La mayoría de los pueblos y ciudades de Canarias crecieron, se expandieron y se desarrollaron alrededor de una iglesia. En muchos núcleos pequeños, la iglesia comparte plaza con el consistorio, recordando la vieja alianza del poder religioso y el poder secular. También eso es lo que ocurre en Arona. Hasta hace algunos años, la plaza del Cristo de la Salud, donde conviven la Iglesia de San Antonio Abad y el consistorio, era el centro social y político de la capital de la comarca de Abona y del Sur tinerfeño. Hoy ya no ocurre así, porque el progreso y los hombres cambian las cosas: hoy el centro vital del pueblo se ha desplazado poco más de un centenar de metros hacia la autopista que separa el viejo núcleo urbano de la explosión urbanística y el desarrollo turístico costero que empujan la ciudad y sus barrios a los cien mil habitantes. Hoy, al epicentro aronero se llega bajando por la espina dorsal del edificio de la alcaldía, en la calle Duque de la Torre, hasta la esquina de la calle de La Luna, al número 6 (antiguo número 3), donde se encuentra la Peluquería de Caballeros Sixto. Su propietario, Sixto Mena, cerca ya del retiro, es el hombre más conocido de Arona. En su barbería no solo se corta el pelo, también se corta el bacalao: allí se celebran desde hace años las reuniones y encuentros más importantes, allí acuden los que mandan -políticos, técnicos, empresarios-, allí se intercambia información, se tratan negocios, se piden cuentas o perdonan agravios.

Dicen sus conocidos que antes de nacer su único hijo varón -José Julián-, Sixto ya había decidido que fuera alcalde. Alcalde socialista, además, porque Sixto siempre fue del PSOE. De la vieja guardia municipal aronera. De donde salieron políticos como el casi incombustible Manuel Barrios, primer alcalde socialista del lugar, instalado en el poder municipal desde 1983 y durante décadas, cambiando de partido cada vez que hizo falta, hasta que una sentencia lo apartó del juego a la fuerza y por 17 años. Sixto es de esa cuerda, un tipo duro, irreductible, correoso. Todo lo contrario que su hijo: José Julián no se crío con él. En una etapa de dificultades familiares, mientras su hermana Jenny se quedaba a cargo de su madre, Ana; él se fue a vivir con la abuela paterna, hoy centenaria. Dicen que José Julián la quiere con locura y está siempre pendiente de ella. El chico estudió Derecho, aunque no acabó, pero se colocó bien como personal laboral del Ayuntamiento. Siempre le gustó a todo el mundo: divertido, campechano, jovial, seductor, fiel amigo de sus amigos, buen anfitrión, cocinero apañado en fiestas y saraos (sus bocadillos de carne son muy mentados en el pueblo), José Julián Mena es un modelo de alcalde hecho a sí mismo. Entró en política muy joven, en las Juventudes Socialistas, y su gracejo y estilo personal le situaron pronto en el grupo de los capitanes, gente que aspiraba a llegar lejos, donde conoció a otros con ganas de labrarse fortuna: José Antonio Valbuena, consejero hoy del Gobierno, o Gustavo Matos, presidente del Parlamento. Fue también allí, en ‘los capitanes’ donde el alcalde de Arona coincidió por primera vez con Nicolás Jorge Hernández, hoy probablemente su mejor amigo, su confidente y su asesor. Un hombre discreto, silencioso, durante años personaje clave del PSOE tinerfeño, mentor y amigo de Patricia Hernández y muñidor de la frustrada carrera de la hoy alcaldesa chicharrera por la secretaría general del PSOE canario. Durante una década, Nicolás fue segundo del alcalde de Granadilla, Jaime González Cejas, imputado -como él- en una causa penal por prevaricación y tráfico de influencias en la concesión de licencias urbanísticas, durante el periodo en el que ambos -González y Hernández- gobernaban Granadilla. Una de las muchas causas por hechos ocurridos hace una quincena de años, que se arrastran morosamente por los juzgados de Canarias.

Curiosamente, ha sido esa vieja relación del alcalde Mena con su colega de las Juventudes del PSOE, la que ha disparado la crisis en el Gobierno municipal de Arona, hasta hacer tambalearse la popularidad y el apoyo del alcalde Mena, el más querido de los políticos del Sur de Tenerife, el yerno que todas las suegras de Arona querrían tener.

El triunfo de los honestos

Mena se convirtió en alcalde en 2015, después de ganar las elecciones en Arona por goleada, pero sin mayoría absoluta. Cuatro años antes ya lo había intentado, sin éxito: ocurrió justo cuando más arreciaban las denuncias contra el PGOU de Arona, y el PSOE aronero se había roto. El responsable de los socialistas en el municipio, Paco Santamaría, hombre clave en la denuncia de los abusos en el municipio, y de las trapisondas e intereses que dieron finalmente forma a un PGOU hecho por encargo de los dos o tres empresarios que realmente mandan en el Sur, había dejado de ser candidato. Fue sustituido por José Julián Mena, un pibe, el hijo del barbero de Arona, fichado por el PSOE local porque había que intentar darle la vuelta a la tortilla y recuperar para el puño y la rosa el espacio regalado al nacionalismo durante años. La cosa empezó mal, muy mal, con el PSOE fragmentado en dos grupos, el que teledirigía Agustín Marichal, y el de José Antonio Reverón, uno de los hombres más próximos a Santamaría. Reverón había dejado el partido con algunos otros para montar un grupete independiente, y distanciarse de un PSOE al que se acusaba de complicidad en el reparto del PGOU. Era un tiempo en el que todos resultaban sospechosos de connivencia con el poder de los hoteleros y los constructores. Cicatrizar las heridas y recuperar el camino andado parecía imposible, incluso en las filas de un PSOE acobardado y que no había hecho ninguna justicia con el denunciante del caso Arona, probablemente su dirigente sureño más comprometido con la decencia.

Cuatro años después, ya viviendo con la madre de sus dos hijas, una colega socialista, Belén, a la que conoció en el Ayuntamiento, Mena consiguió para el PSOE doce actas de concejal, a solo una de la mayoría suficiente. Acabó por cerrar un acuerdo con José Antonio Reverón, el ex concejal del PSOE de Santamaría y líder entonces de Ciudadanos por Arona, un partido independiente integrado por disidentes del PSOE, Coalición y el PP. Algunos sobreviven aún hoy en el actual equipo de Gobierno. El acuerdo entre Mena y Reverón era ya un mensaje cifrado a los electores para hacer las cosas de otra forma: un gobierno municipal sin imputados, decidido a iniciar el camino para recuperar un PGOU que nunca llegó a aprobarse. Aún así, en la inercia de un discurso regenerador, con las sentencias de los sucesivos ‘casos Arona’ ya confirmadas, Mena logró convertir su mayoría en absoluta en 2019, con dos concejales más. Y fue a partir de entonces cuando empezaron a arreciar los problemas. Es lo que tienen las mayorías absolutas: que cuando no hay necesidad de defenderse de un enemigo de fuera, los enemigos se alimentan dentro. Y en Arona, los conflictos siempre han tenido que ver con el urbanismo.

Se dispara la crisis

El lunes pasado, en un comunicado de prensa, José Julián Mena, anunció el cese del concejal de Urbanismo, Luis García, alegando haber perdido la confianza en él, y señalando un caso de supuesto favoritismo de García con un centro comercial -El Arts, promovido por Diego Cano-, que sin embargo se mantiene sorprendentemente cerrado por orden municipal. En realidad, Mena reaccionaba a la denuncia presentada por García -al que apoyan otros seis concejales de la mayoría- ante distintas instancias: la Policía Nacional, la Fiscalía Especial Anticorrupción y la Fiscalía provincial. Las denuncias se producen por extorsión a una decena de empresarios y promotores inmobiliarios, que podrían comprometer a Jenny la hermana del alcalde, al abogado Felipe Campos e incluso a su amigo y asesor, Nicolás Jorge Hernández, a quienes se responsabiliza de estar detrás de una suerte de industria extractiva de comisiones y mordidas a todo aquel que se relaciona con el urbanismo municipal. El modus operandi denunciado consiste en una serie de reuniones con empresarios en las que participarían tanto el abogado Felipe Campos como la hermana del alcalde -empleada desde hace algunos meses del bufete que Campos ha montado en Arona- en las que Campos ofrece resolver los problemas de licencias y papeleo con el Ayuntamiento a cambio de un fijo por cliente de 50.000 euros, más una comisión del cinco por ciento sobre las mejoras de la capacidad de edificación contemplada en la calificación municipal. Los denunciantes aportaron a la Policía grabaciones realizadas durante sus reuniones con los empresarios, en las que Campos expone sus condiciones contractuales como abogado e interviene también la hermana del alcalde.

Esas grabaciones, ya en poder de la fiscalía provincial, y algunas otras realizadas por más empresarios, circulan desde hace meses por Arona por los guasap de decenas de personas atónitas. Según los denunciantes, son sólo la punta del iceberg de una trama de corrupción en la que no se señala directamente al alcalde Mena, pero que provocó su decisión de cesar fulminantemente al concejal de urbanismo, aún a costa de situarse en minoría.

¿Por qué se arriesgó Mena a romper el PSOE de Arona y perder la alcaldía de la ciudad? Esa es la pregunta que ha obligado a intervenir a Ángel Víctor Torres, presidente de Canarias y secretario general del PSOE, que el martes se reunió con todos los concejales en la Casa del Pueblo de Arona, pero no pudo escuchar a Luis García, porque Mena le prohibió el acceso a la reunión. Quizá por eso, Torres se volvió a reunir ayer más privadamente con García y dos concejales disidentes -José Luis Gómez y Juan Sebastián Roque- en su despacho del Parlamento de Canarias. Les planteó varios itinerarios para evitar la pérdida de Arona. Ninguno de ellos será fácil de recorrer.

Mañana / Arona bien vale una misa (2)