La Villa de La Orotava aún conserva en activo molinos de grano con más de 500 años de historia. El Molino de Chano, cuyo origen se remonta a los primeros años del siglo XVI, y el Molino La Máquina, datado en 1634. El agua de los nacientes de Aguamansa se utilizó hasta 1961 como fuerza hidráulica para mover, aprovechando la pendiente desde el Camino de la Sierra hasta la trasera de la Casa de Lercaro, trece molinos de los que se conservan diez y sólo dos continúan en activo, aunque ahora movidos con energía eléctrica.

La Orotava surgió, unos años después de la conquista de Tenerife, alrededor de estos molinos y sus acueductos, que empezaron moliendo harinas para pan y pronto se especializaron en el alimento que sacó adelante a la población de las islas en los peores años de su historia: el gofio. Los molinos, con sus cubos y arcadas, marcan el eje alrededor del que empezó a crecer la Villa y la conectan con sus orígenes más remotos.

Cuando ya existían los molinos de Josefina y de Chano, en aquel momento de madera y con otros nombres, allá por 1514, el Cabildo de Tenerife mostraba su preocupación por la presencia de “al menos 200 hombres de pelea guanches, que son gentes no obediente a la justicia y que hacen daño a los ganados y haciendas de los vecinos, andando como andan de continuo en el campo y habitando fuera de poblado, los alguaciles no los pueden prender porque andan armados con lanzas, dardos, espadas y otras armas”.

De la madera a la mampostería

En esos tiempos de guanches alzados, en la Villa ya se molía el grano con la ayuda de la fuerza del agua de los nacientes de las medianías. Con el paso de los siglos, aquellas iniciales estructuras de madera se reconstruyen con argamasa o mampostería y así han llegado hasta la actualidad. Según recuerda el historiador Manuel Hernández González en su obra La evolución histórica de los molinos de agua en La Orotava, el molino de Chano adquirió el aspecto que posee hoy en el año 1787, a raíz de las obras ejecutadas por José Benítez de Mesa, quien fuera su propietario a finales del siglo XVIII.

Los molinos de La Orotava fueron declarados Bien de Interés Cultural (BIC) con la categoría de Sitio Etnológico en julio de 2006. En ese decreto de protección, el Gobierno de Canarias recuerda que “estos molinos, que se alinean a través de la Villa de Arriba, continúan bordeando la plaza de San Francisco y finalizan en la trasera de la Casa Lercaro. La morfología actual de estas infraestructuras hidráulicas es bastante uniforme, preservando todos ellos el cubo, donde se vertía el agua que caía de la atarjea y propiciaba el movimiento de la maquinaria de molienda. Asimismo, suele conservarse la antigua casa del molinero y las dependencias anejas (...). Respecto al acueducto o atarjea que recorría la Villa de norte a sur, sólo permanecen cortos tramos en mampostería, a modo de arquerías sobre pilares adosados a los cubos de determinados molinos. La mayoría de ellos conserva la antigua casa del molinero, que acogía la maquinaria, zonas de descarga y otras dependencias”.

Manuel Hernández recuerda que hasta el año 1950 seguían funcionando diez de los trece molinos que inicialmente existían en el municipio. En los años 60 del siglo XX sólo quedaban ocho en activo, de los que sólo llegaron tres al siglo XXI. Los molinos de Chano, La Máquina y el de La Piedad, ya cerrado, recibieron el V Premio de Artesanía y Patrimonio Villa de La Orotava en 2008.

Esta saga de molineros viene de antes, pues ya la abuela y una tía de los hijos de don Chano eran molineras en la Villa. Su tía Josefina fue propietaria y dio nombre a un cercano molino, erigido en 1514, que el pasado año fue adquirido por el Ayuntamiento de La Orotava para crear un futuro centro de interpretación de la llamada Ruta de los Molinos.

“Mi padre luchó un montón, sabía que esto era una joya, pero también sufrió mucho por la falta de apoyos para su conservación. Es una pena que no se hayan conservado todos los arcos y atarjeas de madera de los molinos porque sería un patrimonio y un atractivo impresionante para La Orotava”, explica Nieves. El Molino de Chano es el gran referente del gofio en la Villa y mantiene la antigua maquinaria de tueste y de molienda en perfecto estado de conservación y de funcionamiento, lo que lo convierte en un atractivo para los turistas, que cuando eran multitud llegaban a interferir el trabajo cotidiano en este pequeño negocio del siglo XVI.

La Máquina

Alexis García Amaro se hizo cargo del Molino La Máquina hace dos años, tras la jubilación de Manuel Hernández Cabrera, y mantiene su apuesta por la molienda tradicional. Empezó trabajando como empleado durante varios años en este negocio familiar y ha cogido las riendas en unos momentos especialmente complicados por el impacto de la pandemia.

Aunque pudiera parecer que el turismo tiene poca relación con un molino de gofio, Alexis García reconoce que el negocio se ha resentido mucho por la ausencia de visitantes. Lo que mantiene el molino vivo en estos tiempos son los clientes del día a día y, sobre todo, la venta en supermercados y grandes superficies. “Con los turistas que pasaban por aquí las ventas eran muy buenas, pero ahora esto no termina de arrancar y se nota mucho”, lamenta. “Todo de sigue haciendo de la manera artesanal, desde el tueste a la molienda. Seguimos igual, aunque también tratamos de innovar un poco con productos como el gofio con canela, el gofio con chocolate o las barritas energéticas. Tenemos como diez variedades, como el doble tueste; el especial, que es millo quemado; el de toda la vida, que es el de mezcla...”, explica García. Pese a las novedades, lo más vendido sigue siendo la mezcla de trigo y millo.

La Máquina, que adquirió este nombre por ser el primero que adaptó una turbina al mecanismo tradicional, sigue tostando y moliendo cereal del país que algunos agricultores le llevan para consumo propio: “Ellos me traen un saquito, se tuesta, se muele y se mezcla, según los gustos de cada uno”. Lo que ya no hace, por falta de materia prima, es producir gofio con cereal local. El Molino de Chano lo sigue intentando, pero echa en falta ayuda para que los productores locales se organicen, como se hizo a través de Acete, para que el grano local llegue en condiciones a los molinos y se pueda producir más gofio cien por cien del país. Tanto el Molino de Chano como La Máquina esperan más apoyo de las administraciones para mantener activas y en el mejor estado de conservación estas dos joyas del patrimonio histórico canario.

Don Chano

Sebastián González Hernández adquirió el molino al que da nombre en 1955, pero desde varios años antes se encargó de su explotación. A él le tocó vivir el peor momento en la historia de estos negocios: el corte de la corriente de agua que movía los molinos. Ocurrió en el año 1961 y supuso un enorme impacto “sin previo aviso” para estos negocios, según recuerda su hija María Nieves González Martín, que en la actualidad se encarga de mantener la actividad junto a sus hermanos Andrés, Victoria y Enrique.

Sebastián González Hernández, don Chano, se encargó del molino de la calle antigua calle Castaño (Ahora Doctor Domingo González), en La Orotava, durante más de medio siglo. Fue un personaje tan querido y recordado que ha terminado por darle nombre a un molino con más de cinco siglos de historia que ahora es conocido por todos como el Molino de Chano. Conservar este trozo de la historia viva de La Orotava fue siempre una obsesión para Sebastián González, fallecido en 2010, y ese reto lo han asumido sus herederos. No fue fácil, pero logró compaginar la viabilidad del negocio con el respeto a la historia. Don Chano siempre quiso mantener las maneras y los ritmos de la molienda tradicional del gofio para conservar su sabor y esencia. No cayó en la trampa del dinero fácil cuando otros apostaron por acelerar los procesos para generar más cantidad de gofio e incrementar las ganancias. Él prefería vender un kilo de gofio bueno que diez kilos de gofio malo. Aquel compromiso con la tradición y la calidad mantiene vivo el negocio hasta el siglo XXI y ha fidelizado a su clientela, que viene desde toda la isla para comprar el gofio que llena con su aroma esta calle del casco villero.