"Fue tortuoso. Con el paso de los años parece que uno no ha pasado por esas cosas, pero sí". Así empieza Miguel Gil el relato de su trayectoria laboral, que sobre todo durante un período de seis años, y más si cabe tratándose de un empleado público, resulta desconcertante. Fontanero del Ayuntamiento de El Rosario, afirma que entre 1992 y 1998 estuvo al cuidado del depósito de agua de La Parra, en el enclave de Los Toscales, en lo alto de El Tablero, donde debía permanecer 22 horas diarias y sin libranzas semanales. "Descansaba las vacaciones, un mes; si el año tiene 365 días, yo trabajaba 335", apunta.

La historia de Miguel, de 66 años y a punto de jubilarse, la avala el actual alcalde rosariero, Escolástico Gil, que días atrás puso de relieve en Facebook su labor. "Es probable, si todo va con normalidad, que esta sea la última ocasión en que mi vecino y amigo Miguel Gil, supervise una obra de Aguas", expresó junto a las fotos de una actuación realizada en un pozo del municipio. "Para quien no lo conozca, baste decir que Miguel ha dado toda su vida por la elevación del agua", añadió sobre un trabajador del consistorio que tenía previsto retirarse hace unos meses, pero que accedió a que un geógrafo documentase sus conocimientos sobre el entramado de tuberías y conexiones que esconde el subsuelo de El Rosario.

"Aquí no se hace esfuerzo físico, pero tienes que estar controlando", detalla Miguel sobre el trabajo en los depósitos. Y, claro, mientras se está en ellos no se puede estar en otras cosas. Eso fue lo que ocurrió en aquellos seis años de infausto recuerdo. Al no existir el pozo de La Cañada (La Esperanza) ni tampoco el de El Guanchito (Machado), La Parra era el punto clave del que dependía el suministro de La Esperanza, Las Rosas y Lomo Pelado. Una avería o una disminución del nivel dejaba a los vecinos sin agua. Y se requería que alguien estuviese ojo avizor. "Ese trabajo no lo quería nadie", recuerda el fontanero.

Todo comenzó en 1985, cuando le surgió un empleo en el Ayuntamiento de El Rosario. Inicialmente su destino no fue aquella alejada estación de elevación, sino que entró a los Servicios Generales, que, en esencia, era un área que estaba integrada por cinco hombres que abarcaban todo El Rosario en lo que a servicios municipales se refiere. "Lo mismo te tocaba jardinería, sepultura, limpieza de calles, recogida de enseres? Hacíamos de todo", rememora sobre unas labores que realizaban bajo las instrucciones de un cabo de la Policía Local. "Estuve trabajando en eso hasta el año 1992, que fue cuando entré en el Agua", continúa. A partir de ese momento surgieron los problemas.

"En lo alto de El Tablero hay un barrio de El Rosario que se llama Los Toscales, donde solamente vivía un señor que era cabrero y su familia", describe el entorno de su entonces nuevo lugar de trabajo. "Llegaban las cabras y yo; no había nadie más". Una vez allí, el anterior responsable de esa tarea le entregó unos papeles con la normativa y poco más. "Yo leí aquello, todo deteriorado de lo viejo que era el papel, y ya después el hombre se jubiló y yo me quedé solo", agrega.

Durmiendo entre ratas

Miguel Gil señala que dormía al lado de un motor viejo de gasoil, el primero que tuvo la elevación y que había quedado en desuso. "Por la noche me pasaban las ratas por encima de la cama y yo sacudía las sábanas, se asustaban y se iban", afirma. "Al final ya prácticamente nos conocíamos", ironiza quitándole un poco de importancia a aquellas vivencias. Se trataba de un cuarto de unos ocho metros cuadrados y donde, pasado el tiempo y debido a la situación en la que se encontraba, optó por dividirlo con un tabique, con lo que consiguió dejarlo "un poco más habitable". Allí permanecía durante todo el día salvo dos horas de la mañana -cuando más garantías tenía de que no iba a producirse ningún contratiempo- en que iba a su domicilio. "Estuve allí hasta 1998, que fue cuando se creó el pozo de La Cañada. Como tenía que encargarme de las dos elevaciones, dormía en mi casa". Su vida mejoró, aunque el horario de trabajo seguía siendo parecido.

Otro de los problemas del depósito de La Parra era el desplazamiento. "Para ir a allá abajo necesitaba un coche; cuando no lo tenía, debía ir caminando, por lo que las dos horas casi que las gastaba en el trayecto", indica. "Iba desde La Esperanza hasta Los Toscales por el Lomo Pelado, lo que pueden ser cinco o seis kilómetros", manifiesta. "Cuando tú tienes necesidad de un empleo te gusta lo que te den, y en esa época yo tenía una familia que mantener. Ese me dieron y ese cogí", prosigue, aunque precisa que le plantearon al principio unas condiciones que finalmente no se ajustaron a la realidad.

Si primero su actividad se desarrollaba en aquel cuarto de Los Toscales, después pudo salir de allí pero las ocupaciones se fueron multiplicando. "En 2005 apareció el pozo de El Guanchito, en Machado, y ya tenía que hacer los tres. Después, cuando se daban problemas de agua en los veranos, había una elevación que era la de la Escuela Hogar, y esa me la dieron a mí para subir agua a Las Barreras", incorpora. En ese último caso tenía que acceder por un canal estrecho. "Era como de 60 centímetros y e iba a las once de la noche, las doce o las tres de la mañana, y había un desnivel como de diez metros. Lo que hacía era ir arrastrando los pies para evitar caerme".

"Cuando llegaron Los Verdes para mí por lo menos fue mejoría en el trato y en el servicio. Ya me pusieron un compañero y eran ocho horas, nueve horas, diez horas?; una cosa más flexible", comenta. Al hacer balance tampoco se olvida de los quebraderos de cabeza que suponían las averías. "Había quienes, como tenían mi teléfono del trabajo, me llamaban y me insultaban como si yo fuera el causante", lamenta.

Gil ya tiene planes para su jubilación: "Disfrutar con la familia, pasear por la Isla, visitar otras islas?". Es decir, aquello que no pudo hacer durante los años en que estuvo sin quitar el ojo del agua y sus niveles. Sí admite que en una ocasión, para romper con aquellos días interminables sin salir del depósito de La Parra, fue un domingo a Gran Canaria. "Fui en la mañana y vine en la tarde, y, como había que hacer la elevación, dejé a mis hijos, que tendrían como unos 15 o 16 años, y los dirigía a través del móvil". Y bromea: "Era telemático".