El Parque Nacional del Teide fue declarado por la Unesco patrimonio natural de la humanidad en 2007 por tratarse de “uno de los lugares más ricos y diversos de todo el mundo en sucesión de paisajes volcánicos y espectacularidad de valores naturales”. En sus casi 19.000 hectáreas, la parte central de las cumbres de Tenerife es hogar de unas 213 especies de plantas, de las que 59 son endemismos canarios y al menos 16 se encuentran en peligro de extinción o en situación vulnerable. Proteger sus valores naturales es el principal cometido del personal del Parque Nacional, que también se encarga del delicado trabajo de colaborar con la naturaleza para preservar esta biodiversidad única en el planeta. El vivero del jardín botánico de El Portillo es el “Arca de Noé” que trata de garantizar la supervivencia de más de 200 especies vegetales.

El Centro de Visitantes de El Portillo está situado muy cerca del cruce de las carreteras TF-21 (la subida al Teide por La Orotava) y TF-24 (la subida al parque desde La Esperanza). En sus instalaciones se ubica el jardín botánico visitable, donde pueden verse alrededor del 75 por ciento de las especies vegetales que habitan en el parque, y también el vivero, donde los expertos batallan día a día para frenar los efectos negativos en la flora del cambio climático (directos o indirectos, como el aumento de la población de lagartos), la presencia de herbívoros introducidos (muflón y conejo) y los daños causados por las actividades humanas.

Su objetivo es doble: garantizar la supervivencia de las especies más amenazadas gracias a campañas de repoblación, que se desarrollan bajo un estricto control científico, y producir algunas de las plantas más comunes en la zona para contar con ejemplares sanos para regenerar espacios deteriorados o afectados por incendios como el que quemó tres hectáreas el 21 de junio de 2019.

El biólogo José Luis Martín Esquivel es uno de los expertos que trabaja en este vivero donde se cultivan algunas de las especies más amenazas del Parque Nacional del Teide. Ya se han logrado salvar de la extinción el rosal del guanche (Bencomia exstipulata); la Jarilla de las Cañadas (Helianthemum juliae), o el cardo de plata (Stemmacantha cynaroides). Ahora se afrontan nuevos retos como cultivar en vivero la última especie descrita para la ciencia en el Parque Nacional del Teide: la Viola guaxarensis, una nueva violeta de la que apenas se conservan unos 3.000 ejemplares repartidos entre las montaña de Guajara y Topo de la Grieta.

Labor de campo

El delicado trabajo que se desarrolla en los laboratorios comienza mucho antes. Y obliga a los trabajadores del Parque Nacional a recorrer cada rincón del gran circo de Las Cañadas y sus zonas aledañas para recolectar las semillas de las plantas que ayudan a conservar. El parque está dividido en seis sectores, con diferentes características climáticas y de sustrato, para evitar mezclar plantas de distintas zonas. Durante las diferentes épocas de floración se recorren estos lugares para recolectar, en bolsas de papel, los frutos, vainas o flores de las que se extraen las semillas.

Esquivel señala que el trabajo de campo puede ser arduo, ya que obliga a acceder a las cimas de montañas que superan los 2.500 metros de altitud y a lugares muy escarpados donde algunas especies han encontrado sus últimos refugios, a salvo de los herbívoros. “En ocasiones hay que colgarse con cuerdas en parades de cientos de metros para encontrar una planta concreta”, explica este biólogo. Una vez recolectadas y catalogadas, las flores, vainas o frutos con semillas se llevan a un laboratorio donde el delicado trabajo no tiene fin. Decenas de bolsas de papel y cajas se acumulan mientras trabajadores como Ángel Mallorquín se arman de paciencia para extraer y limpiar, con ayuda de pinzas, las semillas que se guardan como un auténtico tesoro. El objetivo no es almacenarlas, sino germinarlas para producir nuevas plantas de especies como el tajinaste rojo, el tajinaste azul, la retama o el cedro canario.

“Llenar un pequeño bote de semillas de una especie amenazada como la Bencomia exstipulata, por ejemplo, cuesta lo suyo”, reconoce Esquivel. Ángel Mallorquín añade que “es un trabajo duro y laborioso porque hay que acceder a la escasa población natural, que en ocasiones está en lugares muy escarpados, como ocurre por ejemplo con la Bencomia”.

“Lo primero que hay que hacer es limpiar la semilla, liberarla de todo lo que tiene alrededor, como las cápsulas o la hojarasca, para que pueda desarrollarse mejor. Una vez limpia, se guarda en botes catalogados por especies, sectores y año de recolección. Nos interesa tener de todas las especies, aunque lo más complicado es siempre lograr las semillas de las más amenazas”, destaca Esquivel.

Cuando las semillas ya han sido extraídas y catalogadas por tipo y sector, pasan al invernadero cubierto, donde tienen unas condiciones ideales de humedad y temperatura para germinar y empezar a desarrollarse. En el interior de este recinto se nota más calor y humedad que en el exterior, lo que ayuda a las plantas a desarrollarse en sus primeras semanas de vida y reduce las pérdidas. En el invernadero cubierto, que es la segunda fase del proceso, las plantas pasan alrededor de un año.

El siguiente paso es el momento más crítico. La mayor parte de las muertes se producen cuando las plantas dejan el confort del invernadero y pasan al exterior, donde los riegos no son tan frecuentes y sólo sobreviven las plantas capaces de aclimatarse a las duras condiciones de Las Cañadas. Mallorquín subraya que “esta es una fase de endurecimiento, en la que las preparamos antes de llevarlas al medio natural”. Esquivel añade que “lo ideal es que las plantas pasen una época desfavorable cuando son juveniles, en invernadero, y otra ya en el exterior”.

Cuando nieva demasiado, las plantas del vivero exterior se pueden proteger con plásticos antiheladas. José Luis Martín Esquivel explica que las plantas “suelen pasar en esta zona del exterior al menos un año entero y, cuando ya tienen un tamaño adecuado, se pueden llevar al medio natural”. En ocasiones, en la naturaleza también se protegen con pequeños vallados para garantizar su desarrollo.

El desafío diario de estos trabajadores del Parque Nacional del Teide es lograr que todas las plantas se puedan cultivar en el vivero, ya que eso garantiza su población para el futuro. Esto requiere experimentar hasta dar con la mejor técnica, un proceso que ahora se centra en la Violeta guaxarensis, la nueva especie descubierta para la ciencia en 2020 y que este año se ha logrado cultivar en maceta. En unos meses esperan depurar la técnica de manejo de sus raíces en el paso del semillero a la maceta y de la maceta al medio natural para poder empezar a producir “de forma masiva” nuevos ejemplares de esta violeta única. El objetivo es recuperar una población de apenas 3.000 ejemplares que la sitúa “en peligro crítico de extinción, según el criterio de la UICN”.

La nueva violeta de Guajara

Manuel Marrero, J. L. Martín Esquivel, José R. Docoito y Manuel Suárez son los responsables del descubrimiento para la ciencia de una nueva especie de violeta en el Parque Nacional, la Viola guaxarensis, un endemismo tinerfeño que sólo se ha encontrado en las montañas de Guajara y Topo de la Grieta.