El domingo 2 de diciembre de 1979 el periódico EL DÍA me publicaba un artículo personal sobre naturaleza, turismo y cultura. Señalaba por entonces que quienes llevábamos la gestión pública en materias como la naturaleza y el turismo no deberíamos olvidar que éramos responsables ante las generaciones futuras, de garantizar la supervivencia de la naturaleza y el turismo en las islas Canarias. Por ello acudí a una lección magistral que nos impartió el recordado ingeniero venezolano afincado en Costa Rica Gerardo Budoswky, profesor de la Universidad de la Paz, que visitó Canarias por invitación de su amigo, el profesor de Botánica de la Universidad de La Laguna (ULL) Wolfredo Wildpret. Nos comentaba que las relaciones entre la naturaleza y el turismo podrían responder a tres situaciones: forma de coexistencia, cada uno por su lado; luego, forma de simbiosis, en un marco de empatía y de satisfacción por ambas partes, y una tercera de conflicto, que no era deseable.

Para tratar el tema Turismo y Cultura cité al profesor Arthur Haulot, Alto Comisionado de Turismo en Bélgica, quien había escrito un excelente artículo sobre política de protección cultural en el campo del turismo. Ocho fueron los puntos tratados y el primero señalaba a quienes eran responsables del turismo y deberían tener un interés fundamental en la protección de la herencia común porque sin ello el turismo perdería su propósito y sustancia. Por su parte el octavo punto declaraba que la meta es garantizar el respeto y la protección del patrimonio natural y cultural de la humanidad. Actualmente, cincuenta años más tarde, contamos en la Lista del Patrimonio Mundial de la Unesco con un Bien Cultural en la ciudad de San Cristóbal de La Laguna (1999) y dos Bienes Naturales como los Parques Nacionales de Garajonay en La Gomera (1986) y del Teide en Tenerife (2007), sin olvidar el Bien Inmaterial del Silbo Gomero (2009).

Viendo en la tele y leyendo en la prensa los incendios forestales que están arrasando praderas y asolando bosques en algunos estados occidentales de los Estados Unidos de América, me veo obligado a invocar la figura del naturalista alemán Alejandro de Humboldt aprovechando que el lunes 14 de septiembre cumplía 251 años de su natalicio en Tegel, Berlín, Alemania. Y acudo esta vez a un libro que escribí recientemente, en 2017, acerca de nuestro admirado naturalista y geógrafo: Humboldt. De Berlín a Berlín, por el Teide y el Chimborazo, ya que hago referencia al ilustre prusiano y a los Estados Unidos por cuanto en 1804 terminó su periplo por tierras americanas visitando los territorios españoles coloniales de Venezuela, Cuba, Colombia, Ecuador, Perú y México después de su paso por las Islas Canarias en junio de 1799. Desde Cuba y por invitación del embajador norteamericano en La Habana pudo viajar a Washington y Filadelfia y conversar en mayo de 1804 con el presidente norteamericano Thomas Jefferson antes de regresar a Europa.

Aunque no volvió más, su visita a los Estados Unidos tuvo sus consecuencias. Primero la creación del servicio meteorológico bajo los auspicios del servicio médico del ejercito norteamericano; luego en el oeste, la escuela de médicos que aplicó la metodología de Humboldt uniendo datos y observaciones acerca del suelo y del clima para estudiar la influencia de los factores medioambientales en la salud humana. Como bien me lo recuerda el profesor alemán Ingo Schwarz, el cuerpo de ingenieros topográficos, conocidos como “los hijos de Humboldt”, comenzaron también en USA la investigación de los territorios occidentales del far west preparando colecciones botánicas, zoológicas y minerales, dibujando perfiles, determinando ríos y montañas, elaborando una enciclopedia geográfica al estilo humboldtano. Entre los exploradores americanos destacó el capitán Frémont, que en 1856 fue candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos a pesar de ser enemigo de la esclavitud, como su amigo Humboldt, quien la definió como ”el mayor de todos los males que ha afectado a la humanidad”. Fremont puso algunos topónimos humboldtianos por tierras norteamericanas y fue reconocido en Europa por el rey prusiano Federico Guillermo IV como -Gran Medalla de Oro de la Ciencia- a propuesta de su admirado Humboldt.

De las relaciones entre el hombre y la naturaleza auspiciadas por Humboldt se encargaron años más tarde personajes afincados en USA como George Marsh, Henry D. Thoreau y el emigrante escocés John Muir. Ello nos lleva a evocar la importancia de volver a la naturaleza con Humboldt, en línea con el libro que escribió no hace mucho, en 2012, otro norteamericano, Richard Louv. Vi con claridad el rol que puede desempeñar el mundo natural, en momentos de cambio climático y de pandemia.

(*) Ingeniero de Montes. Ciudadano Honorario del Estado de Washington. 1981