Los viejos carritos y quioscos de golosinas forman parte de la historia de muchos pueblos. Olores, sabores y recuerdos que quedan marcados para siempre con la tinta indeleble de la infancia. En Santa Úrsula, el carrito de doña Carmen Rivero Pérez, junto a la plaza de la iglesia, endulzó la vida de varias generaciones y aún permanece, ahora convertido en un moderno quiosco, en manos de Marcos Mirabal González, sobrino nieto de una mujer entrañable que, a sus 91 años, no deja de sonreír mientras recuerda cómo empezó a trabajar, con apenas 12 años, vendiendo las golosinas que iba a buscar en la guagua a Santa Cruz.

La historia del carrito de doña Carmen se remonta a los años 40 del siglo XX, cuando siendo apenas una niña comenzó a recorrer el casco de Santa Úrsula para vender caramelos y golosinas en un pequeño carro de madera con ruedas. "Aquel carro lo hizo el padre del alcalde de La Orotava Isaac Valencia, y durante muchos años lo guardábamos por la noche en un salón que era de otro alcalde, Fernando Luis", explica Carmen Rivero, recordando a quien fuera mandatario local durante 37 años y medio.

"Empecé ayudando a mi padre y pronto me quedé yo sola. Con 12 años ya me iba a la capital, a Santa Cruz, a una fábrica que estaba en la calle 'XVIII de Julio', para comprar los caramelos. Volvía con las cajas en la guagua y al chófer le pagaba con dos pesetas", recuerda entre risas una mujer que no paró de trabajar durante casi 70 años de su vida.

Doña Carmen agradece a Dios tener "un día más de vida" y, aunque a veces le cuesta recordar algunas cosas, no duda en cuanto a sus orígenes: "Nací en La Orotava, en la calle La Estopa, en 1929, y con seis años me vine a vivir a Santa Úrsula y aquí me quedé. Éramos cinco hermanas y un ?varón".

Durante décadas fue la cara sonriente que despachó desde el carrito a los santaursuleros. Cómplice también de aquellos enamorados que dejaban pagados unos cuantos caramelos para sorprender a la muchacha que cortejaban. Ella no esconde el orgullo después de tantos años de trabajo y recuerdos: "Hice bastantes favores a la gente y me siento satisfecha. Estuve allí hasta casi los 80 años, pero antes puse a una hermana a trabajar conmigo para que pudiera tener una paga, que yo sí tenía porque mi marido trabajó en la refinería. Luego, cuando me retiré, lo cogió mi sobrino Marcos y estoy contenta de que siga siendo de la familia y que Dios reparta para todos".

Le cuesta recordar anécdotas concretas, pero cita con orgullo que Domingo Rodríguez del Rosario, más conocido en el pueblo como 'Domingo, El Poeta', le dedicó un libro y muchos versos.

En el año 2006, Marcos Mirabal tomó el testigo del quiosco de doña Carmen, que desde 1968 se había anclado a un lateral de la plaza de la iglesia de Santa Úrsula, justo enfrente del ayuntamiento. Desde que era "un chico menudo" acudía a ayudar a su abuela y a su tía abuela, "sobre todo los fines de semana". Cuando ellas se hicieron muy mayores para continuar con el negocio, le tocó asumirlo y modernizarlo. Unos 14 años después, se sigue ganando la vida.

"Los primeros diez años fueron los más duros porque me tocó sacarlo adelante haciendo turnos de 6:00 a 21:00 horas. Ahora abrimos a las siete de la mañana y tenemos la ayuda de una empleada. Lo hemos modernizado y hemos incorporado cosas nuevas como las recargas de los teléfonos móviles o los bonos, pero seguimos con el tabaco, los refrescos y las golosinas", detalla.

La venta de periódicos y revistas ha sufrido un importante bajón en los últimos años, que se ha agravado notablemente debido a la pandemia del coronavirus: "Seguimos vendiendo periódicos, pero la verdad es que ha decaído mucho, en nuestro caso vendemos prácticamente un 90% menos que antes. Se nota que por el Covid-19 hay mucha gente mayor que sale menos y eso merma las ventas de prensa y revistas".

Pese a la crisis económica causada por la pandemia, Marcos ve "un poco más de luz" que en los oscuros días del estado de alarma: "No dejamos de trabajar pero fueron tres meses muy malos, que hemos podido superar gracias a los ahorros y a los clientes que se acordaron de nosotros".

Agradece que en estos años nunca le hayan robado, "aunque una vez lo intentaron", y recuerda, ahora entre risas, lo mal que lo pasó cuando dos chicas borrachas se metieron en el quiosco a las seis de la mañana y no sabía como sacarlas de allí: "No podía ni llamar a la Policía Local porque todavía no habían abierto".

Marcos es padre de dos mellizos de 11 años de edad y no tiene claro si la saga continuará con sus hijos: "No sé si les gustará esto o no, quién sabe, pero mi idea es que estudien más que yo, que saquen sus carreras y puedan tener un futuro mejor".