José Luis Santos Trujillo nació en Barroso y con apenas nueve años de edad ya echaba una mano “fregando vasitos y atendiendo a los turistas” en un bar de los altos de La Orotava. Durante casi 40 años trabajó en todo lo que pudo: friegaplatos, camarero, ayudante de cocina, panadero, repartidor de pan y de refrescos, albañil o pintor. Su vida laboral dio muchas vueltas hasta que, tras un accidente laboral en la construcción, descubrió el funcionamiento de un torno de madera en el taller del recordado artesano tornero Rafael Saigí, Premio de Artesanía y Patrimonio Villa de La Orotava 2020 a título póstumo. El giro infinito e hipnotizante de aquella máquina le llevó a emprender una nueva y creativa etapa como artesano, ahora amenazada por la crisis de la pandemia del coronavirus y la falta de apoyo público a un sector que se ha quedado sin ferias para mostrar y vender su arte.

La última gran vuelta de su vida se produjo en 2008: “Fui a casa de Rafael Saigí a hacerle un trabajo de pintura y lo vi trabajando con el torno. Me quedé parado en esa crisis y le dije que me gustaría entretenerme con eso. Él me regaló un torno chino que tenía botado, lo amarré como pude y lo instalé en un taller que tenía en la casa de mi madre, y así podía cuidarla, porque estaba mayor, y pasar el rato entretenido. Nos venía bien a los dos. Y así empecé”.

Poco a poco, observando y probando mucho, José Luis fue perfeccionando su técnica. “Le enseñaba lo que hacía a Rafael y no pasó mucho tiempo hasta que el me animó a sacarme el carné de artesano. Tengo ahora 53 años y empecé en esto con 40”, recuerda. Apenas un año después de obtener el carné que lo acredita como artesano, acudió junto a Saigí a dar un curso de torneado a unos cien trabajadores de la empresa Sagrera Canarias. “Allí estuvimos juntos una semana y ya después me quedé yo solo dando las clases”. Esa etapa le sirvió para animarse a adquirir un torno profesional, con la ayuda de una subvención del Cabildo y de la citada empresa.

Con ese curso pudo pagar su torno. Se trata de unas máquinas caras cuyo coste puede superar fácilmente los 5.000 euros. También fue el momento en el que empezó a adquirir las herramientas que usa para tornear y moldear la madera, la mayoría gubias para torno de diferentes tamaños, formas y grosores. Las hay de cuenco o de debastar, y otras las fabricó a medida para diferentes trabajos y piezas específicas. Santos aprendió muy rápido, para sorpresa de Saigí, y lo logró gracias a su memoria fotográfica: “Me pongo a mirar a alguien como trabaja, la posición de las manos y todo lo que hace, y luego soy capaz de repetirlo, así fue como aprendí muchas cosas. No me fijaba en las piezas sino en las manos y luego yo las movía igual”.

La situación económica actual es muy complicada para los artesanos autónomos como José Luis. Sin ferias ni puntos de venta, la actividad ha frenado en seco desde marzo de 2020 y se echa en falta una mayor implicación de las administraciones públicas. Ataviado con una camiseta con el lema SOS Artesanía, este tornero reconoce que en estos meses se ha planteado “botar la toalla” ante la falta de oportunidades para seguir ganándose la vida. Tampoco puede trabajar al ritmo que le gustaría, puesto que “la situación no está para seguir generando gastos. En el taller hago lo mínimo, lo que me piden o lo que me falta, pero no entra dinero y no se puede gastar”.

“Tengo madera de palo santo, morera, brezo, ébano, acacia, olivo, limonero... pero no puedo producir. ¿Para qué hago más piezas si no tengo donde venderlas?”, se pregunta este artesano que ha visto como su actividad se frenaba casi por completo desde hace ya diez meses. La situación es muy difícil: “Hice una feria en El Sauzal y nada más. La Feria de Pinolere se suspendió cuando ya tenía todo el expositor montado. Este mes he vendido dos lebrillos . No se mueve nada. Sobrevivimos gracias a cuatro cosas que salen, la huerta y a que mi hijo está trabajando y aporta algo a casa para poder comer. Saco de donde no hay y sacrifico los pocos ahorros que nos quedan para pagar el autónomo”.

Santos vive los peores momentos para su oficio desde que comenzó en 2008: “Hace tiempo se podía vivir de esto, pero ahora no nos dejan ni hacer ferias al aire libre. No nos dejan trabajar ni en la calle, que es algo que se podría permitir y ayudaría mucho. Necesitamos una oportunidad para seguir en esto. En Gran Canaria han hecho muchas más ferias y no son lugares de contagios. La gente se coge el coronavirus en fiestas, de copas y en espacios cerrados por culpa de algunos irresponsables que no se ponen mascarilla. No conozco a nadie que se haya infectado en una feria de artesanía”.

El futuro como artesano de José Luis Santos depende de lo que ocurra en lo que queda de 2021. “Si aguanto este año, podría tirar voladores, pero va a ser muy complicado. Voy a trancas y barrancas. Si no hay oportunidades, podría verme obligado a botar la toalla, vender el torno y toda la herramienta, si es que se logra, y dedicarme a otra cosa. De momento estoy sembrando papas y otras cosas en una finquita para que al menos no nos falte la comida”.

El producto estrella de su taller son las obras “únicas e irrepetibles” elaboradas a partir de raíces de árboles. Él mismo se encarga de cortarlas, limpiarlas y tratarlas. Cuando mira una raíz, es capaz de imaginar qué tipo de pieza elaborará y el proceso empieza con el primer corte con motosierra. Después de limpiar todos los restos de tierra y antes de lijar y barnizar, da a cada pieza un tratamiento anticarcoma para evitar que “quede bicho”. Luego toca seguir lijando y barnizando a muñeca, “muy despacito para que quede bien”. Aparte de las raíces, Santos elabora morteros y azucareros de morera, y unos curiosos y originales bolígrafos hechos a partir de los carozos de las piñas de millo.

La mayoría se vende fuera

La marca registrada del taller de torneado de José Luis Santos es 'Raíces del Teide', y hace referencia a sus obras más apreciadas y valoradas. Son piezas de artesanía que ha vendido sobre todo a alemanes y rusos. “Podría decir que en los últimos diez años alrededor de la mitad de mis piezas se han ido para Alemania y Rusia. Calculo que entre 600 y 800 se han ido fuera de Canarias”, detalla este tornero afincado en La Florida desde hace 30 años. “Cuando empecé no sabía si lo que hacía iba a gustar, pero iba a las ferias y vendía, así que seguí ese camino. Busco las formas más complicadas, las partes más deformes, los huecos, los nudos... y de ahí sale lo más bonito”.