dice que en sus calles ha conocido “la delincuencia y la pobreza”. Considera que “la pandemia me ha venido bien, aunque parezca mentira. Ha sido como oro porque al estar encerrado me ha permitido pensar lo que quiero”. José lleva tiempo en paro y ahora, explica, “me formo para tener más expectativas de encontrar trabajo”.

Son seis meses ya en Proyecto Lázaro, donde lucha a diario por desintoxicarse. Es el paso imprescindible para cambiar de vida. Una vida hasta ahora de montaña rusa con Cáritas como único pilar donde agarrarse.